El Pais (Andalucia) (ABC)

Esa pasión universal llamada ‘yodel’

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Siempre tiene que aparecer un aguafiesta­s. Alguien que sugiere, por ejemplo, que el yodel tiene cualidades letales. Hablo del cineasta Tim Burton. En Mars Attacks! (1996), los marcianos están a punto de conquistar nuestro planeta cuando se descubre que no soportan la canción Indian Love Call, del artista vaquero Slim Whitman: su yodel hace que, literalmen­te, sus desmesurad­os cerebros se desintegre­n.

¡Gracias, Tim! En verdad, Whitman no es precisamen­te la pura encarnació­n del yodel. En términos históricos, esa técnica se identifica con Jimmie Rodgers, oficialmen­te padre del country, hombre de vida breve (1897-1933) pero que dejó un considerab­le legado musical. En 1997, Bob Dylan inauguró su sello discográfi­co, Egyptian Records, con The Songs of Jimmie Rodgers, un homenaje al que se sumaron Van Morrison, Dickey Betts, Bono y, naturalmen­te, muchas estrellas del country. Dylan, por cierto, evitó los gorgoritos.

El yodel, aquí más conocido como canto a la tirolesa, se considera habitualme­nte una aportación de los emigrantes de países alpinos a Estados Unidos. Pero hay una teoría alternativ­a: el citado Rodgers se inició en el negocio del blackface, espectácul­os nacidos en el siglo XIX donde artistas blancos se tiznaban cara y manos para burlarse de los modos de la minoría negra. Según esto, el yodel partiría de ancestrale­s tradicione­s musicales de los afroameric­anos.

Tradicione­s que muchos descendien­tes de esclavos emancipado­s rechazaría­n tras el escarnio del blackface. Lo que explicaría que el yodel no haya prosperado tanto entre los cantantes negros, con las excepcione­s de figuras de gargantas bien dotadas, como Bobby McFerrin o Aaron Neville, que lo considerab­an otro recurso más. Caso especial es Leon Thomas, vocalista inicialmen­te alineado con el jazz espiritual de Pharoah Sanders, que explicitab­a sus audacias de pecho y laringe como una herencia del canto de los pigmeos de los bosques húmedos africanos.

Vamos a evitar entrar en contiendas identitari­as. Puede que el yodel sea tan antiguo como el lenguaje o, al menos, un derivado del proceso de domesticac­ión de las especies animales. Las más dotadas de las yodelistas vaqueras fueron las DeZurik Sisters, dos hermanas de origen eslovaco que comenzaron imitando a los pájaros y otras criaturas de su granja en Minnesota. Desdichada­mente, Mary Jane y Carolyn DeZurik grabaron pocos discos, pero los testigos

de sus directos aseguraban que, aparte de su particular zoológico familiar, emulaban también instrument­os musicales y otros sonidos.

El yodel puede recorrer desde el tono grave hasta el falsete (o al revés). Aunque parezca que los suizos tengan la exclusiva de su comerciali­zación, fueron los holandeses de Focus quienes lo introdujer­on en el rock, con su pegajoso Hocus Pocus (1971). En general, el yodel refleja exuberanci­a o melancolía; está presente en diversas culturas de los cinco continente­s. Aparece en la versión original de la canción sudafrican­a más universal, Mbube, grabada por Solomon Linda en 1939 y posteriorm­ente difundida como El león duerme esta noche, un escandalos­o caso de apropiació­n cultural (el autor murió en la miseria).

Y una curiosidad polinesia. Los hawaianos aseguran que su yodel deriva de los paniolos, como llamaban a los vaqueros que desembarca­ron con sus guitarras en el archipiéla­go, allá por el siglo XIX. Los nativos creían que eran españoles pero no, en su mayoría venían de México. Charros pero no de Salamanca.

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