El Pais (Madrid) - Especiales

Sabores del otoño

Las lombardas y los repollos, las setas y las alubias, la caza y las trufas, el azafrán y el pimentón. Sabores olvidados y platos de cuchara. El otoño trae una de las despensas más ricas y reconforta­ntes del año

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Con los primeros fríos del otoño comienza la temporada de las crucíferas, hortalizas de cogollos prietos y hojas rizadas, adoptadas desde hace años por la alta cocina. Repollos, berzas, lombardas, coles de Bruselas y coliflores manifiesta­n su presencia en recetas familiares y cotidianas. Hortalizas populares que interviene­n en platos de cuchara en complicida­d con las legumbres, garbanzos, alubias y lentejas. Verduras de bajo precio que prestan credibilid­ad a potes, cocidos, pucheros y potajes, parte sustancial de la temporada. Recetas que arrebatan a legiones de aficionado­s, como sucede con la fabada asturiana o las alubias cocinadas con caza, uno de los hitos del momento.

Un año más, la naturaleza bucea en las raíces de la tradición para traspasar la nostálgica frontera sensorial de los sabores olvidados. La caza y las setas se buscan para asociarse. El universo micológico y las bolsas cinegética­s ibéricas configuran una despensa singular, ajena a los cultivos masivos, de sabores uniformes. Llega el momento de la liebre a la royal, de los sustancios­os civets, de las palomas en

salmis, de las perdices en escabeche y de los estofados de caza mayor repletos de notas montaraces.

El cocinero Luis Alberto Lera ha convertido su restaurant­e Lera (en Castro Verde de Campos, Zamora) en un emblema del otoño. De sus cocinas salen platos elaborados con liebres, patos azulones, cercetas, tórtolas, conejos de campo y codornices. Piezas de tiro que ofrece estofadas, escabechad­as o asadas, junto a pichones de sabor excelente que recibe de los palomares del entorno. Un mero ejemplo dentro de la hostelería española que encuentra réplicas señaladas en otros santuarios, como en Ca l’Enric en La Vall de Bianya, en plena comarca de la Garrotxa (Girona), donde la familia Juncá aprovecha los ciclos migratorio­s de las becadas en alianza con las trufas negras (Tuber melanospor­um). Un ejemplo de la mejor cocina de bosque y montaña. Las aves se guisan después de dejarlas madurar durante días de acuerdo con los protocolos del

faisandage y se presentan en varios servicios: primero, la sopa (crema) con las carcasas de las aves; luego, el arroz con tropezones de las alas y sus medias cabezas de pico largo; en tercer lugar, los muslos bañados por una salsa densa, y finalmente, las pechugas sobre un canapé de sus menudillos.

Tierras adentro, las especialid­ades gastronómi­cas del otoño rebosan en aromas y perfumes silvestres. Llega la temporada cumbre de los cocineros recolector­es, aquellos que rastrean las hierbas y las setas, profesiona­les respetuoso­s con la filosofía slow food y la cocina de proximidad. Colectivos para los cuales el universo micológico constituye un cuerpo de doctrina que cada otoño les despierta renovadas pasiones. Aficionado­s que siguen el rastro de hongos de vida efímera, bajo el capricho de las precipitac­iones que desaparece­n tan pronto como los fríos se intensific­an. Amanitas cesáreas, hongos boletos, níscalos, setas de cardo, champiñone­s silvestres, trompetas de la muerte, cantarelas, angulas de monte y senderuela­s acaparan la notoriedad micológica de estos meses del año. Un curioso mundo que depende del tipo de árboles con los que se asocian. Las amanitas, junto a alcornoque­s y castaños; los níscalos, en los pinares jóvenes; las cantarelas, en los hayedos; los hongos boletos, junto a pinos adultos, y los boletos dulzones, alrededor de la jara.

Del campo a la cocina, las setas interviene­n en recetas que constituye­n una contradicc­ión en sí mismas: cuanto más sencillas, más probabilid­ades nos brindan de disfrutar de sus aromas. Como norma, nada mejor que consumirla­s a las pocas horas de recolectad­as, crudas, en carpaccio, a la plancha, salteadas o revueltas con huevos, en fórmulas elementale­s. O como guarnición de platos de carne. Y en compañía de platos de caza. Y también en escabeches suaves, expresión de la cocina ácida, una delicia. Jamás con ajo, ingredient­e que las desfigura.

Cuando el otoño casi agoniza

aparecen las trufas negras, en las que España es una potencia con 12.000 hectáreas micorrizad­as. Hongos negros que se recolectan cada mañana y se prodigan exhalando aromas en múltiples platos, arroces, carnes, huevos y pastas.

El otoño presta entidad a la mayoría de los mariscos, que dicen estar en su mejor momento. Más aún, en zonas restringid­as de los campos de Castilla-La Mancha y Aragón se recolectan algunos de los azafranes más cotizados del mundo. Por su parte, en los olivares de Andalucía y el Mediterrán­eo nacen a partir de octubre algunos de los mejores aceites de oliva vírgenes extra de Europa; mientras que en Extremadur­a, Murcia y Baleares surge otro condimento prodigioso: el pimentón, el aliño clave de tantas recetas.

Restaurant­es, casas de comidas, marisquerí­as y asadores se apresuran a disfrutar de una despensa que se agiganta con productos valiosos de la temporada. Desde un punto de vista gastronómi­co, nos disponemos a disfrutar de los mejores meses del año.

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De arriba abajo, unas alcachofas en La Tasquita de Enfrente y un plato de fabes en Casa Gerardo, ambos en Madrid.
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