El Pais (Catalunya) (ABC)

La última patrulla

- POR GUILLERMO ALTARES Una comida en invierno

Una comida en invierno, Quatre soldats Una comida en invierno Las cosas que llevaban los hombres que lucharon: “Una historia de guerra nunca puede ser moral. No instruye, ni alienta la virtud, ni sugiere modelos de comportami­ento, ni impide que los hombres hagan las cosas que siempre hicieron. Si una historia de guerra parece moral, no la creáis”. De Una comida en invierno solo se puede concluir que los soldados no quieren morir y que tienen frío y hambre. Y que en las guerras no existe la piedad.

 ??  ?? Es posible contar una historia de guerra sin que nadie dispare un solo tiro, trazar un relato de violencia y horror en el que no aparezcan muertos, ni escenas de combate. Eso es lo que consigue el francés Hubert Mingarelli (Mont-Saint-Martin, 1956) en su novela estupendam­ente traducida por Laura Salas. Se trata de un relato corto, que apenas supera las 100 páginas, que transcurre en una helada Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. Conviene desvelar lo menos posible sobre su desarrollo: arranca cuando tres soldados alemanes piden ser relevados de fusilar judíos y son enviados a una patrulla en busca de fugitivos que pudiesen ocultarse en los bosques. Mingarelli es un escritor relativame­nte conocido en Francia, del que hasta ahora no se había traducido ninguna obra al castellano (al menos no figuran en el ISBN), pese a que su novela logró el Premio Medicis en 2004 y fue finalista del Booker Prize por su edición inglesa. Desde luego en
muestra una solidez narrativa notable y una gran capacidad para atrapar al lector con una historia solo aparenteme­nte sencilla. Ocurren muy pocas cosas en su relato, pero la narración se amplía con una gran capacidad metafórica, sin que por ello los protagonis­tas se conviertan en arquetipos o en ectoplasma­s al servicio del relato. Esta breve novela obliga al lector a reflexiona­r sobre las víctimas y los verdugos, sobre cómo los asesinos no son solo aquellos que aprietan un gatillo, sino todos los que participan de un sistema criminal. Mingarelli sigue el principio que marca Tim O’Brien en su clásico sobre Vietnam
Es posible contar una historia de guerra sin que nadie dispare un solo tiro, trazar un relato de violencia y horror en el que no aparezcan muertos, ni escenas de combate. Eso es lo que consigue el francés Hubert Mingarelli (Mont-Saint-Martin, 1956) en su novela estupendam­ente traducida por Laura Salas. Se trata de un relato corto, que apenas supera las 100 páginas, que transcurre en una helada Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. Conviene desvelar lo menos posible sobre su desarrollo: arranca cuando tres soldados alemanes piden ser relevados de fusilar judíos y son enviados a una patrulla en busca de fugitivos que pudiesen ocultarse en los bosques. Mingarelli es un escritor relativame­nte conocido en Francia, del que hasta ahora no se había traducido ninguna obra al castellano (al menos no figuran en el ISBN), pese a que su novela logró el Premio Medicis en 2004 y fue finalista del Booker Prize por su edición inglesa. Desde luego en muestra una solidez narrativa notable y una gran capacidad para atrapar al lector con una historia solo aparenteme­nte sencilla. Ocurren muy pocas cosas en su relato, pero la narración se amplía con una gran capacidad metafórica, sin que por ello los protagonis­tas se conviertan en arquetipos o en ectoplasma­s al servicio del relato. Esta breve novela obliga al lector a reflexiona­r sobre las víctimas y los verdugos, sobre cómo los asesinos no son solo aquellos que aprietan un gatillo, sino todos los que participan de un sistema criminal. Mingarelli sigue el principio que marca Tim O’Brien en su clásico sobre Vietnam

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