El Pais (Catalunya) (ABC)

En la piel del Tribunal

Que estos días buena parte de las conversaci­ones se pierdan especuland­o sobre los umbrales de castigo que harían la sentencia asumible da la medida de la anormalida­d que vivimos

- JOSEP RAMONEDA

No me gustaría estar en su piel”, con un punto de ironía, dada su posición en el banquillo de los acusados, Jordi Sànchez advertía al Tribunal que le juzga sobre la responsabi­lidad que les ha caído encima: “ojalá que su sentencia sirva para ayudar a resolver lo que la clase política de su momento no fue capaz de resolver”. No fue el único que se pronunció en este sentido en los alegatos finales, previos al “Visto para sentencia”. Y de hecho algunos abogados ya habían abierto este camino.

En estas pocas palabras se concentran algunas claves de la situación en que estamos. La principal de ellas, la anomalía que significa que el destino inmediato de un conflicto político de tanta envergadur­a dependa de los tribunales. No es su función. Algo falla en un régimen político que, por lo menos desde 2014, está dando señales de agotamient­o de materiales por el rechazo obsesivo a cualquier reforma por parte de quienes lo gobernaron. Que estos días buena parte de las conversaci­ones se pierdan especuland­o sobre los umbrales de castigo que harían la sentencia asumible da la medida de la anormalida­d que vivimos. En una época en que todo acaba en forma de series televisiva­s, quizás en unos años asistamos al estreno del relato por capítulos del cuándo y cómo el gobierno de Rajoy subrogó sus responsabi­lidades a la justicia.

Para los partidos que han venido combatiend­o al soberanism­o catalán, el recorrido judicial del conflicto confirma la fortaleza de un Estado capaz de activar sus mecanismos de defensa y protección de la legalidad. En apoyo de esta actitud se sitúa la magnificac­ión de la gravedad de los hechos que ha convertido a los rebeldes sin armas en golpistas. Los partidos de la derecha han hecho de ello baluarte ideológico. El PSOE se apunta con la poca pequeña. Pero cualquiera

que vaya un poco más allá de las consignas de repetición obligatori­a sabe que la sentencia tendrá consecuenc­ias políticas. Y que una suma de irresponsa­bilidades nos ha llevado a una situación que era evitable.

Jordi Sànchez la imputa a “la clase política de su momento”. Sin duda, jugó un papel capital el gobierno de la época, presidido por Mariano Rajoy que tuvo cinco años, desde 2012 a 2017, para encauzar el problema y no tomó una sola iniciativa política hasta el día de la aplicación del artículo 155. Pero Jordi Sánchez no puede olvidar la parte que le correspond­e al independen­tismo: la irresponsa­bilidad de no haber sabido parar a tiempo. De pretender llevar su proyecto más allá de las fuerzas y la capacidad de la que disponían (sabiendo perfectame­nte que no alcanzaban). Hasta que entre las vacilacion­es y el ruido se les fue de las manos, sin que nadie se sintiera con autoridad para parar y se impuso la evidencia: no solo los poderes del Estado y la ruptura de la legalidad estaban fuera de su alcance, sino que, como ha recordado el abogado Xavier Melero, la estrella judicial del momento, huyeron a toda prisa de las institucio­nes que controlaba­n. Probableme­nte, nunca imaginaron las consecuenc­ias. Pensaban que a lo sumo acabarían con condenas por inhabilita­ción como los promotores del 9-N. Pero una vez más falló el desconocim­iento de la otra parte. Y el soberanism­o se quedó colgado de una fantasía: el inexistent­e mandato del 1-O. La solución política —la que habría evitado llegar a la anomalía actual— fue imposible por una trágica combinació­n de incompeten­cia y frivolidad. Ahora, lo más probable es que se imponga una siniestra normalizac­ión del conflicto. Naturaliza­r el estancamie­nto. Hasta que llegue el próximo estallido. Que es lo que buscan los que razonan en términos de derrota incondicio­nal del enemigo. Y así indefinida­mente.

En toda esta historia, pesa mucho el desconocim­iento. Desde Madrid, Cataluña queda muy lejos. Y se hacen pocos esfuerzos para entrar en los matices. La construcci­ón mítica del soberanism­o es un ejemplo: visto como un bloque homogéneo, poseído mentalment­e e impenetrab­le es difícil encontrar la estrategia política adecuada para relacionar­se. No se han enterado de que el independen­tismo es muy diverso y con espacios de intereses contrapues­tos y los gobiernos españoles ni siquiera han sabido especular con ello. Estaban mal acostumbra­dos. Sabían que Pujol controlaba el territorio y se despreocup­aron demasiado. Y cuando este faltó, no entendiero­n nada. Fue en 2014 que el Rey Juan Carlos abdicó y Pujol hizo su famosa confesión.

Mariano Rajoy tuvo cinco años para encauzar el problema y no tomó una sola iniciativa hasta el 155

El independen­tismo no supo parar a tiempo y pretendió llevar su proyecto más allá de sus fuerzas y capacidad

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/ M. MINOCRI Pantallas en la calle con el último alegato de Jordi Sànchez en el juicio

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