EE UU cae en manos del populismo agresivo de Trump
El candidato republicano logra mayoría suficiente en el colegio electoral Incertidumbre global por las repercusiones políticas, económicas y de seguridad La victoria de Trump da alas a los movimientos nacionalistas y extremistas El nerviosismo causa el
El republicano Donald Trump conmocionó ayer a la mitad de EE UUy al mundo entero al acariciar su victoria sobre la demócrata Hillary Clinton en las elecciones presidenciales. Trump, un populista con un discurso xenófobo y antisistema, será el próximo presidente de Estados Unidos, según apuntaban el recuento y las proyecciones a las 6.30 de hoy, hora peninsular española. Con el apoyo masivo de los estadounidenses blancos descontentos con las élites políticas y económicas del país, Trump rompió los pronósticos de los sondeos y se acercaba a una victoria que aboca a EE UU a lo desconocido y sume al mundo en una etapa de incertidumbre política, económica y de seguridad. Nadie como Trump ha sabido entender el hartazgo de grandes sectores de la sociedad con el establishment, con el que se identificaba a Clinton. La ola populista global ha llegado a la Casa Blanca. Los mercados financieros recibieron el resultado con un desplome.
El mundo esperaba ver a la primera mujer en la presidencia de EE UU, después de tener a un presidente afroamericano, pero se dispone a asistir, si nada cambia al final, a la llegada a la Casa Blanca de un demagogo que ha reavivado algunas de las tradiciones más oscuras del país, que ha colocado en el centro del discurso político el insulto y la descalificación, un admirador de Vladímir Putin que amaga con reformular las alianzas internacionales de Estados Unidos y lanzar un desafío al vecino del sur, México.
A medida que llegaban los resultados en los Estados clave y Trump iba sumando victorias, se disparaba el desconcierto de los especialistas en sondeos, de los estrategas demócratas, los mercados financieros y las cancillerías occidentales. La victoria en Florida, Estado que Barack Obama, demócrata como Clinton, ganó dos veces, abrió la vía para el éxito de un magnate inmobiliario y estrella de la telerrealidad que ha sacudido los cimientos de la política tradicional. Trump ganó además en Carolina del Norte y en Ohio, entre otros Estados que debía obtener Clinton si quería triunfar.
El resultado, un éxito cuya con- firmación Trump acariciaba pasadas las seis de la mañana (hora peninsular española), supondrá una ruptura con algunas tradiciones democráticas de EE UUcomo el respeto a las minorías y con la tranquila alternancia entre gobernantes que discrepaban en su visión del país, pero no en los valores fundamentales que le han sostenido desde su fundación.
Trump, que ha prometido construir un muro en la frontera con México y prohibir la entrada de musulmanes, ha demostrado que un hombre casi solo, contra todo y contra todos y sin depender de donantes multimillonarios es capaz de llegar a la sala de mando del poder mundial. A partir del 20 de enero, cuando tome posesión, tendrá al alcance de la mano la maleta con los códigos nucleares y controlará las fuerzas armadas más letales de planeta, además de disponer de un púlpito único para dirigirse su país y al resto del mundo. Desde la Casa Blanca podrá lanzarse, si cumple sus promesas, a batallas con países vecinos como México, al que quiere obligar a sufragar el muro.
El republicano ha desmentido a todos los que pronosticaban su derrota. Acariciaba la posibilidad de derrotar a los Clinton, la familia más poderosa de la política estadounidense en 30 años, si se exceptúa a otra familia, los republicanos Bush, que también se oponían a él. Se enfrentó al aparato de su partido, a los medios informativos, aWall Street, a las grandes capitales europeas y latinoamericanas y a organizaciones internacionales como la OTAN.
Clases medias heridas
Su mérito consistió en entender el malestar de los estadounidenses víctimas de la globalización, las clases medias que no han dejado de perder poder adquisitivo en las últimas décadas, los que han visto cómo la Gran Recesión paralizaba el ascensor social, los que asisten desconcertados a los cambios demográficos y sociales en un país cuyas élites políticas y económicas les ignoran. Los blancos de clase trabajadora —una minoría antiguamente demócrata que compite con otras minorías como los latinos o los negros pero que carece de un estatus social de víctima— han encontrado en Trump al hombre providencial.
El ganador prometió durante la campaña un Brexit quintuplica- do y se ha cumplido. La furia populista a ambos lados del Atlántico consigue así su mayor victoria. El golpe se dirige a las élites estadounidenses y globales y prueba de que en tiempos de incertidumbre puede ganar un candidato que identifica los miedos de la sociedad y un mensaje simplificador que identifique al enemigo interno y externo.
Los interminables escándalos, reales o inventados, de Clinton lastraron su candidatura. Pocos políticos se identificaban tanto con las élites como ella. A fin de cuentas, es la esposa de un presidente y Estados Unidos, una república fundada contra las dinastías, ya tuvo suficiente con Bush padre e hijo.
Los estadounidenses querían probar algo distinto, y en un año de cambio, tras ocho con un demócrata en la Casa Blanca, no había candidato más nuevo que Trump, ninguno que representase mejor que él un puñetazo al sistema. No importaron sus salidas de tono constante, ni sus mentiras, ni sus declaraciones machistas. No importó que EE UU tuviese un presidente popular del mismo partido demócrata, ni que la economía haya crecido a ritmo sostenido en los últimos años y el desempleo se haya reducido a niveles de plena ocupación.
La victoria del republicano deja una sociedad fracturada. Las minorías, las mujeres, los extranjeros que se han sentido insultadas deberán acostumbrarse al nuevo presidente. También deja una sociedad con miedo. Ha prometido deportar a los 11 millones de sin papeles, una operación logística con precedentes históricos siniestros. El veto a la entrada de musulmanes vulnera los principios de igualdad consagrados en la Constitución.
Su inexperiencia y escasa preparación también suponen una incógnita sobre cómo gobernará. Una teoría es que una vez en el Despacho Oval se modere y que, de todos modos, el sistema de contrapoderes frene cualquier afán autoritario. La otra es que, aunque este país no haya vivido nunca un régimen dictatorial, las proclamas de Trump en campaña hacen prever una deriva autoritaria.
Hay momentos en los que las grandes naciones dan giros bruscos. Cuando se trata de Estados Unidos, el giro afecta a toda la humanidad. El 8 de noviembre de 2016 puede pasar a la historia como uno de estos momentos.