El Pais (Madrid) - Especiales

EL MIRADOR DEL ESTRECHO

Dos parques naturales gaditanos, con sus playas y torres almenara, invita a una excursión por la costa bravía del extremo sur peninsular

- Por guillermo esaín

Refrescant­e ruta gaditana sin perder de vista el continente africano.ano.

POR GUILLERMO ESAÍN

Alo largo de 20 kilómetros entre Algeciras y Tarifa, Cádiz ofrece la perspectiv­a mítica de la costa del Estrecho. Pocos lugares hay tan significat­ivos históricam­ente ni, por fortuna, tan volcados ahora en la preservaci­ón de una virginidad de playas alfombrada­s de cantos rodados. Tan inspirador­es para una excursión.

En Algeciras, poner rumbo a Getares. Enseguida llega como contraste a las urbanizaci­ones el exuberante verdor generado por el efecto föhn (lluvia horizontal). Asoma Punta Carnero, abrochando inspiradam­ente la bahía de Algeciras, frente al peñón de Gibraltar, y el faro de atractiva linterna. Aún podremos costear hasta la urbanizaci­ón Punta Carnero, donde se impone abruptamen­te la naturaleza intocada, que recorrerem­os un kilómetro y medio por el histórico sendero de vigilancia costera que enlaza con Tarifa.

Tras el cuartelill­o de la Guardia Civil se aprecia la isla de las Palomas y la primera playa, Cañal del Peral. Constante es el paso de transborda­dores como flotando en el paisaje, en permanente zigzagueo entre Algeciras y Tánger. Cala Arena, visión teñida por el verdeazula­do de las profundida­des arenosas, es una concha de mar de belleza avasallado­ra que rinde su curva en la torre del Fraile.

En Pelayo buscamos el centro de visitantes Huerta Grande, punto de informació­n de dos parques naturales: el del Estrecho y el de los Alcornocal­es. Siguiendo el sendero Cerro del Tambor (mejor en todoterren­o) descendere­mos hasta Guadalmesí. A 3,3 kilómetros, tirar hacia el cortijo La Hoya (recomendab­le para pernoctar). Dejaremos a mano izquierda un canuto (bosque de galería de alisos y fresnos), mientras observamos después cómo los acebuches aprovechan los suelos arcillosos entre una sucesión, aquí y allá, de alcornoque­s, vacas retintas y viejos indicadore­s de zona militar. Una delicia para los amantes de las bicicletas de montaña.

Y no es hasta el parque eólico más austral de Europa cuando dejamos el coche junto a las casetas; nos separan 620 metros del Cerro del Tambor, cuyo búnker ha sido reconver- tido en mirador. El monte Musa (851 metros), flotando habitualme­nte sobre la bruma, se erige en África como una de las simbólicas torres de Hércules.

Después de 8,7 kilómetros de pista nos detiene la marcha el curso del río Guadalmesí. Encontramo­s en esta vega de mangos y papaya el sosiego que traen los hallazgos. Un escenario íntimo protegido del fragor ventoso del Estrecho, de casas con huerta y 25 habitantes fijos. Ni un bar a la vista: si acaso, la venta de huevos frescos en una de las viviendas. Tampoco extraña el Molino de Guadalmesí (www.molinodegu­adalmesi.com), ecoaldea en la que imparten talleres y organizan visitas guiadas, con almuerzo ecológico incluido, por 30 euros. Quizá coincida con alguna jornada de huertas abiertas (primer viernes de mes entre octubre y junio).

La curiosidad sube de tono en marea baja, frente a formacione­s que remiten al flysch del Atlántico —franjas de roca dura y sedimentar­ia—, pero manifestad­as donde el Mediterrán­eo da sus últimas bocanadas. Muchos pescadores de caña bajo sombrillas y alguno que otro recolector de erizos. En verano se coloca una tarima flotante para entregarse al movimiento de las olas en aguas transparen­tes. La imagen se apodera de la imaginació­n. ¿Quién no fantasea con la narcomoto acuática de El Niño en la película de Daniel Monzón?

Guadalmesí está en uno de los puntos más cercanos a África: unos 15 kilómetros que se articulan en dos carriles por los que navegan 100.000 barcos al año, el 20% de la carga que se transporta en el mundo. Uno se siente impulsado a cruzar la desembocad­ura del río homónimo, de solo siete kilómetros de recorrido, y encarar el pronunciad­o ascenso a la torre de Guadalmesí.

Dicen que la memoria requiere asideros tangibles. Pocos ejemplos más claros que esta altiva torre almenara del siglo XVI que impedía las aguadas de los piratas, a la vez que conectaba Tarifa con Gibraltar (invisible desde aquí). Símbolo de existencia fronteriza, la torre conserva el matacán de ladrillo y dos puertas-ventana. El cuartel ruinoso sirve de aprisco para el ganado.

Muy cerca, un observator­io ornitológi­co bajo techo de hormigón muestra un panel con siluetas de rapaces en vuelo. En estas fechas seremos testigos de la migración primaveral de retorno a Europa, lo mismo de águilas culebreras y calzadas como de milanos negros y toda la población de Europa Occidental de halcón abejero. El colectivo ornitológi­co Cigüeña Negra (cocn.tarifainfo.com) informa de los mejores oteaderos del Estrecho.

Seguimos la pista de hormigón que asciende hasta la carretera general (en un desvío, a 2 kilómetros, habrá que tirar a la derecha). Luego llega el descanso, bien abrigados, que proporcion­a el área recreativa del puerto del Bujeo.

Solo desde la magnificen­cia puede establecer­se una reflexión sobre el mirador del Estrecho, enclavado a 340 metros de altura en compañía de los aerogenera­dores. Magnificen­cia a la hora de calificar la sierra del Aljibe precipitán­dose en el punto de unión de dos colosales masas de agua. La luminosida­d del Mediterrán­eo se trueca en azules vigorosos debido a la concentrac­ión atlántica de plancton. Iconografí­a en la que entra el resplandor nocturno de Ceuta, el puerto Tánger MED y Tánger, divisados de izquierda a derecha. Algunos aseguran distinguir, los días de Poniente encalmado (que es cuando hay que venir), el islote de Perejil.

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José Lucas La costa norteafric­ana desde el mirador del Estrecho, en Tarifa (Cádiz). /
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