BERLÍN, UN CUARTO DE SIGLO SIN MURO
Los últimos trozos del Muro, varios museos y originales rutas guiadas bajo tierra trazan un mapa de la capital alemana que recuerda, 25 años después de su caída, esta frontera que dividió Berlín entre el 13 de agosto de 1961 y la noche del 9 de noviembre
Aquel cruce de calles que a tantos encogió el corazón se ha transformado en una verbena. Autocares a rebosar desembuchan su carga, que corre a hacerse la foto. Es un Checkpoint Charlie de guardarropía (el auténtico está en el Museo de los Aliados), con garita, focos, sacos terreros sosteniendo gorras de plato, banderas estadounidenses y dos soldados de carne y hueso que sonríen.
Las películas de espías convirtieron ese punto de control en el más célebre de los 83 pasos entre los dos bloques (soviético y occidental) que dividían Berlín tras la derrota nazi. En la noche del sábado 12 al domingo 13 de agosto de 1961, 8.000 efectivos de la RDA (la Alemania comunista) levantaron un muro. De la noche a la mañana, familias y conocidos quedaron brutalmente separados. Los intentos (a veces fatales) por salvar esa barrera de 47,7 kilómetros solo hicieron que el sistema de separación se fuera sofisticando. También las tentativas de seguir burlándolo: conductos subterráneos y alcantarillas, vías de metro, túneles cavados ex professo… Y muchos muertos en el intento; se calcula que más de 300.
Hasta la noche del 9 de noviembre de 1989. La caída se convirtió, a partir del día siguiente, en una demolición popular y festiva. Se va a cumplir un cuarto de siglo de ese derrumbe. Celebraciones al margen, el Muro –o su cicatriz– es ahora mismo en Berlín un próspero negocio. Surge su presencia fantasmal por cada esquina… taquilla y tiques incluidos. El punto más codiciado es el Checkpoint Charlie, en Frie- drichstrasse. Junto a los soldados para la foto hay una especie de museo, y al lado, un recinto abierto con paneles, fotos y una caja negra en la que se proyectan películas; enfrente, una pintura gigante de 360º mostrando la vida cotidiana en los ochenta; más allá, otros museos sobre la Stasi (policía secreta de la RDA) o los trabants, el utilitario emblema del bienestar socialista.
Mucho más serio y verídico es el complejo de Bernauerstrasse. La calle cuyo muro provocó más víctimas, junto con
Potsdamerplatz. Los comunistas acabaron derribando las casas aledañas al Muro (en 1968), llevando a la perfección el sistema de barrera. Allí puede verse ahora un tramo de frontera tal como era tras las sucesivas mejoras (trampas mortales) y ampliaciones. Puede verse bien desde la terraza de un monumento conmemorativo (Gedenkstätte Berliner Mauer) que mantiene abierto el mirador, aunque el interior del edificio se está remodelando para la próxima efeméride. El vacío de las casas (y hasta una iglesia) derruidas es ahora un paseo ajardinado lleno de columnas explicativas, fotos, audífonos, maquetas, homenajes… Allí desemboca también la salida de algunos de los pasajes subterráneos de huida, algo que explican muy bien los guías de Berliner Unterwel
ten (Berlín Subterráneo), que ofrecen una de las experiencias más serias en torno al muro de Berlín.
La lejanía temporal propicia cierta frivolidad, y eso es lo que ocurre en otro sector conservado en la Stralauer Alle, a orillas del río Spree. Es la llamada East Side Ga
llery, ya que a la caída del Muro se invitó a varios artistas a que pintaran los 1.300 metros de ese tramo; 20 años después (2009) se pidió a los mismos artistas que repasasen sus murales. Muchos rehusaron. No así los grafiteros espontáneos, que aprovechan, por ejemplo, el célebre beso en la boca entre Bréznev y Honecker para pedir que cese la homofobia en Rusia.