El niño miedoso que inventó el heavy metal
Tony Iommi, guitarrista de Black Sabbath, tuvo que superar una infancia dura y un accidente laboral antes de triunfar creando un sonido grave y expansivo
A Tony Iommi nunca le quiso su padre. Fue hijo único y se crio en una casa donde sus progenitores se peleaban con frecuencia. Modeló una personalidad asustadiza: se alteraba por cualquier cosa, se metía debajo de la manta y encendía una lucecita para sentirse aislado y seguro. También dormía con la lámpara alumbrando su pequeño cuarto de un barrio popular de Birmingham. Un psicólogo tendría algo que decir sobre cómo un niño miedoso armó años más tarde el sonido más oscuro y tenebroso jamás escuchado en ese momento en el rock. “Me afectó mucho ese ambiente de mi infancia. Fue difícil de gestionar. Cuando ves que tu familia se pelea y suceden otras cosas… Fue muy difícil, sí”, cuenta Iommi por teléfono.
Existe un amplio consenso sobre la trascendencia musical de Iommi (76 años): él fue el creador con su guitarra del sonido del heavy metal cuando ni siquiera existía ese término. Fundó a finales de los sesenta Black Sabbath junto a Ozzy Osbourne (voz), Bill Ward (batería) y Geezer Butler (bajo). Los cuatro primeros discos del cuarteto conforman la base de un sonido oscuro y denso que decenas de bandas han reconocido como influencia canónica. Por citar unos pocos: Queen, Judas Priest, Elton John, Pearl Jam, Guns N’Roses, Iron Maiden, Metallica…
El contexto y las casualidades ayudaron a Iommi a llegar a este entramado sónico tan turbio. Primero fue una infancia tóxica con una familia obrera en la posguerra. El batería de Black Sabbath, Bill Ward, definió así Aston, la zona de Birmingham donde nació la banda: “Si crecías allí tenías tres opciones: trabajar en una fábrica, montar una banda de rock o ir a la cárcel”. Iommi trabajaba desde los 15 años, cuando dejó el colegio. Fontanero, limpiador de almacenes, reponedor de tuercas… Mientras, tocaba en bandas locales. Con 17 años, ocurrió: trabajando en la fábrica de chapas metálicas, una máquina de soldar le rebanó la punta de los dedos centrales de su mano derecha, con la que pulsaba las cuerdas, pues era zurdo. Su carrera como guitarrista apenas había arrancado y ya la podía dar por finalizada. Durante la convalecencia y bajo una nube de depresión, su capataz le regaló un disco de Django Reinhardt, el virtuoso guitarrista de jazz que no dejó de tocar a pesar de tener dos dedos incapacitados. Ese fue el principal incentivo para Iommi.
Se colocó en los dedos heridos unas prótesis fundiendo una botella de plástico y añadiendo una protección de cuero. Y aprendió de nuevo a tocar. Eligió unas cuerdas más ligeras, de banjo, que combinó con las de guitarra. Así consiguió esa sonoridad que luego se llamó heavy metal.
¿Habría conseguido esa oscuridad si no hubiera sufrido el accidente? “Es la pregunta de los 10 millones de dólares”, se carcajea Iommi, que habla desde su residencia en la costa inglesa. “Nunca se sabe. Lo que está claro es que el accidente me hizo trabajar más duro, luchar por algo en lo que creía y superar desafíos. Ahora todo ha avanzado técnicamente, pero entonces tocar la guitarra sin las yemas de dos dedos era complicado. No podía hacer lo que los otros guitarristas, así que inventé mi estilo y salió ese sonido tan grande”. Hubo otra inspiración, esta vez cinematográfica. “Me encantaban las películas de terror. Y a Geezer también. Había un cine frente a nuestro local de ensayo y ponían cintas de Boris Karloff. Me gustaba la música de las escenas intensas y quería crear ese sonido amenazante dentro de mi guitarra”.
Iommi figura como el único miembro de Black Sabbath que ha estado durante los 55 años de vida del grupo, desde 1968. El guitarrista ha vivido épocas de gloria y actuaciones para unos pocos, cuando el rock duro se encontraba de capa caída. Quizá lo más llamativo haya sido el carnaval de cantantes: los dos más apreciados, Ozzy Osbourne y Ronnie James Dio. Su nuevo lanzamiento, Anno Domini 1989-1995 (disponible desde el 31 de mayo), incluye cuatro discos que grabó durante la etapa en la que Tony Martin fue la voz de Black Sabbath: Headless Cross (1989), Tyr (1990), Cross Purposes (1994) y Forbidden (1995). “Fue complicado para Tony Martin. Antes de él habían estado Ozzy, Dio y Gillan, los tres cantantes con gran reputación. Fue un gran desafío para él y tuvo que aprender sobre la marcha, pero lo logró”.
La música de Black Sabbath fue ninguneada durante mucho tiempo, quizá por su procedencia obrera y su dureza. Hoy, su ciudad se rinde a la banda. “Las cosas han cambiado, afortunadamente. Tenemos nuestro propio puente en Birmingham, un banco en una plaza con nuestras estatuas... Cuando íbamos a Estados Unidos, nos preguntaban: ‘¿De dónde sois?’. De Birmingham. ‘Eso está en Londres, ¿no?’. Y les teníamos que explicar... Pusimos Birmingham en el mapa. Está bien que ahora se reconozca”. Incluso el Birmigham Royal Ballet ha realizado un espectáculo con la música de Black Sabbath.
Tras los altibajos, su relación con Ozzy Osbourne es “muy buena”. Se llaman semanalmente y se juntan a veces. No hay planeada una reunión sobre el escenario. “Nunca puedes decir que Black Sabbath no volverá a un escenario. Lo que si puedes decir es que nunca hará una gran gira. La primera vez que se fue Ozzy fue en los setenta, y ya se decía que la banda se había acabado. Y seguimos”.