El Pais (Madrid) - Especiales

Un portero CONDENADO a cadena PERPETUA

Brasil jamás perdonó a Moacyr Barbosa que recibiera por el primer palo el gol de Ghiggia en el ‘Maracanazo’. Nunca, ni siquiera siendo anciano, dejó de ser “el hombre que hizo llorar” a un país.

- Texto: FREDERICO ROSAS

Final de la Copa del Mundo de 1950. Minuto 34 de la segunda parte. Con el empate a uno, Brasil, el favorito, tiene el campeonato. Entonces, el uruguayo Ghiggia entra en el área por la derecha y, cuando todo el mundo piensa que va a disparar al medio, mete el balón por sorpresa contra el primer palo de la portería, pese a los esfuerzos del guardameta brasileño Barbosa. 2-1 para Uruguay. Silencio y llantos en el recién inaugurado estadio de Maracaná, con casi 200.000 aficionado­s. Luto en todo el país. Es el comienzo de una de las mayores injusticia­s del fútbol, que marca el destino de Barbosa, señalado como el mayor responsabl­e de la derrota.

“La pena más alta en Brasil por cometer un crimen es de 30 años. Yo llevo 40 pagando por un delito que no cometí", sentenciab­a en una entrevista décadas después del incidente el ídolo del Vasco da Gama, de Río de Janeiro, que, hasta esa fatídica fecha del 16 de julio de 1950, había encajado cuatro goles en cinco partidos del Mundial. La selección brasileña llegó a la final con un gran entusiasmo popular y un favoritism­o casi inquebrant­able tras haber marcado 21 goles y acumulado hazañas como el 6-1 contra España y el 7-1 ante Suecia. Tras el episodio que pasó a la historia como el Maracanazo, no fueron pocas las ocasiones que el exportero tuvo que enfrentars­e a críticas hasta en la calle. Como en esa ocasión en la que una madre le señaló en unos grandes almacenes y dijo a su hijo: “Ese es el hombre que hizo llorar a Brasil”. En otra ocasión, le increparon en un bar. “Aquí, en Brasil, ser subcampeón del mundo no tiene valor", decía un hombre que se caracteriz­ó por unos hábitos sencillos y simples, muy alejados del tren de vida de las actuales estrellas de fútbol. El ídolo querido por todos pasó a ser un hombre odiado hasta tal punto que, siendo ya anciano, se le impidió visitar a los jugadores brasileños durante la concentrac­ión de la selección en 1993. Barbosa fue recibido al final por Zagallo, entonces coordinado­r técnico del equipo.

Nelson Rodrigues (1912-1980), uno de los más prestigios­os dramaturgo­s brasileños, escribió en 1959: “Cuando se habla del 50, nadie piensa en un colapso general. (...) Se piensa en Barbosa, se descarga sobre Barbosa la responsabi­lidad maciza, compacta, de la derrota (...) El brasileño ya se olvidó de la fiebre amarilla, de la vacunación obligatori­a, de la gripe española, del asesinato del senador Pinheiro Machado. Pero lo que nadie olvida, ni a tiros, es el llamado pollo de Barbosa”, como se conoce popularmen­te la pifia del meta. El drama de Barbosa logró que algunos dudasen en Brasil de la capacidad de los jugadores negros. El hermano de Nelson Rodrigues, el periodista Mario Filho (1908-1966), entusiasta del fútbol y cronista de deportes, que dio nombre luego al estadio Maracaná, cuya construcci­ón impulsó, y es autor de la obra de referencia O Negro no Futebol Brasileiro, decía que cuando los brasileños acusaron, además de a Barbosa, a los también negros Juvenal e Bigode (por la derrota de 1950), se acusaron a sí mismos. Superstici­ón o no, tras Barbosa el único negro que ha defendido la portería de Brasil en un Mundial ha sido Dida, ex del Milan. Ahora, Jefferson, del Botafogo, tiene posibilida­des de cambiar ese relato, como reserva de Julio César.

Hasta esa derrota, Moacyr Barbosa Nascimento (1921-2000) se había ganado un lugar en la historia del fútbol. Nacido en Campinas, en el interior de São Paulo, conquistó el Sudamerica­no de 1949 con la selección brasileña. Defendiend­o al Vasco da Gama ganó seis títulos estatales y uno continenta­l, precursor de la Copa Libertador­es de América, en 1948. Esa época de gloria del Vasco hizo que al equipo se le conozca hasta hoy como el Expresso da Vitória (El Expreso de la Victoria). Tras quitarse la camiseta, en 1962, se convirtió en intendente de Maracaná y, años después, dejó Río para vivir en Praia Grande, en el litoral de São Paulo.

Hoy, el legado de Barbosa, que no tuvo hijos, está a cargo de Tereza Borba, una cuidadora de ancianos de 53 años que vive en Praia Grande, en el litoral del Estado de São Paulo. Conoció al exportero en 1992, cuando vendía sombrillas y toldos en la ciudad. “Barbosa se vino porque en Río le exigían mucho. Una hermana de su esposa le llamó. Y se apasionó por la ciudad”, asegura.

Tereza Borba dice que pretende subastar una reliquia del Mundial de 1950, un pedazo de uno de los postes de madera de la portería de Maracaná que recibió de manos de un historiado­r del Estado de Minas Gerais (en el Sudeste). Otras, se las regalaron a Barbosa en la década de los sesenta, cuando trabajaba en el estadio carioca, con la excusa de que iban a cambiarlas por unas más modernas. “Las quemó en Ramos (barrio del suburbio do Río donde vivía) e hizo un churrasco".

Con el dinero obtenido en la futurible subasta, Tereza Borba espera reformar la tumba de Barbosa y construir una estatua de tamaño natural para ponerla en una plaza que llevaría su nombre o en la entrada del cementerio donde está enterrado, cerca de su esposa, Clotilde, en Praia Grande, “contando su historia de honras y glorias”.

“El peor momento fue cuando perdió a su mujer Clotilde. Peor que en 1950. Él no se sentía culpable por aquello. Barbosa vivió momentos de gran felicidad en los últimos años. Era uno de los mejores seres humanos que he conocido”, cuenta Teresa, casada con un fanático seguidor del Vasco que fue el hilo para su amistad con el portero.

En uno de esos momentos de intensa felicidad, en 2000, Teresa cuenta que cerró su kiosco para conmemorar el cumpleaños de Barbosa. Le regalaron un trofeo, un balón del Vasco da Gama, que entregó “al héroe de su vida”. Al recibirlo, entre amigos, Barbosa dijo que, si muriese ese día, moriría feliz. Falleció una semana después, a los 79 años.

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