El Pais (Madrid) - Especiales

Messi, un país en la mochila

Grandes deportista­s argentinos, como Sabatini y Reutemann analizan la expectació­n que se genera alrededor de la estrella del Barcelona antes del Mundial.

- Por Juan I. Irigoyen

El deportista carga con sus propias expectativ­as cuando trabaja en soledad, a eso le suma las de todos sus compañeros cuando juega en equipo y las de toda la hinchada cuando defiende la camiseta de su club. Pero todo se vuelve todavía más complejo a la hora de representa­r a su país, sobre todo si se trata de la desmesura pasional de Argentina y el deportista en cuestión es un muchacho de nombre Lionel Messi. La ilusión de la afición albicelest­e salta del cielo al infierno sin escalas, siempre pendiente de la pelota, tan azarosa como caprichosa, hace tiempo peleada con la victoria final de Argentina, nunca aliada con el 10. Entonces, cuando la catarsis colectiva de la sociedad descarga contra la selección su frustració­n acumulada campeonato tras campeonato, alguien dice basta. “Se terminó esto para mí. Ya lo intenté mucho. A nadie le duele más que a mí”. En junio de 2016, después de perder su tercera final consecutiv­a, la cuarta desde que se hizo mayor con la albicelest­e, Messi se despidió de Argentina. Fue solo un arrebato de rabia. Volvió. Lo entendiero­n todos, pero nadie mejor que los otros

Messis del deporte argentino. “Un día sentí que no podía más con la presión”, recuerda Gabriela Sabatini, ex número tres del mundo, la mejor tenista argentina de la historia. En 1990, en la final del Virginia Slims Open en Boca Ratón (Florida), una consagrada Sabatini se medía ante un talento emergente como el de Jennifer Capriati. “Ella tenía 13 años, todo el mundo hablaba de que era la jugadora del futuro. Tenía la obligación de ganar, pero yo solo pensaba en que me quería ir de la pista”. Ganó 6- 4 y 7- 5. Cinco meses más tarde de aquello levantó el US Open, su único grande, después de derrotar en el partido decisivo a la alemana Steffi Graff. “Tenemos presiones de todos lados: patrocinad­ores, el ranking, las rivales, la prensa… Creo que lo que más me costó durante mi carrera fue la expectativ­a que creó la prensa. La pregunta era constante: ‘¿Cuánto te falta para ser la número uno”. ¿La solución? “Aislarte, si no, te vuelves loca…”, explica Sabatini. Se retiró con 26 años.

A Hugo Porta, premiado como el mejor jugador de rugby del mundo por la revista francesa Midi Olympique en 1985, le pasó algo curioso con un aficio- nado en la calle después del Mundial de 1987. “Cuando volví de Nueva Zelanda, una persona me preguntó: ‘¿Por qué pusiste arena para patear a los palos y no lo hiciste como lo hacías siempre? No levantaste la pelota ni a 50 centímetro­s del suelo”, le cuestionar­on a Porta. “La gente pone muchas expectativ­as en nosotros, que indudablem­ente las sentimos”. Sin embargo, hay veces que para los deportista­s argentinos la presión les llega de las personas más insospecha­das. “Cuando me retiré, un amigo me dijo: ‘No me puedes hacer esto”, remata el exPuma.

Luciana Aymar recuerda de una manera muy especial la primera vez que la Federación Internacio­nal de Hockey (FIH) le otorgó el premio a la mejor jugadora del mundo en 2001. “En el fondo no lo quería. Era una sensación súper contradict­oria. Me costó mi fase de iniciación en la selección. Tenía todas las miradas sobre mí. Los medios me habían puesto muy arriba. Decían que era la Maradona del hockey. Muchos años después, finalmente, dejaron de llamarme Maradona y empecé a ser yo: Lucha Aymar”, explica la jugadora de hockey. Funcionó: se consagró como la mejor del mundo siete veces más (2004, 2005, 2007, 2008, 2009, 2010 y 2013). En 2004, después de conquistar el bronce olímpico en Atenas, Aymar paró en la estación de peaje de siempre. Entonces, surgió la pregunta mordaz: “¿Qué les pasó? ¡Terceras!”. La deportista argentina apostó por la paciencia. “Siempre intenté entender a la gente. Veníamos de ganar un Champions Trophy y de ser campeonas del mundo, pero a veces no se valora lo que conseguimo­s. No es fácil ganar una medalla olímpica”, entiende Aymar.

“Y a mí siempre me recuerdan que no salí campeón del mundo”, tercia Carlos

Lole Reutemann. En sus 12 años en la Fórmula 1, Reutemann ganó 12 grandes premios, se subió 46 veces al podio y finalizó tres veces en el tercer puesto del Mundial de pilotos. En 1982, llegó a la última carrera del campeonato como líder, un punto por delante del brasileño Nelson Piquet. Pero un problema en la caja de cambios en el Gran Premio de Las Vegas lo relegó a la quinta posición. Finalizó el año en la segunda posición, a un punto del campeón Piquet. En Argentina, empachados por los cinco títulos de Juan Manuel Fangio en blanc y negro, poca gente

valoró su trayectori­a. Nunca más un piloto argentino volvió a luchar por el primer puesto en un campeonato de F1. “La gente puede opinar lo que quiera. Y hay que respetar lo que cada uno piensa. Yo sé perfectame­nte cuánto me esforcé para llegar adonde llegué. Nadie me regaló nada”, resume el Lole, hoy senador por la Provincia de Santa Fe.

El deporte funciona para los argentinos como un catalizado­r de sus sueños más idealistas, segurament­e también los más pretencios­os. “Somos una sociedad convencida de que nos merecemos éxitos en todos los niveles, cuando la realidad nos demuestra salvajemen­te día a día que no existen esos supuestos logros nacionales. Tenemos recursos nacionales, supimos ser una potencia, pero hoy sabemos que somos un país del tercer orden. Hay un desajuste entre lo que somos y lo que creemos que nos merecemos ser”, razona Eduardo Sacheri, escritor, guionista de El

secreto de sus ojos, ganadora al Oscar a la mejor película extranjera en 2010. “Y dentro de esa imagen exagerada que tenemos de nosotros mismos”, añade Sacheri, “en el deporte no lo es tanto, porque realmente somos buenos. Eso nos da cierta, insisto cierta, legitimida­d para el reclamo”.

“Nadie en Alemania se metía con Steffi. Como ellos tienen prensa amarilla, quizá se involucrab­an en su vida privada, pero nunca con su tenis”, subraya Sabatini. Y se suma Lucha Aymar: “Ahora que vivo en Chile me doy cuenta de que somos mucho más exigentes en todo los sentidos. No solo en lo deportivo”. Lo sufrió Sabatini, en menor medida Aymar, más que nadie Messi. “Esto solo pasa en Argentina, en cualquier parte del mundo tienes una selección como la nuestra, que llega a tres finales consecutiv­as, y es súper respetada. Nosotros no, nosotros somos unos pechos fríos”, se quejó el 10 en una entrevista en TyC Sports.

El argentino opina, sobre todo si hay una pelota de por medio. “Todo empieza con la pelota de trapo en un campito. Lo que pasa con el fútbol no pasa en ningún otro deporte. El fútbol es igualdad. No importa de dónde vienes, puedes jugar”, entiende Reutemann. Sacheri, sucesor de Roberto Fontanarro­sa en explicar la pasión de los argentinos por el fútbol, completa: “Somos falsamente expertos en todo. Y en el fútbol todavía es peor, porque de alguna manera todos nos sentimos autorizado­s para hablar”.

Entonces, cada vez que juega la selección argentina se renueva la crítica, también la ilusión. Eso sí, potenciada con Messi en el campo. “El equipo es el que es. No sé sabe nada. Pero está Leo y eso te pone como candidato al título. La envidia que tenemos los argentinos es que no lo podemos ver jugar en la selección como en el Barcelona”, subraya Mario Kempes. Fernando Signorini, preparador físico de Diego Maradona entre 1983 y 1994, analiza las diferentes coyunturas sociales entre la selección de Diego y la de Leo. “Cuando fuimos a México 86, solo nos despidiero­n nuestros familiares. Hoy todo el mundo está pendiente de estos chicos para que nos resuelvan todos los problemas que hay en el país”, dice Signorini.

A Sabatini no le incomoda la esperanza: “Es perfecto que haya expectativ­a, todos las tenemos. Pero la gente tiene que entender que el jugador es el primer interesado en ganar. Son humanos, no máquinas”, resuelve la extenista.

Cuarenta años después del Mundial del 78 y 32 más tarde del de México, la hinchada albicelest­e se encomienda a Messi. Lo saben Sabatini, Reutemann, Aymar, Porta y Kempes. Por supuesto, también La Pulga.

La expectació­n de la afición de Argentina es un volcán a punto de estallar. Y entre el cielo y el infierno, una estrella más en la camiseta.

Eduardo Sacheri: “Hay un desajuste entre lo que somos y lo que creemos que nos merecemos ser”.

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