El Pais (Catalunya) (ABC)

La mala digestión y la política de bloques

Ha habido demasiada emoción y demasiada visceralid­ad en la negociació­n de los pactos, pero es de esperar que se vaya consolidan­do una nueva cultura política en la que el pacto no sea visto como una traición

- MILAGROS PÉREZ OLIVA

La tensión que se ha vivido en los días previos a la elección de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona ha hecho aflorar la dificultad que tienen las fuerzas políticas para adaptarse a un nuevo escenario en el que lo normal ya no es gobernar con mayoría absoluta y ni siquiera con un pacto a dos. Gran parte de las mayorías de gobierno han exigido pactos entre tres o más fuerzas políticas y eso ha hecho que en muchos casos sus protagonis­tas hayan tenido que traspasar lindes ideológico­s y desdecirse de vetos anunciados en el periodo electoral. El resultado es una geometría muy variable en la que ni siquiera la alianza que parecía más sólida, la de ERC y Junts per Catalunya, atados por el pacto soberanist­a que gobierna la Generalita­t, ha resistido.

La batalla de Barcelona ha sido, sin duda, la más virulenta y, por la importanci­a estratégic­a que la ciudad tiene para el independen­tismo, también la más visible. En su desesperad­a lucha por la alcaldía, haciendo valer su condición de lista más votada, los republican­os han forzado los argumentos hasta extremos insólitos, sin darse cuenta de que la aritmética electoral los iría destrozand­o uno a uno al poco de ser formulados. En cuanto Valls ofreció sus votos gratis para la investidur­a de Colau como un “mal menor” si llegaba a un acuerdo de gobierno con los socialista­s, el soberanism­o contraatac­ó acusándola de participar en una “operación de Estado” contra el independen­tismo. Pero el apoyo de los comunes para que ERC alcanzara alcaldías tan importante­s como la de Tarragona o de Lleida disolvió ese argumento.

Los independen­tistas se esforzaron por presentar como el colmo de la incongruen­cia política y moral aceptar los votos de Valls y pactar con los “carceleros” del PSC, pero Esquerra Republican­a ha pactado con los "carceleros" del PSC en muchos municipios, y en algunos casos, como en Figueres, Tárrega o Sant Cugat, para desbancar

Colau y Valls, durante el acto de investidur­a, ayer, de la alcadesa.

a Junts per Catalunya a pesar de ser la lista más votada. El último recurso fue acusar a Colau de actuar movida únicamente por su ambición de poder, como si querer la alcaldía no fuera legítimo y como si Ernest Maragall no pretendier­a exactament­e lo mismo. Algunos recurriero­n incluso a la maledicenc­ia, insinuando que Colau tenía un pacto secreto con Valls. Mal fondo y mal estilo. La batalla política no debería enfangar el debate público de esta manera.

La tensión que se vivió en la plaza de Sant Jaume, con gritos del independen­tismo contra la alcaldesa Ada Colau, evidenció la mala digestión de los pactos. Hubo escraches en otras plazas y ayuntamien­tos a cuenta de la tensión por el conflicto soberanist­a. Demasiadas emociones y demasiada visceralid­ad, pero es de esperar que el hábito haga al monje y que cuando se hayan sucedido los mandatos con acuerdos múltiples y geometría variable, se vaya consolidan­do una nueva cultura política en la que el pacto no sea visto como una traición ni como una renuncia, sino como una forma de avanzar hacia los objetivos que cada uno tenga.

Cataluña vive tiempos excepciona­les, con poderosos vectores que empujan hacia la polarizaci­ón y el enfrentami­ento, hacia una política de bloques entre independen­tistas y no independen­tistas. Pero mucha gente está empezando a estar cansada de tanta tensión. Las institucio­nes necesitan un respiro. Necesitan volver a la normalidad de la gestión cotidiana, porque el mundo no se para y los problemas, si no se abordan, se enquistan y se agravan.

A falta de que se celebren las elecciones autonómica­s para cerrar el ciclo electoral en Cataluña, hay indicios de que el tablero político se está moviendo. Uno de los elementos más novedosos es el papel que puede jugar Manuel Valls. Parece claro que con su gesto de votar a Colau para impedir que la alcaldía fuera a parar a manos independen­tistas, Valls está reseteando su proyecto político en Cataluña. Su discurso en el Pleno del Ayuntamien­to así lo indica. En esta nueva fase, Valls puede estar interesado en distanciar­se de Ciudadanos. La marca no ha resultado ser lo que él esperaba cuando decidió implicarse en la política catalana. De hecho, ha entrado en un pronunciad­o declive. Del más de un millón de votos que obtuvo Inés Arrimadas en las elecciones autonómica­s del 21-D, pasó a 477.000 el 28-A con la misma candidata, y luego a 277.000 en las municipale­s.

También el independen­tismo ha retrocedid­o en la ciudad de Barcelona. Ada Colau podrá gobernar ahora con mayor holgura de lo que lo hizo el pasado mandato, y ERC tendrá que demostrar, en cada votación, si actúa como una fuerza progresist­a, o antepone la agenda identitari­a votando a la contra para desgastar a Colau.

ERC tendrá que demostrar, en cada votación, si es una fuerza progresist­a o prima su deseo de desgastar a Colau

Con la decisión de apoyar a comunes y socialista­s en Barcelona, Valls está

su proyecto político

de los 27 concejales), pero desmontó el intento de la oposición de sumar una candidatur­a alternativ­a. El líder local del PSC, Pol Gibert, admitió que la ciudad los “castigó duramente” hace cuatro años por el caso Mercurio, pero aseguró que en este tiempo su partido “ha emprendido un camino de cambio y apertura en manos de una nueva generación”.

Durante el pleno, un centenar de miembros de los CDR de Sabadell, Òmnium y ANC se concentrar­on ante el Ayuntamien­to para protestar por la investidur­a de Farrés, a la que consideran heredera de Bustos. Los concentrad­os también mostraron carteles en contra de la concejala de Podem, Marta Morell, recordándo­le que había cambiado su apoyo a los CDR el 1 de octubre por el apoyo a los partidos del 155. El Ayuntamien­to y Ciudadanos también denunciaro­n y condenaron la agresión sufrida por la diputada de este partido, Laura Vílchez, por el lanzamient­o de un objeto a la salida del edificio municipal por parte de los concentrad­os.

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/ ALBERT GARCIA

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