Así se resucita a Arturo Bandini
Hambre, encontrados en un archivador, forman la mejor antología de John Fante, creador del escritor más engreídamente encantador de la historia
Durante años aguardaron, como aguardan los tesoros enterrados en algún tipo de galeón al fondo del mar, los 17 relatos —y el apasionante prólogo a una novela propia, la carta de amor a aquello que se ha creado como si aquello que se ha creado pudiese llegar a leerla algún día— de esta fulminante (e inesperada) antología inédita de John Fante (1909-1983), el creador del gran Arturo Bandini, el escritor más engreídamente encantador de la Historia, con mayúsculas. Aguardaron en un galeón con aspecto de alto archivador negro de metal, en una estancia mal iluminada de la casa de Malibú en la que el autor pasó sus últimos años y donde, en 1994, el año de su descubrimiento, aún vivía su esposa, Joyce.
Dio con ellos Stephen Cooper, su biógrafo. Fue la propia Joyce quien le dio acceso al cuarto de los archivadores cuando consideró que podía hacer un buen trabajo. Llevaban un tiempo charlando sobre cómo había sido su vida con John cuando ocurrió. Había, en ellos, sobres, cartas, carpetas, cuadernos y fajos de folios escritos a mano y a máquina. Fotografías, contratos de estudios de cine, cheques anulados, ejemplares viejos de The American Mercury, incluso, cuenta Cooper, “un sobre sellado con la etiqueta ‘Pelo de John Fante”. Y aunque se decía que el autor de Pregúntale al polvo no guardaba nada, lo hacía. Había también en aquellos archivadores relatos tempranos, algunos escritos cuando ni siquiera había abandonado la casa de sus padres.
Para entender la importancia del hallazgo, y el valor, enorme, de cada uno de esos textos, tan vibrantes y escandalosamente fantianos que deben figurar ya entre lo mejor de su producción —sin duda, la antología supera al par publicadas anteriormente, y lo hace porque cada relato contiene la esencia del espíritu de la literatura de John Fante, tan condensada que parece un milagro—, debe viajarse al pasado y reconstruir la figura del escritor, el hijo del mítico y excesivo Nicola Fante, el albañil que destruía, inevitable y fatalmente, todo lo que tocaba. Nació en 1909, y fue siempre un macarroni, como su alter ego, Arturo Bandini, el escritor feliz y rabiosamente condenado al fracaso. Así se llama a sí mismo Bandini, el hijo de Nick, condenado a no ser tomado en serio jamás.
Buen amigo de William Saroyan —cuyos éxitos veía como una inalcanzable proeza—, Fante se describe a sí mismo en sus escritos desde el principio, y también eleva la figura de su padre, y arremete, desde una siempre tiernamente absurda sátira, contra la familia, su familia italiana. Si su talento pasó inadvertido fue por su mala fortuna: Pregúntale al polvo, su gran novela, llegó pronto, en 1939, pero no tuvo ninguna promoción porque la editorial se gastó todo el dinero en la demanda que le cayó por haber publicado el Mein Kampf, de Hitler.
El cine le tentó pronto, y el dinero que hizo en los estudios le fue alejando de la novela, y el relato, su verdadera vocación. Explicaba su hijo, Dan Fante, que admiraba tanto a Knut Hamsun, el Nobel noruego, que solía ensayar su firma en los ejemplares de su biblioteca, una y otra vez. Hambre se titula el clásico de Hamsun que Fante homenajea y moderniza en Pregúntale al polvo. A Fante le rescató Charles Bukowski en 1980, tres años antes de su muerte —una diabetes le fue haciendo, literalmente, pedazos—.
A Fante se le ha empezado a considerar suerte de precursor de la generación Beat, pero fue muchísimo más que eso, revitalizó con un humor poderosamente eléctrico, osadamente absurdo, la narrativa de la perdición de la Gran Depresión, impulsando la figura del perdedor a flamante, invencible, encantadoramente maldito antihéroe, un antihéroe para siempre fuera de lugar, condenado a crear su propio e indestructible mito. Algo de lo que dan buena cuenta los 17 relatos de esta antología, capaces, como pocos, de lanzársete a la yugular —el casi adolescente ‘Me río yo de Dibber Lannon’, o el desamparadamente brillante ‘Póngalo en la cuenta’—, o casi fotografiar, pintar, con un hiperrealismo siempre vitalista —el mismo ‘Hambre’— la clase de histórico momento cotidiano de aquellos con los que la historia no cuenta.
Aunque si algo traen de vuelta estas historias —que a veces son capítulos de futuras novelas sobre inmigrantes filipinos que nunca escribió, e incluso primeras versiones de capítulos de novelas que sí escribió, como Camino de Los Ángeles: todo se detalla al final, en una edición que casi permite asomarse a los cajones de aquel archivador— es, por un lado, a Arturo Bandini, y por otro, a Nicola Fante, el verdadero héroe de John. Con la ferocidad de aquel que espera que nada acabe nunca, se retrata al bruto, inmaduro y visceral, al impulsivo padre que se supo siempre a la vez al margen y en el centro de la familia.
Así, son relatos como diminutas novelas que reproducen, en miniaturas que funcionan como modelos expansibles —como en La hermandad de la uva, en Un año pésimo—, lo que estaba por venir. ‘Los pecados de la madre’, con esa madre como timón y único contacto con lo real, y ese padre al que todo se le escapa, es quizá el mejor ejemplo de la forma en que puede contenerse un universo de un escritor que nunca hizo otra cosa que amar, sin tomarse en serio pero tomándose por eso muy en serio, de dónde venía, lo que había sido, lo que iba a seguir siendo, sabiendo que era algo único y merecía tener un lugar en el mundo.
John Fante
Traducción de Antonio-Prometeo Moya Anagrama, 2022. 288 páginas. 19,90 euros