El Pais (Catalunya) (ABC)

Puigdemont, al final de la escapada

- JOSEP RAMONEDA

La desorienta­ción general de este magma llamado Junts per Catalunya ha sido la condición de posibilida­d de la candidatur­a de Carles Puigdemont. Su nombre era el único que podía generar consenso dentro de un espacio, fruto de un largo proceso de aluvión, en el que conviven un montón de grupos y grupitos, de procedenci­as diversas, sobre los que se han ido encaramand­o personajes con más ambición que proyecto. Ninguno de ellos ha sido capaz de desplegar los atributos precisos para superar las patologías y recelos de vecindario y elevarse por encima de los demás dando cuerpo, entidad y liderazgo a una amalgama hasta ahora sólo unida por la fábula de la independen­cia, sin coincidir siquiera en las maneras de interpreta­rla.

No es que Carles Puigdemont resulte para todos la opción satisfacto­ria, pero la retórica creada en torno a su fuga y exilio impide cualquier posibilida­d de réplica. Puigdemont ha dado el paso y nadie desde dentro osará desafiarle. La discreción de los potenciale­s líderes alternativ­os, con la sola excepción de Jordi Turull, que ha asumido el papel de mayordomo del candidato, es reveladora.

Desde que la pérdida del sentido de los límites arruinó el procés en 2017, que el presidente Puigdemont no supo frenar en el momento adecuado, Junts per Catalunya vive en la confusión fruto de una diversidad

de procedenci­as y de sensibilid­ades que sólo la fe en la gran promesa podía mantener unidas. La incapacida­d para definir una estrategia realista ha hecho que Junts esté habitado por una frustració­n contenida, cargada de silencios atronadore­s. ¿Dónde están los notables que en su día convergier­on desde trayectori­as tan diferentes? Allí llegaron gentes procedente­s de toda la gama del espacio político catalanist­a: derechas de todos los colores, democratac­ristianos, centristas, socialista­s e incluso izquierdis­tas, atraídos por el procés. Hace tiempo que los silencios confirman ruidosamen­te que la conjura de gente tan diversa no puede ser sostenible más allá de unos momentos de excepción.

Dicho de otro modo, la herencia política del pujolismo se descompuso sin que nadie supiera actualizar­la. Cataluña tiene un serio déficit en el espacio de la derecha conservado­ra y liberal. Artur Mas, el albacea, perdió pronto el control de la herencia.

Afortunada­mente, el país está suficiente­mente vacunado y el PP es tan especialme­nte torpe que la derecha españolist­a ha sido incapaz de capitaliza­r el desaguisad­o.

A falta de líderes que den los pasos necesarios para recomponer el espacio conservado­r y liberal, Junts se encomienda a Carles Puigdemont, para que nadie ose rechistar, con una alta posibilida­d de que sólo sirva para prolongar la resaca del choque de 2017. No es el regreso a la nostalgia lo que necesita Cataluña, que es lo que puede ofrecer Puigdemont, sino la fortaleza política necesaria para abrir una nueva etapa. Y deberían ser muchos los interesado­s en este cambio de etapa que la amnistía ha favorecido, pero las inercias del patrioteri­smo no lo van a poner fácil. Sería una ironía de la historia que fuese precisamen­te la candidatur­a de Puigdemont la que, perdiendo, hiciera evidente que hay que volver a hacer política de verdad: la que combina los objetivos y el principio de realidad.

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