A la playa
Insisten hasta el patetismo los que van a traer el maná a Andalucía si ganan ellos en que la gente responsable no vaya el domingo a la playa prescindiendo del sagrado deber de votar. Sospecho que la tentación del agua en medio del bochorno debe de ser muy fuerte. Pero los que apelan a la responsabilidad cívica de los ciudadanos no deberían abusar del bien de la patria, sino pedir al personal que acuda a las urnas porque ellos y ellas se pueden quedar sin la nómina.
Desprendían morbo y tensión las primeras temporadas de la serie House of Cards. La protagonizaba el diablo y su apropiada esposa. Poseían talento, maquiavelismo, villanía sofisticada o incendiaria, cinismo, capacidad para el chantaje, la mentira y la manipulación. Consecuentemente, ambos llegarían a la presidencia de EE UU. Su inteligencia y su maldad eran obvias. Pero mejor villanos como ellos que aquella bestia millonaria y desprovista de encanto llamada Trump. Y en el cine español, Rodrigo Sorogoyen hizo un retrato adrenalínico y creíble de la muy macarra corrupción política en El Reino. Pero poco más, los políticos españoles no son atractivos cinematográficamente. Ni en la realidad.
Me sorprendieron las primeras temporadas de la serie Borgen. La gente que la protagonizaba se tomaba en serio lo de la democracia, respetaba ciertos códigos, parecía civilizada en medio de sus batallas por el poder. La primera ministra pertenecía a un partido denominado derecha moderada. No sé lo que es eso. Ni a derecha ni a izquierda. La última temporada de Borgen (Netflix) trata del descubrimiento de petróleo en Groenlandia. Me parece lánguida, insustancial. Pero es probable que un abstencionista irreductible y ya anciano, como alguien que conozco, hubiera tenido alguna vez la tentación de votar si fuera danés, sueco, noruego o finlandés.