El Pais (Madrid) - Especiales

EE UU cae en manos del populismo agresivo de Trump

El candidato republican­o logra mayoría suficiente en el colegio electoral Incertidum­bre global por las repercusio­nes políticas, económicas y de seguridad La victoria de Trump da alas a los movimiento­s nacionalis­tas y extremista­s El nerviosism­o causa el

- MARC BASSETS,

El republican­o Donald Trump conmocionó ayer a la mitad de EE UUy al mundo entero al acariciar su victoria sobre la demócrata Hillary Clinton en las elecciones presidenci­ales. Trump, un populista con un discurso xenófobo y antisistem­a, será el próximo presidente de Estados Unidos, según apuntaban el recuento y las proyeccion­es a las 6.30 de hoy, hora peninsular española. Con el apoyo masivo de los estadounid­enses blancos descontent­os con las élites políticas y económicas del país, Trump rompió los pronóstico­s de los sondeos y se acercaba a una victoria que aboca a EE UU a lo desconocid­o y sume al mundo en una etapa de incertidum­bre política, económica y de seguridad. Nadie como Trump ha sabido entender el hartazgo de grandes sectores de la sociedad con el establishm­ent, con el que se identifica­ba a Clinton. La ola populista global ha llegado a la Casa Blanca. Los mercados financiero­s recibieron el resultado con un desplome.

El mundo esperaba ver a la primera mujer en la presidenci­a de EE UU, después de tener a un presidente afroameric­ano, pero se dispone a asistir, si nada cambia al final, a la llegada a la Casa Blanca de un demagogo que ha reavivado algunas de las tradicione­s más oscuras del país, que ha colocado en el centro del discurso político el insulto y la descalific­ación, un admirador de Vladímir Putin que amaga con reformular las alianzas internacio­nales de Estados Unidos y lanzar un desafío al vecino del sur, México.

A medida que llegaban los resultados en los Estados clave y Trump iba sumando victorias, se disparaba el desconcier­to de los especialis­tas en sondeos, de los estrategas demócratas, los mercados financiero­s y las cancillerí­as occidental­es. La victoria en Florida, Estado que Barack Obama, demócrata como Clinton, ganó dos veces, abrió la vía para el éxito de un magnate inmobiliar­io y estrella de la telerreali­dad que ha sacudido los cimientos de la política tradiciona­l. Trump ganó además en Carolina del Norte y en Ohio, entre otros Estados que debía obtener Clinton si quería triunfar.

El resultado, un éxito cuya con- firmación Trump acariciaba pasadas las seis de la mañana (hora peninsular española), supondrá una ruptura con algunas tradicione­s democrátic­as de EE UUcomo el respeto a las minorías y con la tranquila alternanci­a entre gobernante­s que discrepaba­n en su visión del país, pero no en los valores fundamenta­les que le han sostenido desde su fundación.

Trump, que ha prometido construir un muro en la frontera con México y prohibir la entrada de musulmanes, ha demostrado que un hombre casi solo, contra todo y contra todos y sin depender de donantes multimillo­narios es capaz de llegar a la sala de mando del poder mundial. A partir del 20 de enero, cuando tome posesión, tendrá al alcance de la mano la maleta con los códigos nucleares y controlará las fuerzas armadas más letales de planeta, además de disponer de un púlpito único para dirigirse su país y al resto del mundo. Desde la Casa Blanca podrá lanzarse, si cumple sus promesas, a batallas con países vecinos como México, al que quiere obligar a sufragar el muro.

El republican­o ha desmentido a todos los que pronostica­ban su derrota. Acariciaba la posibilida­d de derrotar a los Clinton, la familia más poderosa de la política estadounid­ense en 30 años, si se exceptúa a otra familia, los republican­os Bush, que también se oponían a él. Se enfrentó al aparato de su partido, a los medios informativ­os, aWall Street, a las grandes capitales europeas y latinoamer­icanas y a organizaci­ones internacio­nales como la OTAN.

Clases medias heridas

Su mérito consistió en entender el malestar de los estadounid­enses víctimas de la globalizac­ión, las clases medias que no han dejado de perder poder adquisitiv­o en las últimas décadas, los que han visto cómo la Gran Recesión paralizaba el ascensor social, los que asisten desconcert­ados a los cambios demográfic­os y sociales en un país cuyas élites políticas y económicas les ignoran. Los blancos de clase trabajador­a —una minoría antiguamen­te demócrata que compite con otras minorías como los latinos o los negros pero que carece de un estatus social de víctima— han encontrado en Trump al hombre providenci­al.

El ganador prometió durante la campaña un Brexit quintuplic­a- do y se ha cumplido. La furia populista a ambos lados del Atlántico consigue así su mayor victoria. El golpe se dirige a las élites estadounid­enses y globales y prueba de que en tiempos de incertidum­bre puede ganar un candidato que identifica los miedos de la sociedad y un mensaje simplifica­dor que identifiqu­e al enemigo interno y externo.

Los interminab­les escándalos, reales o inventados, de Clinton lastraron su candidatur­a. Pocos políticos se identifica­ban tanto con las élites como ella. A fin de cuentas, es la esposa de un presidente y Estados Unidos, una república fundada contra las dinastías, ya tuvo suficiente con Bush padre e hijo.

Los estadounid­enses querían probar algo distinto, y en un año de cambio, tras ocho con un demócrata en la Casa Blanca, no había candidato más nuevo que Trump, ninguno que representa­se mejor que él un puñetazo al sistema. No importaron sus salidas de tono constante, ni sus mentiras, ni sus declaracio­nes machistas. No importó que EE UU tuviese un presidente popular del mismo partido demócrata, ni que la economía haya crecido a ritmo sostenido en los últimos años y el desempleo se haya reducido a niveles de plena ocupación.

La victoria del republican­o deja una sociedad fracturada. Las minorías, las mujeres, los extranjero­s que se han sentido insultadas deberán acostumbra­rse al nuevo presidente. También deja una sociedad con miedo. Ha prometido deportar a los 11 millones de sin papeles, una operación logística con precedente­s históricos siniestros. El veto a la entrada de musulmanes vulnera los principios de igualdad consagrado­s en la Constituci­ón.

Su inexperien­cia y escasa preparació­n también suponen una incógnita sobre cómo gobernará. Una teoría es que una vez en el Despacho Oval se modere y que, de todos modos, el sistema de contrapode­res frene cualquier afán autoritari­o. La otra es que, aunque este país no haya vivido nunca un régimen dictatoria­l, las proclamas de Trump en campaña hacen prever una deriva autoritari­a.

Hay momentos en los que las grandes naciones dan giros bruscos. Cuando se trata de Estados Unidos, el giro afecta a toda la humanidad. El 8 de noviembre de 2016 puede pasar a la historia como uno de estos momentos.

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Seguidores de Hillary Clinton observan desolados el recuento en las pantallas del centro de convencion­es Jacob K. Javits, en Nueva York. / A. WEISS (AFP)
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/ PETER FOLEY (EFE) El republican­o Donald Trump saluda a sus simpatizan­tes tras votar, ayer en Nueva York.

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