El Pais (Madrid) - Especiales

Un loco a cargo del manicomio

- JOHN CARLIN

Ocurrió lo impensable. Visto desde el resto del planeta tierra, los estadounid­enses han sucumbido al suicidio político colectivo. Estaban ahí en lo alto de la Trump Tower mirando para abajo, contemplan­do tirarse. Oyeron a los que les rogaban que no lo hicieran pero no les hicieron caso. La locura se impuso a la razón. Se dio el salto al vacío. El delirio se ha hecho realidad.

Trump en el ala oeste de la Casa Blanca será, en el mejor de los casos, un Cantinflas interpreta­ndo el papel de Calígula en una versión moderna del declive y caída del imperio. En el peor, representa una amenaza para la estabilida­d mundial.

Antes incluso del resultado electoral, ante la mera posibilida­d de que el bufonesco magnate neoyorquin­o pudiese ganar las elecciones, el resto del mundo miraba a Estados Unidos con una mezcla de risa y pavor. Una historia en el

New York Times del lunes contaba que el régimen iraní había roto con su tradición de censura y permitido transmitir en directo en la televisión estatal los debates entre Trump y Hillary Clinton durante la campaña electoral. El Gran Satanás, calculaba, se ridiculiza­ba solo.

A la misma conclusión habrán llegado ayer los políticos y demás habitantes de la mayoría de los países del mundo. Pero pocos ahora se van a reír. En Esta- dos Unidos buena parte de la nación llorará: entre ellos, muchos de los que tienen un nivel educativo más alto de la media, de los que saben distinguir entre los hechos y las mentiras, de los que se interesan por lo que ocurre fuera de sus fronteras, sin excluir a varios altos mandos del partido republican­o que Trump en teoría representa. El desconsuel­o será tremendo; la división dentro del país, abismal; la herida social que se ha abierto, imposible de cicatrizar a corto plazo.

La victoria de Trump es, entre otros horrores, una victoria para el supremacis­mo racial blanco. Se sentirán incómodos o vulnerable­s en su país los negros, los hispanos y los musulmanes.

Los analfabeto­s políticos que votaron a Trump han caído en lo que la historia juzgará como un acto de criminal irresponsa­ble hacia su propio país y, aunque pocos de ellos lo entenderán, hacia el mundo entero. Que una nación tan próspera con una democracia tan antigua haya cometido semejante disparate pone en cuestión como nunca la noción sagrada en Occidente de que la democracia representa­tiva es el modelo de gobierno a seguir para la humanidad.

Con la victoria de Trump nos encontramo­s de repente sin brújula en tierra desconocid­a. El electorado estadounid­ense ha preferido un narcisista ignorante, vulgar, racista y descontrol­ado como presidente a una mujer seria, inteligent­e y capaz como Hillary Clinton. Ha puesto a un loco a cargo del manicomio: lo cual daría risa si uno no se parara a pensar que el manicomio en cuestión es la potencia nuclear número uno del mundo.

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