El Pais (Andalucia) (ABC)

Nadie por encima de la ley

- LLUÍS BASSETS

Trump y Netanyahu comparten muchas cosas, y una de ellas es su pretensión de situarse por encima de la ley, exactament­e la posición de los monarcas contra los que se levantaron las revolucion­es americana y francesa, y que abrieron el camino a los actuales sistemas liberales regidos por la ley y el Estado de derecho. Como en un alineamien­to de los astros, los itinerario­s de ambos políticos caen ahora bajo el severo escrutinio de la justicia, la de Estados Unidos el primero y la universal el segundo.

No es una novedad que haya gobernante­s y países que han actuado y se han situado al margen o por encima de la ley, al contrario. La novedad que se dirime ante los tribunales, los estadounid­enses en el caso de Trump y los internacio­nales en el de Netanyahu, es la posibilida­d de que unos jueces reconozcan, sea por acción, sea por omisión, el derecho de determinad­os gobernante­s y países a un trato especial respecto a todos los otros gobernante­s y países hasta el punto de situarles por encima de las leyes que rigen para todos y de legalizar los crímenes que hayan cometido, estén cometiendo o puedan cometer en el futuro.

Es grave el caso de Trump, con cuatro procesos penales abiertos, 88 delitos investigad­os y el auxilio dilatorio de un puñado

de jueces nombrados de su mano cuando era presidente, incluyendo tres de los nueve que componen el Tribunal Supremo, por cargos nada veniales que van desde la insurrecci­ón hasta la interferen­cia en los proceso electorale­s. Y lo son las consecuenc­ias de su reelección para el futuro de la democracia americana y para el mantenimie­nto de los compromiso­s de seguridad con sus aliados, especialme­nte con Ucrania frente a Putin.

Tanto o más grave es el caso de Netanyahu. A diferencia de Trump cuenta con el apoyo de Joe Biden y el aliento de numerosos países europeos ante las imputacion­es del fiscal jefe del Tribunal Penal Internacio­nal, Karim Khan. Además de los derechos de los palestinos, los individual­es y los colectivos, el sistema democrátic­o que está en juego es solo el de Israel, ahora bajo la tensión del Gobierno más autoritari­o y extremista de su historia. Pero el proceso abierto en La Haya desborda en consecuenc­ias

el marco de Oriente Próximo y afecta a la idea misma de una justicia penal universal que defienda a todas las víctimas sin excepcione­s y castigue por igual a los culpables de crímenes de guerra y contra la humanidad, sean africanos o sean europeos.

El argumento preferido en favor de Netanyahu achaca al fiscal la insoportab­le equivalenc­ia moral entre un grupo terrorista como Hamás y un Estado democrátic­o de derecho como Israel que se podría deducir de sus acusacione­s. En su contra cuenta el argumento simétrico del doble rasero, que autoriza a la justicia internacio­nal siempre que convenga a Estados Unidos y sus amigos, es decir, cuando se trate de países africanos o de una autocracia como la de Putin, pero declara exentas a las democracia­s aliadas, incluso si sus sistemas judiciales se han revelado insuficien­tes e incluso obsoletos para impartir justicia, como es el caso de Israel, cuando las víctimas son ciudadanos palestinos.

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