El país, presa de la incertidumbre en plena confrontación con Israel
El régimen, en horas bajas, se ve abocado a unas elecciones presidenciales con el riesgo de un nuevo récord de abstención
Las redes sociales iraníes —de la diáspora, pero también dentro del país— se llenaron el domingo de memes tras el anuncio de la desaparición del helicóptero del presidente iraní, Ebrahim Raisí. Ya antes de que se confirmara su muerte, muchos usuarios iraníes de la red social X mostraban euforia, divulgando fragmentos de películas con gente bailando o brindando y etiquetas como #Iranishappy (Irán está feliz). Otros de esos tuits no eran irónicos ni graciosos: reproducían imágenes de Mahsa Amini, la joven kurda cuya muerte bajo custodia policial tras ser detenida por llevar mal puesto el velo desató las últimas protestas contra el régimen en 2022, o de otros iraníes, algunos adolescentes, muertos en la represión de esas manifestaciones, en las que se cometieron crímenes contra la humanidad, según una misión de investigación de la ONU. Al menos 550 personas murieron entonces a manos de las fuerzas de seguridad y paramilitares; 60.000 fueron detenidas y nueve hombres han sido ahorcados hasta ahora en relación con las manifestaciones.
Con este trasfondo de descontento de una parte de una población, además, empobrecida —el último dato oficial de inflación fue del 56%— y en plena confrontación con Israel por la guerra de Gaza, la muerte de Raisí aboca al régimen a celebrar, como prevé su Constitución, elecciones presidenciales, cuando en las últial
citas electorales se batieron récords de abstención. La baja afluencia a las urnas se interpreta como un elemento de deslegitimación de un régimen que tradicionalmente había esgrimido en el pasado la alta participación electoral, en ocasiones superior 70% del electorado, como demostración de apoyo popular.
El reto de evitar que una baja participación desautorice de nuevo al sistema político islámico que rige el país desde 1979 se ve ahora multiplicado por la necesidad de eludir una imagen de fragilidad institucional tras el golpe que supone el fallecimiento del jefe del Ejecutivo en un accidente de helicóptero cuyas circunstancias están aún por aclarar. Sobre todo porque Raisí era además uno de los nombres que sonaba para suceder al anciano líder supremo, el ayatolá Alí Jameneí, de 85 años, y cuyo reemplazo tras su muerte — el que puede marcar el futuro de Irán—, sigue en el aire mientras esa encrucijada se acerca.
“Nunca sabremos hasta qué punto era probable que Raisí sucediera a Jameneí, pero si de verdad se le estaba preparando para ser un serio aspirante, entonces esa inversión [del régimen] se ha evaporado”, recalca en varios mensajes por WhatsApp Rouzbeh Parsi, jefe del programa de Oriente Próximo y Norte de África del centro de análisis Instituto Sueco de Asuntos Internacionales. Desde Teherán, la periodista Fereshteh Sadeghi asegura, por el contrario, que las muertes del presidente y de su séquito no “tendrán consecuencias” de peso. “La política iraní no depende de personas determinadas”, asegura, para descartar a continuación “la utilidad de discutir sobre la sucesión del líder supremo”. El presidente fallecido “era un candidato” a suceder a Jameneí, precisa, pero “nadie sabía si iba a serlo”, zanja.
Las presidenciales para elegir al sucesor de Raisí serán previsiblemente en verano, en vísperas del segundo aniversario de las protestas que comenzaron prácticamente el 16 de septiembre de 2022, el día en que Amini fue desconectada del respirador que la mantenía viva tres días después de ser detenida en Teherán por llevar mal puesto el velo.
A pesar de ello, “el régimen iraní no está en un punto de inflexión. Es estable”, asegura Parsi. “La gran pregunta ahora es si los conservadores pueden unirse en torno a un único candidato a presidente o volver a discutir entre ellos, dado que normalmente solo están de acuerdo en marginar a los reformistas y silenciar a la oposición social”, recalca este especialista.