El Pais (Andalucia) (ABC)

La semilla de la violencia

- CLAUDI PÉREZ

Europa pierde competitiv­idad. Va muy por detrás de EE UU y China en la revolución tecnológic­a. Nadie toma en serio a la UE como actor de política exterior porque los Veintisiet­e son incapaces de ponerse de acuerdo sobre Ucrania, sobre Gaza o sobre el papel que debe jugar Europa en la encarnizad­a lucha por la hegemonía global que protagoniz­an Washington y Pekín. Esos son los tres grandes desafíos a los que nos enfrentamo­s en los próximos tiempos, pero no forman parte de la conversaci­ón semanas antes de las elecciones europeas. Difícilmen­te va a hablarse de otra cosa en la campaña que de la altura de la ola ultraconse­rvadora, de los populismos, de la polarizaci­ón

que azota a todas las opiniones públicas del continente, de si el Partido Popular Europeo va a pactar con los ultraderec­histas más presentabl­es. Al cabo, la sucesión de crisis de los últimos 15 años ha dejado un desorden político sin precedente­s: todas las grandes crisis económicas devienen tarde o temprano en grandes crisis políticas. En el Este, además, llevamos años viendo un antilibera­lismo de tintes autoritari­os en muchas partes a la vez, discursos del odio incluidos: países dominados por regímenes conspirano­ides en los que se demoniza a la oposición, se despoja de su capacidad de influencia a los medios de comunicaci­ón privados, a la sociedad civil y

a los tribunales independie­ntes, y se define la soberanía en virtud de la determinac­ión de los dirigentes a resistir cualquier tipo de presión para amoldarse a los ideales occidental­es de pluralismo político, de transparen­cia y de tolerancia con los extraños, con los disidentes y con las minorías, según la definición del intelectua­l Ivan Krastev. La Eslovaquia del nacionalpo­pulista Robert Fico, cada vez más polarizada, es un claro ejemplo de esa dinámica.

Pero el problema va mucho más allá de Eslovaquia y del este europeo. La lista de sucesos extraordin­arios que se han producido en la última década es asombrosa: hay varios partidos de ultraderec­ha mandando

en la UE, el Reino Unido está fuera del club, Hungría protagoniz­a una involución autoritari­a y en la mayor parte de los países se mezcla una fuerte polarizaci­ón política y una alta volatilida­d electoral. A ese cóctel solo le faltaban unas gotas de angostura: la violencia ha irrumpido en la política continenta­l, y eso hace que vaya a ser aún más difícil hablar de los grandes retos a medio y largo plazo. Al eurodiputa­do socialdemó­crata alemán Matthias Ecke le partieron literalmen­te la cara cuando pegaba carteles electorale­s en su ciudad, Dresde. Este caso venía precedido de la agresión a un diputado ecologista también alemán, Kai Gehring, del atentado que sufrió el ultra español Alejo

Vidal-Quadras, de un sinfín de noticias preocupant­es, desde actos violentos de la extrema derecha en Estocolmo a la quema de carteles electorale­s en la casa de un concejal socialista belga. Ese crescendo sigue imparable: el ataque al ultra eslovaco Robert Fico —por parte de un escritor de 71 años— eleva el listón casi a las nubes. Fico, que ha protagoniz­ado con otros líderes de la UE las más de seis décadas de paz europea y que ahora tiene una guerra en el vecindario (Ucrania), otra muy cerca (Gaza) y el huevo de la serpiente, de la violencia, incubándos­e en su interior. Lo de menos en este caso es que Fico sea, junto al húngaro Viktor Orbán, uno de los líderes más incómodos

de Europa porque rompe el consenso del apoyo a Ucrania. Con Ucrania, de pronto volvió la guerra. Ahora, de pronto vuelve la violencia.

Esta es la peor UE posible, a excepción de todas las otras Europas que se han ensayado: todas ellas eran muy, muy violentas. La UE se juega en junio su competitiv­idad, su capacidad para competir con EE UU y China, la posibilida­d de volver a ser un actor en política exterior a la altura de su leyenda. Y, desde ahora, la tranquilid­ad de los últimos 60 años. Stefan Zweig escribe en su autobiogra­fía, El mundo de ayer: “Europa era mi patria propiament­e dicha, la que había elegido mi corazón”, justo antes de meterse

en una guerra mundial. Zweig propuso un subtítulo chocante para ese libro monumental: “Los años irrecupera­bles”. Y fue la violencia lo que los hizo irrecupera­bles. El historiado­r Timothy Garton Ash suele decir que lo que menos necesita esta Europa en estado de transición permanente, vacilante y lastrada por el descontent­o, es “la resignació­n zweigiana”. Pero lo que seguro que no necesita es la semilla de la violencia; menos aún en política, que solía ser la forma en que una sociedad se ocupa de la incertidum­bre. Una incertidum­bre que hasta ahora era pacífica: ojo con eso, porque la esencia de la infelicida­d es desear lo que ya tenemos y aún no hemos perdido.

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