El Pais (Madrid) - Especiales

CIENTO VOLANDO

- Por MARTÍN CAPARRÓS

Porque todo esto me recuerda un chiste que contaba mi padre –sí, mi padre, con su acento español– hace 6.200 años y tres meses. El chiste era malo pero por suerte viejo: empezaba con una multitud que se reunía, esperanzad­a, escéptica, en aquel coliseo para ver si García cumplía con su bravata de acostarse con 100 mujeres una detrás de otra. El desafío empezaba: en la cama instalada en el centro, donde debía estar el cuadriláte­ro, García superaba obstáculos a un ritmo de poseso. A las 30, el público enfervoriz­ado ya coreaba su nombre. A las 45, le dedicaban cantos: borombón, borombón, para García la selección. A las 60, ti- raban papelitos. A las 75, habían improvisad­o banderas, estandarte­s. El aliento era ininterrup­to y muchachos de pelo en pecho gritaban García haceme un hijo. Cuando llegó a la 91, los gritos de García presidente asomaron, tímidos, en las plateas más bajas. Cuando terminó con la 98, todo el estadio era un clamor y la suerte del país parecía decidida de una vez por todas.

García, a todo esto, estaba al borde del desmayo y su virilidad cada vez más ahíta, tumefacta, quebradiza. Ante la 99, dejó de responderl­e; García hizo un gesto que todos entendiero­n: no iba más. Hubo un momento de silencio y, de golpe, miles se unieron en un grito despiadado: –¡García maricón! ¡García maricón! El resultado, en mes y medio: si no gana el mundial de Brasil, Messi será García. Habrá ganado casi todo y será un perdedor. La piedad juega muy mal al fútbol.

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