El Pais (Catalunya) (ABC)

Los avances y las transforma­ciones sociales pintaron mucho en el XIX

Una exposición en el Museo del Prado exhibe el progreso y los cambios que vivió España entre 1885 y 1910

- ÁNGELES GARCÍA Madrid

Hasta 2021, en la colección permanente del Museo del Prado solo había un cuadro que respondier­a al realismo social de finales del XIX: ¡Aún dicen que el pescado es caro! (1894). La famosa tela de Joaquín Sorolla denunciaba las penosas condicione­s laborales de los trabajador­es del mar de su Valencia natal, que ya había retratado su paisano Vicente Blasco Ibáñez en la novela Flor de mayo. A partir de esa fecha, el cuadro de Sorolla no volvió a estar solo. La reordenaci­ón en el edificio Villanueva incluyó 275 obras desplegada­s por 15 salas. Media docena de ellas eran de tema social. Ya antes, en 2007, una notable selección de pinturas formó parte de la muestra El siglo XIX en el Prado, con la que se inauguraro­n las salas de exposicion­es temporales de la ampliación de Moneo. Son las mismas cuatro salas que ahora acogen Arte y transforma­ciones sociales en España: 1885-1910, un homenaje al arte social español en el que se muestran 300 obras de las que solo el 10% son del museo. El resto han sido prestadas por numerosas institucio­nes. A destacar, los seis picassos que raramente salen de sus lugares de origen: cuatro pinturas del Museo Picasso de Barcelona, un dibujo de la colección Rusiñol y un aguafuerte del Museo Thyssen. La muestra se puede visitar desde hoy y hasta el 22 de septiembre.

La muestra narra los cambios sociales puestos en marcha entre 1885, año del pacto entre Cánovas y Sagasta, y fecha de comienzo del Gobierno liberal largo, y 1910, año del mandato también liberal de José Canalejas. Es apenas un cuarto de siglo en el que la España peninsular, insular y de ultramar, vive transforma­ciones radicales ligadas a la pérdida de las colonias y a la implantaci­ón de la industria.

Para contar lo ocurrido durante ese período, Javier Barón, jefe de conservaci­ón del área de Pintura del Siglo XIX, y su equipo han transforma­do las cuatro salas de exposicion­es temporales de la ampliación de Moneo en lo que podría ser un gigantesco multicine por cuyas pantallas vemos desfilar imágenes ligadas a la forma de vida de los españoles en ese final del XIX y comienzos del XX. Para ello se ha recurrido a la pintura y también a nuevas expresione­s artísticas de aquellos años como la fotografía.

La exposición no guarda un orden cronológic­o. Los temas (el trabajo, la religión, la enfermedad, las vacunas, los accidentes laborales, la prostituci­ón, la emigración, las huelgas) se van sucediendo en el amplio espacio, de manera que algunos autores vuelven a aparecer una y otra vez en función del asunto del que se trate. Es el caso de Sorolla, Gutiérrez Solana, Rusiñol, Ramón Casas, Zuloaga, Isidre Nonell, Joaquim Mir, Anglada Camarasa, Joaquim Sunyer o Picasso. A esas alturas de la historia, abundan los nombre de mujeres artistas, pero, advierte el comisario, en raras excepcione­s trabajan con el realismo social. Están de manera excepciona­l, como es el caso de María Luisa Puiggener con su obra Madre e hija (1901), un retrato de la desesperac­ión frente a la enfermedad y a la pobreza, y Elvira Santiso con La clase de pintura (1906).

Uno de los cuadros estrella por su contundent­e presencia y contenido es Una sala de hospital durante la visita del médico en jefe, pintado por Luis Jiménez Aranda

La fotografía y el cine tienen un importante papel en la muestra

Los artistas abordan la prostituci­ón, la emigración, las huelgas, las vacunas...

en 1889. Con 290 centímetro­s de alto y 445 de ancho es el ejemplo cumbre de cómo la pintura social desplazó a la histórica. El óleo da cuenta del recorrido que el médico titular hace reconocien­do a cada uno de los enfermos. Junto a él, los nuevos doctores toman notas y certifican que la salud pasa a depender de los expertos civiles en nuevos hospitales. Se intentaba acabar entonces con la exclusivid­ad del poder religioso en la Sanidad.

Enfermedad­es como la tuberculos­is o las epidemias para las que no había vacunas fueron abordadas por varios artistas en repetidas ocasiones. Picasso se ocupó del problema en varias obras. Aquí se exhibe Ciencia y caridad (1897) en el que el padre del artista aparece como el médico de la dramática escena. Picasso solo tenía 15 años cuando lo pintó.

Las pinturas van acompañada­s de gabinetes de artes gráficas y fotografía (diseñados por Desirée González) desde los que parecen medirse el realismo pintado o retratado. Son muchas las institucio­nes que colaboran con sus fondos, aunque puede que la más llamativa por su riqueza sea el Museo del Pueblo de Asturias, cuya fototeca supera los dos millones de imágenes.

La tremenda dureza de la vida en el campo está representa­da por los animales muertos de Darío de Regoyos, o los peligros de la pesca que denunciaba Sorolla. A finales del XIX la industria vivió un enorme crecimient­o. Para producir más y a menos coste para los empresario­s, la mano de obra se amplió con las mujeres y los niños sin ningún control. Rusiñol denuncia el abuso y explotació­n de los niños en varias obras. Pero puede que una de las más importante­s sea La niña obrera

(1882), de Joan Planella. Frente a un telar, el pintor retrata a una pequeña que no parece tener más de ocho años. Sus pequeñas manos apenas pueden manejar con soltura las agujas y urdimbres. Al fondo de la composició­n se ve una amenazante figura adulta y masculina.

La exposición avanza hacia otro de los asuntos favoritos de escritores y pintores del XIX: la prostituci­ón. El debate de su erradicaci­ón ya estaba presente. Gonzalo Bilbao, Zuloaga y Romero de Torres, reproducen el tipismo de las prostituta­s. Desde París, Anglada Camarasa y Picasso retratan a estas mujeres en los interiores de cafés y cabarés.

Casi al final del recorrido surge otro de los dramas preferidos por los artistas: la emigración. En la cartela de sala se lee que a partir de 1886 la emigración peninsular a Cuba experiment­ó un fuerte impulso que se consolidó, durante la última década del siglo, unida a la que tuvo como destino el Río de la Plata. Emigrantes

(1908), de Ventura Álvarez Sala o Buscando patria (Emigrantes a bordo) (1892) de Rafael Romero de Torres, son buenos ejemplos sobre cómo fueron retratadas la soledad y la incertidum­bre de quienes tienen que dejar su casa y su país.

Acaba el circuito con toda una sala dedicada a las proyeccion­es cinematogr­áficas. El poder documental del cine era imbatible frente a cualquier otra manifestac­ión. Se podrán ver en proyección ininterrum­pida hasta 300 títulos en las que se muestran procedimie­ntos técnicos o científico­s. Una de sus vertientes más popular fue la reconstruc­ción de crímenes y sucesos como el asesinato de Canalejas.

 ?? SAMUEL SÁNCHEZ ?? Dos visitantes observaban ayer La vuelta de la pesca (1894), de Sorolla (izquierda), y Mujer filipina (1895), de Lorenzo de la Rocha.
SAMUEL SÁNCHEZ Dos visitantes observaban ayer La vuelta de la pesca (1894), de Sorolla (izquierda), y Mujer filipina (1895), de Lorenzo de la Rocha.
 ?? S. S. ?? La niña obrera (1882), de Joan Planella, ayer en el Prado.
S. S. La niña obrera (1882), de Joan Planella, ayer en el Prado.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain