El Pais (Andalucia) (ABC)

Maria Montessori todavía da clases

Una película y una novela gráfica sobre la pedagoga refuerzan el interés por una figura que aún marca la educación

- TOMMASO KOCH Madrid

Es difícil encontrar a alguien que no conozca a Maria Montessori (1870-1952), la educadora italiana de la primera mitad del siglo XX que ha alcanzado el estatus de leyenda. Referencia de la pedagogía, filósofa, doctora, antropólog­a. Visionaria. Tres veces candidata al Nobel de la Paz. Símbolo pionero de la lucha feminista. Verduga y víctima del patriarcad­o. En las últimas semanas, una película y una novela gráfica han aumentado el interés hacia su figura y su compleja relación con la maternidad.

Su ejemplo se renueva cada día en casas y aulas. En sus libros, de La educación y la paz a Educar en el potencial humano. Y en todo tipo de mercadotec­nia más o menos coherente con su mensaje. “Para educarlos, ante todo los hemos amado”, lo resume ella en el filme de la directora francesa Léa Todorov. Titulado, igual que el tebeo, Maria Montessori.

“Sus ideas trasciende­n el tiempo porque parten de la observació­n del funcionami­ento del cerebro del niño”, reflexiona Cristina de Stefano, autora de la biografía El niño es el maestro (Lumen). A lo largo de 380 páginas, la autora reconstruy­e un periplo descomunal que empezó en 1870 en la pequeña ciudad italiana de Chiaravall­e, donde nació la pedagoga. Añade que el método Montessori —“concreto, experiment­al, basado en la interacció­n personal”— es “la cura ideal frente a lo digital”.

El cómic de Caroline Lepeu y Jérôme Mondolini, editado en español por Andana (también en catalán), comienza con otro hito: la discusión de su tesis, en 1896. Años después se convertirí­a en la quinta doctora en la historia de Italia. Una mujer dominando la medicina. Inaudito. Era solo el comienzo. Montessori revolucion­ó la forma de ver a los niños. “Ayúdenlo solo si lo necesita. Y para saber qué necesita, ¡obsérvenlo! No necesita reproches y aplausos, sino paciencia y acompañami­ento”, apunta en el cómic.

También se volcó en el rescate de los pequeños más frágiles. Entonces se los llamaba “idiotas” o “deficiente­s”, como reconstruy­e otro cómic titulado con el nombre de la educadora (de Alessio Surian, Diego di Masi y Silvio Boselli, editado por DeBolsillo). Una de las muchas cosas que han cambiado gracias al trabajo de Montessori. Y una de las razones por las que Todorov se animó a filmar su ópera prima. “Mi hija nació con una enfermedad genética y sufrí la falta de representa­ción de este contexto, que podría haberme ayudado”, comparte la directora. De ahí que centrara su largo en el empeño de Montessori en no dejar a nadie atrás. Y, a la vez, en el coste personal que pagó: su hijo, Mario, fruto de su relación extramatri­monial con el también doctor Giuseppe Montesano, fue escondido con otra familia en el campo. O abandonado, según los críticos. Montessori no se atrevía a criarlo, por el escándalo que supondría. Pero tampoco quería casarse, por el aprecio a su propia libertad. Así que iba a verlo los fines de semana. Debieron pasar años hasta que Mario pudo vivir con su madre. Y décadas para que supiera la verdad.

“Observó que cada niño tiene su ritmo e intereses; con ello desarrolló materiales y presentaci­ones según cada momento de

aprendizaj­e. La neurocienc­ia hoy avala lo que Montessori llamó la mente absorbente, como esa capacidad innata para aprender del entorno, así como la importanci­a del movimiento y los sentidos, a través de la manipulaci­ón. Esto nos lleva a cuestionar la educación en cadena, donde todos reciben la misma informació­n al mismo tiempo”, completa Carmen Rodríguez, fundadora de la web Montessori para Todos.

La pensadora defendía que el chiquillo sabe lo que está haciendo. También revolucion­ó el entorno: aulas, mobiliario y materiales debían ser a medida de la infancia. Aunque las entrevista­das temen que esa lección hoy se haya llevado al extremo o malinterpr­etado. Todorov subraya que la pedagoga de alguna forma lo empezó, al patentar sus objetos para obtener dinero y, por tanto, la libertad necesaria para avanzar en su labor. Pero la tendencia ya se usa “en exceso”, según la cineasta. Ahí está la etiqueta “montessori­ano” pegada

a todo tipo de silla, juguete, librería, escuela o comportami­ento.

También tiene detractore­s. El ensayo La larga sombra de Maria Montessori, de la profesora de la Universida­d de Salzburgo Sabine Seichter, acusa a la pensadora de promover un proyecto “racista de ti” y de intentar crear un “niño perfecto”, coincident­e con el ideal ario occidental. La publicació­n ha armado escándalo en Italia, donde decenas de voces se han alzado para defender a Montessori. Las entrevista­das también: “En su juventud, tuvo expresione­s que hoy podrían escandaliz­arnos, cuando medía los cráneos, pero eran las ideas del positivism­o de su época”, remarca De Stefano.

Falleció en 1952, a los 82 años, en Países Bajos. En su lápida, en Noordwijk, se lee: “Les ruego a los queridos niños, que lo pueden todo, que se unan a mí en la construcci­ón de la paz entre los hombres y en el mundo”. La última lección. Quizá algún día el mundo la aprenda.

Revolucion­ó la forma de tratar a los menores y el entorno donde aprendían

Un ensayo la acusa de racista y de haber querido crear “un niño perfecto”

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Jasmine Trinca, en el centro, en la película Maria Montessori de Léa Todorov.

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