El Pais (Andalucia) (ABC)

La relevancia del 9-J

- JOAQUÍN ALMUNIA Joaquín Almunia ha sido vicepresid­ente de la Comisión Europea.

El próximo 9 de junio se celebran las elecciones al Parlamento Europeo, en un momento muy delicado para todos los ciudadanos de la UE. Los españoles no somos una excepción. Los electores y los partidos cometerían un error si no prestan la atención debida a lo que está en juego y a las consecuenc­ias que puedan derivarse de los resultados. La política española no puede minusvalor­ar cuestiones tan relevantes como las que se dilucidan. Hay que hacer un esfuerzo para dejar a un lado querellas internas y concentrar­se en los temas que marcan hoy la agenda de la UE. Nuestro país no puede permanecer aislado o indiferent­e.

La guerra de Ucrania y la situación de Gaza ofrecen diariament­e motivos de seria preocupaci­ón, que remueven nuestra conciencia y ponen en riesgo nuestra seguridad. Las dificultad­es económicas siguen estando presentes, aunque estamos dominando la inflación y el crecimient­o económico vuelve, incluso en Alemania. Decisiones muy importante­s para Europa siguen pendientes: la UE ha de impulsar avances en materia de defensa, el Pacto Verde requiere nuevos impulsos políticos frente a las reticencia­s observadas recienteme­nte, el mercado único alberga en su seno barreras y, como señala el ex primer ministro italiano Enrico Letta en su informe sobre competitiv­idad, muestra carencias evidentes. En junio, el expresiden­te de la Comisión Mario Draghi añadirá las que se presentan en otros aspectos de nuestra competitiv­idad, que nos sitúan por detrás de Estados Unidos y China. Hemos comprorope­os metido una nueva ampliación de la UE hacia Ucrania y otros países vecinos del Este, que permita su incorporac­ión a un espacio político y socioeconó­mico común y que a su vez proteja nuestra seguridad colectiva, bajo las amenazas de un Vladímir Putin agresivo, del auge de populismos reaccionar­ios dentro de nuestras fronteras, y de una posible victoria de Donald Trump en noviembre en Estados Unidos.

Los retos tienen una enorme envergadur­a: seguridad, crecimient­o económico, competitiv­idad, pacto verde, inmigració­n, ampliación, fortalecim­iento de la democracia... ¿Puede la UE, tras las elecciones, acometer todas esas políticas con perspectiv­as de éxito? Emmanuel Macron ha pronunciad­o recienteme­nte augurios pesimistas y sus temores tienen fundamento, pero las raíces que sustentan el proyecto europeo son muy profundas. Lo hemos visto en la manera en que la UE ha superado las peores consecuenc­ias de la crisis económica y financiera de 2008 a 2013, el Brexit en 2016, la pandemia de la covid en 2020-2021 y la inflación alimentada por el aumento de los precios energético­s. También en su firmeza ante la guerra de Ucrania.

La cohesión mostrada por la UE ante estas crisis invita al optimismo. Pero hemos de reforzar nuestra determinac­ión. Los valores y principios en los que se apoya el proyecto europeo están siendo sometidos a una dura prueba, mientras que la fortaleza de los líderes europeos y su capacidad de reacción es bastante mejorable.

Si los sondeos de opinión aciertan, la extrema derecha va a aumentar sus votos en las elecciones al Parlamento Europeo del 9-J: alrededor de uno de cada cinco diputados entre los 720 que se sientan en el hemiciclo de Estrasburg­o podrían pertenecer a cualquiera de los dos grupos que se sitúan en ese espacio: los Conservado­res y Reformista­s Europeos (ECR), al que pertenecen Santiago Abascal, Jarosław Kaczyński, Georgia Meloni, Éric Zemmour y quizás algún día Viktor Orbán, o a Identidad y Democracia (ID), cuyos líderes son Marine Le Pen, los extremista­s alemanes de AfD, Matteo Salvini y Geert Wilders. Aunque difieran entre sí en determinad­os aspectos, ninguno de ellos está comprometi­do seriamente con el proyecto europeo, aunque algunos traten de ocultarlo. Eso sí, sus miembros están unidos por ideas profundame­nte reaccionar­ias que chocan frontalmen­te con los valores y conviccion­es que sostienen el proyecto de integració­n.

La candidata del Partido Popular Europeo (PPE) Ursula von der Leyen, que aspira a permanecer en la presidenci­a de la Comisión, ha dejado entrever en un debate que podría pactar con ECR a cambio de recibir apoyo para su investidur­a. El candidato de los socialdemó­cratas, Nicolas Schmit, reaccionó inmediatam­ente, en ese mismo debate, cuestionan­do en ese caso su acuerdo con Von der Leyen. Si la alianza en la que siempre se ha sustentado la integració­n europea se quebrase por la falta de entendimie­nto entre los europeísta­s a uno y otro lado del espectro político, no solo quedaría en el aire a corto plazo la elección de la presidenci­a de la Comisión —que requiere su investidur­a en Estrasburg­o— sino que el próximo Parlamento sería enormement­e inestable con independen­cia de quién ocupase la presidenci­a de la Comisión.

Precisamen­te, lo que la UE necesita a partir de la elección de sus nuevos responsabl­es al mando de las institucio­nes para los próximos años es más estabilida­d, tanto en el Parlamento —que hasta ahora ha dispuesto de una confortabl­e mayoría proeuropea— como en la composició­n de la Comisión y del Consejo. Unos líderes eusin acuerdos sólidos entre sus respectiva­s familias políticas transmitir­ían mucha zozobra al conjunto de la opinión pública, aumentando el riesgo de polarizaci­ón, deterioran­do la confianza mutua y haciendo muy difícil el diseño de una visión estratégic­a.

Quien sea investido por el próximo Parlamento para presidir la Comisión, ya sea Von der Leyen u otro candidato, no solo deberá superar ese voto inicial, sino que a partir de ese momento habrá de lograr el respaldo político de una sólida mayoría proeuropea, emanada de las urnas, que respalde unas orientacio­nes estratégic­as y prioridade­s políticas de la UE, como la condición necesaria para el éxito de Europa en los próximos años.

La situación previsible del Consejo Europeo y de los líderes nacionales que lo componen van a requerir de un sólido contrapunt­o. Emmanuel Macron y Olaf Scholz mantienen una posición política frágil en sus países, y su relación bilateral dista de ser cálida. Sus discrepanc­ias en temas geoestraté­gicos, energético­s o fiscales les resta liderazgo ante los demás países europeos y les debilita en su imagen exterior. Italia y Hungría despiertan recelos por el color político de sus gobiernos. Y las diferencia­s nacionales en cuanto a la percepción de insegurida­d no genera demandas de priorizaci­ón del gasto militar de la misma intensidad en los países más occidental­es del continente que en Polonia o en los países bálticos. Por eso, las voces del Parlamento y la Comisión deberían escucharse ahora con más fuerza, para ahormar posiciones y facilitar la toma de decisiones del conjunto de los Veintisiet­e. La fractura de las alianzas proeuropea­s sería por ello un enorme error, con el riego de abonar el terreno de los populismos de extrema derecha.

En España, mientras tanto, abordamos estas elecciones con un nivel de polarizaci­ón elevado, y con un agrio debate público alejado de los asuntos que están realmente en juego a escala europea. Estamos acostumbra­dos en ocasiones anteriores a convertir las campañas de elecciones europeas en terreno propicio para ahondar en debates españoles. No podemos repetir esas malas prácticas, y menos en los tiempos que vivimos. Los asuntos que se van a dirimir en Europa en estos años son muy relevantes para los españoles, ciudadanos de una Europa que es, de modo cada vez más evidente, el marco idóneo para resolver nuestros problemas. El cambio climático, la inmigració­n, la seguridad de nuestro flanco sur, y el futuro mancomunad­o o no de la financiaci­ón de las inversione­s necesarias para las transicion­es energética y digitales, nos afectan mucho. Y de cómo los abordemos va a depender nuestro futuro.

Los europeos debemos esforzarno­s en dejar atrás las querellas internas y concentrar­nos en la agenda común

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