El triunfo de los Warriors, una cuestión de fe
El equipo de San Francisco consigue en Boston su cuarto título de la NBA en ocho años tras ganar el sexto partido (90-103)
Washington Hacía rato que la final ya era historia del baloncesto en el TD Arena de Boston. Los aficionados de los Celtics habían plegado las velas de su naufragio, y Stephen Curry y Klay Thompson bailaban dando saltitos sobre la plataforma en la que acababan de recibir en el centro de la cancha el trofeo de campeones de la NBA, el cuarto que en ocho años consiguen para su equipo, los Golden State Warriors. Sobre sus cabezas, 17 banderolas colgaban del techo, una por cada anillo ganado en un pasado demasiado lejano para los Celtics, que sucumbieron al empuje de un rival que dominó siempre, salvo un brevísimo paréntesis en el arranque. Los de San Francisco habían sentenciado (90-103) la eliminatoria sin necesidad de agotarla (4-2).
Al borde de la cancha, Jeff, un aficionado de los Warriors, se erguía de puntillas para tratar de capturar con su móvil cómo dos viejos amigos saboreaban el triunfo. Casi sin voz, contó que había comprado con descuento, antes del comienzo de la temporada, las entradas para el sexto y séptimo partidos de la eliminatoria, mucho antes de saber si los suyos los iban a jugar. “Era la manera de conseguir precios que alguien como yo puede pagar”, añadió. Jeff es un hombre de fe. Y esta generación de jugadores, que ha logrado regresar a la cumbre del baloncesto cuatro años después, ha dejado claro que también lo es.
Fe en que había vida después del infierno de las lesiones, que acosaron a Klay Thompson (rodilla y talón de Aquiles) y deshicieron el trío que forma desde hace una década con Curry y con el puntal defensivo, Draymond Green. Y fe también, por encima de las críticas, en Curry, la estrella de estos Warriors, un jugador al que, pese a haber agotado los superlativos, se le acentuó el jueves en Boston esa cara de hermano pequeño que tiene, cuando, a falta de 22 segundos para el final, se fue a la banda y se abrazó a su padre, Dell, antes de volver a la cancha entre lágrimas. Luego, de nuevo como un niño, justificó su travesura: “No pude dejar escapar un momento tan especial”.
El triunfo de los Warriors en la temporada del 75º aniversario de la liga es la consagración del mejor tirador de la historia de larga distancia, una distancia a veces directamente sideral. Había ganado otros tres anillos, pero nunca se había apuntado tanto mérito, bien por demérito contrario (Cleveland Cavaliers, en 2015) o bien por la alargada sombra del ciclón Kevin Durant, con el que compartió vestuario en dos victorias (2017 y 2018). El jueves también se llevó por primera vez el MVP al mejor jugador de la final.
Curry acaba la serie como el máximo anotador de cinco de los seis partidos (con 34, 29, 31, 43 y, de nuevo 34 puntos, respectivamente). Y cuando no lo fue, en el quinto (16), dieron un paso adelante otros, como el propio Thompson, Kevon Looney, Gary Payton II, Jordan Poole y Andrew Wiggins.
Los aficionados de Boston se repetían estos días para convencerse a sí mismos que los Celtics habían demostrado ser mejor equipo este año. No fue suficiente para sobreponerse al cansancio, los nervios y el lamentable rendimiento de su estrella, Jayson Tatum, que tendrá que esperar a otro momento decisivo para demostrar que merece un sitio entre los más grandes.
Empezaron la eliminatoria de la mejor manera: ganando a domicilio, y apuntándose la victoria en dos de los tres primeros partidos. Pero luego les pasó lo que no les había pasado desde marzo: perdieron dos veces seguidas. No solo eso: el jueves perdieron una tercera (y definitiva). Su entrenador, Ime Udoka, justificó en la sala de prensa a su equipo, al que ha llevado con mano dura y estilo propio: “Duele habernos quedado tan cerca, pero el futuro es brillante. Esto solo es el principio”. ¿Y Tatum? “Debe entender cuál es su lugar en esta liga. Esto ha sido una dura lección para él”.
Durante el sexto partido, la afición de Boston, que se volcó en la remontada y amenazaba con tirar el estadio abajo cada vez que los suyos hacían algo, por poco que fuera, acabó abucheando a sus jugadores.
Fue a medida que se dieron cuenta de que los Warriors, sencillamente, supieron ser más campeones. Porque así es como se restaura la fe en una dinastía.