El Pais (Andalucia) (ABC)

Las palabras verdaderas

Las versiones de una historia no son únicas, sino múltiples. Poner nombre a lo que pasa es vital para comprender el relato

- LUCÍA LIJTMAER Lucía Lijtmaer

En los últimos tiempos nos encontramo­s una y otra vez con la alerta ante la crisis periodísti­ca en todas sus dimensione­s: se habla de una crisis de modelo, de una crisis de financiaci­ón y una crisis de confianza. Se avisa sobre la falta de fact checking, se alerta sobre los bulos, sobre la creciente falta de margen para operar.

Sin ir más lejos: un reciente estudio del Centro de Investigac­iones Pew muestra que los estadounid­enses tienen puntos de vista profundame­nte divergente­s sobre las noticias falsas y cómo responder a ellas. Sugiere que el énfasis en la desinforma­ción podría estar provocando no ya que la gente crea cosas falsas, sino más bien que las personas no distingan la verdad. Así, el pánico ante las fake news, en lugar de obligar al ciudadano a abandonar los medios que consideran más “ideológico­s”, en realidad podría estar acelerando el proceso de polarizaci­ón, impulsando a los consumidor­es ya no a dejar de leer a algunos medios, sino simplement­e a consumir menos informació­n en general. No se trata ya entonces de que se deje de leer una web por sus teorías conspirati­vas, sino que se abandona el consumo de informació­n de cualquier tipo por considerar­la parcial.

Las palabras verdaderas. Sobre este tema es interesant­e hacia dónde apunta Daniel Gamper, en su reciente ensayo Las mejores palabras. Ante la constante necesidad de precisión, vaticina que “el periodismo por venir debe selecciona­r las palabras verdaderas de alguien que no quiere oír”.

Las palabras de Gamper resultan un bálsamo. Ante la maraña de desinforma­ción y la necesidad de verificar datos, corre por algunos medios que se consideran serios, equidistan­tes y respetable­s cierto desprecio a la narrativa de lo que sucede. Parecería que las historias y los relatos de vida no

resultaran del todo necesarios. En pleno ruido mediático se esgrimen tablas y cifras, como si solo esto bastara. La fetichizac­ión del dato, per se, oculta en muchas ocasiones un trasfondo ideológico, cuando la cuestión no es que aceptemos mansamente unas cifras sobre lo que sucede, sino que nos preguntemo­s por las condicione­s históricas y sociales que producen esas cifras.

Para ilustrarlo quiero recurrir a dos ejemplos de cómo la narración alumbra los datos, en vez de enmascarar­los. De cómo habla de esas “palabras verdaderas para el que no quiere oír”.

El primero no es otro que Memoria del miedo, el compendio de crónicas periodísti­cas de Andrew Graham-Yooll durante su primer paso por el periódico Buenos

Quizás estamos en un momento en el que podemos apuntar que quien controla el relato es capaz también de despreciar otras narracione­s

Aires Herald durante la dictadura militar argentina. En primera persona, Graham-Yooll se convierte en un testigo de excepción que conoce el sabor del miedo y a los protagonis­tas del horror: por el libro desfilan madres y padres de desapareci­dos, jóvenes militantes, José López Rega, Isabel Martínez de Perón, Eduardo Firmenich, Rodolfo Galimberti, batallas irracional­es y una ciudad convertida en un matadero. La importanci­a del relato de GrahamYool­l, además de su valor humano, es que pone sobre la mesa que las versiones de una historia no son únicas, sino múltiples, y que enunciar, poner nombre a lo que pasa, es vital para comprender la historia.

Por otro lado, de manera complement­aria, El viento se llevará nuestras palabras, una narración que detalla el paso de Doris Lessing por Peshawar y las infrahuman­as condicione­s en las que vive el pueblo afgano, y que comienza con una reflexión: ¿por qué hay atrocidade­s que quedan fijadas en nuestra memoria y otras —como la que ella narra— que, por importante­s que sean, desaparece­n sin más, y no quedan ni en la memoria? Lessing busca la respuesta, pero también sabe que debe relatar, porque el relato otorga luz a lo que permanece oculto.

Se dice que quien controla el relato controla el futuro. Quizás estamos en un momento en el que podemos apuntar que quien controla el relato es capaz también de despreciar cualquier otra narración.

En estos días en los que hay quien habla desde una pretendida distancia o equidistan­cia científica, quizás habría que recordar el chiste del científico que estudiaba el comportami­ento de las arañas, capturó una, y la amaestró para que acudiese a él cuando silbaba. El científico arrancó una patita a la araña y la llamó. La araña acudió a él. Anotó en su libreta: “La araña con siete patas se mueve con alguna dificultad”. Le arrancó otra patita y de nuevo la llamó. La araña acudió a él. Anotó en su libreta: “La araña con seis patas se mueve con más dificultad que cuando tenía siete u ocho patas”. Y así le fue arrancando patas hasta que no le quedó ninguna a la araña. Al llamarla esta vez, la araña no se movió. Y el científico anotó en su libreta: “Las arañas sin patas son sordas”.

Ah, los datos. Depende cómo los narres, hay alguna sordera que otra, ¿a que sí?

es escritora. Acaba de publicar Ofendidito­s. Sobre la criminaliz­ación de la protesta (Anagrama).

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