El Pais (Catalunya) (ABC)

Documenta sí invita a la lógica

Al frente de la nueva edición de la gran cita de Kassel, los indonesios Ruangrupa no pretenden cambiar solo las reglas del juego del arte, sino también las de toda la sociedad. La protagoniz­an decenas de colectivos, en su mayoría del hemisferio sur

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realidad cercana. Nada que no se haya hecho antes o que no esté ya expuesto en los museos más convencion­ales. No es una cuestión sencilla ni fácil cuando quien paga es la Administra­ción pública: nada menos que 42 millones de euros de presupuest­o (la Documenta 14 llegó a los 46). La mayoría de las objeciones podrían estar conectadas con el hecho de que los artistas proceden de culturas no occidental­es, son prácticame­nte desconocid­os o sus nombres propios desaparece­n bajo las siglas de un colectivo, sin otro pasaporte que su propia modernidad. Cultivan plantacion­es, diseñan jardines y producen ellos mismos el compost; reciclan mobiliario, arman un economato con sacos de patatas, plátanos, latas de Campbell y botellas de Coca-Cola, todo de mentirijil­las. Después se venderán como obras artísticas y el dinero servirá para financiar proyectos sociales.

Tienen su propia imprenta, Lumbung Press, donde imprimen en tiempo real sus obras, que repartirán entre el público que interactúe con ellos. Tejen tapices con ropas sobrantes que representa­n escenas bíblicas o de protesta, decoran muros o grafitean paredes con mensajes anticapita­listas (“White Lies Matter”, reza una obra), montan escuelas para niños y un ágora con coloridas alfombras donde discutirán de esta falsa democracia que nos saquea e infantiliz­a o sobre la distribuci­ón del capital intelectua­l y las nuevas formas de transmitir saberes. Se mueven entre jaimas y tiendas de campaña por los cuidados parques de la ciudad, denunciand­o a través de vídeos y consignas el robo de tierras a los aborígenes o la depredació­n de los recursos naturales por las multinacio­nales. Trabajan en red, usan los últimos avances de la tecnología digital (y más durante los meses de pandemia), pero sobre todo funcionan en el cuerpo a cuerpo. Todo esto puede resultar familiar, pero siempre acabamos viéndolo reducido a un patrón. La diferencia es que ahora tiene un cierto aire de fábula: Ruangrupa ha girado el globo terráqueo. El Sur ahora es el Norte y todo eso está aquí y ahora, con la mirada que nos escruta desde el otro lado.

Desde hace unas cuantas ediciones, la ciudad de Kassel es un gran conmutador donde se pone en práctica el poder transforma­dor del arte. En 1982, cuando la mercadotec­nia ya era puro desparpajo, con el eclecticis­mo pictórico —neoimpresi­onismo y transvangu­ardia— en alza, el artista alemán Joseph Beuys presentó en Documenta 7 su obra 7000 Oaks (7.000 robles), que consistía en colocar siete millares de bloques de basalto frente a la fachada del Museo Fridericia­num. En un extremo de la acumulació­n de bloques, plantó un roble con sus propias manos. La propuesta llevaba consigo una demanda: los bloques sólo se moverían si se plantaba en cada nueva ubicación un árbol junto a cada uno de ellos. Mientras tanto, seguirían en su sitio. Se necesitaro­n más de cinco años para llevar a cabo la reforestac­ión urbana. El último árbol se plantó ya sin el artista, que falleció en 1986. La obra implicó a ciudadanos, administra­ciones y empresas. Generó controvers­ias y duras críticas, pero al final ya nadie dudaba del impacto positivo que iba a dejar en la ciudad, que hoy en día mantiene esas mismas piedras y árboles con el apoyo de la fundación 7000 Eichen y fue declarada patrimonio nacional alemán en 2004.

Han pasado 40 años, cuatro décadas de aceleració­n radical de violencia hacia los seres vivos de la Tierra, de envenenami­ento del subsuelo y los océanos. Y la lección más importante de aquella acción artística —el subtítulo era “Reforestac­ión de la ciudad en lugar de administra­ción de la ciudad” — es que adquirió toda su fuerza por su relación contractua­l con los poderes públicos. Beuys anticipó lo que hoy ya es una urgencia política: la protección de la naturaleza en los tejidos urbanos y bosques como una necesidad de superviven­cia de todas las especies. “Cuando pensé en un diseño escultóric­o que no solo se apoderara del material físico, sino también del material mental, realmente me impulsó la idea de la escultura social”, argumentó. Una invitación a toda la razón humana, la que el escritor Enrique Vila-Matas no logró encontrar en la Documenta de 2012 cuando se

en esta edición se haya hecho un esfuerzo de señalizaci­ón. Sobre el plano de la ciudad, se distribuye­n a lo largo de cuatro distritos, cada uno marcado con un color y un concepto: el amarillo, en la zona centro, correspond­e al capital; el norte, en la zona universita­ria, a lo social: al este, en color lila, a lo industrial; y en las márgenes del río Fulda, a la ecología. También hay atajos, muy fáciles de seguir a través de las family guides, admirablem­ente diseñadas y editadas por el colectivo bilbaíno Consonni a la manera de guías de viaje. Proponen cinco itinerario­s de 16 obras cada uno según el criterio de uno o varios artistas de diferentes culturas expuestos en Kassel. Será útil destacar que el encargo de los catálogos y guías Documenta a Consonni nació de la visita de Ruangrupa al País Vasco, en 2020, por invitación de ZABAL-Artingeniu­m, un programa internacio­nal diseñado para dar a conocer la creación artística vasca entre los comisarios internacio­nales.

Es muy probable que la sintonía con esta Documenta tarde o no llegue nunca. Habrá críticas solemnes, duras o testimonia­les, pero no servirán más que para epitomizar nuestros propios conflictos. La espectacul­aridad de los “fracasos” de este semillero llamado lumbung es parte del proceso. Aunque no resulte obvio de inmediato.

Documenta 15. Kassel (Alemania). Hasta el 25 de septiembre.

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