RONALDO, MESSI Y NEYMAR.
En Ronaldo nunca se produce ese aflojamiento, él aún no ha dicho “basta”. La voluntad se mantiene sin paradas.
El portugués, el argentino y el brasileño querrán exhibirse en el gran escaparate del fútbol.
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En un célebre manifiesto, Ultimátum futurista a las generaciones portuguesas del siglo
XX, Almada Negreiros, escritor portugués esencial, artista completo, hasta bailarín, como bromeaban sus compañeros, y al que tal vez por haber estado al lado de Fernando Pessoa no se le valora tanto como merece, concluye su texto, poco cariñoso hacia lo que era Portugal en ese inicio del siglo XX, con una frase que todos los portugueses repiten, una y otra vez, con una autoironía despiadada: “El pueblo completo será el que haya reunido al máximo todas las cualidades y todos los defectos. Ánimo, portugueses: solo os faltan las cualidades”.
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Esta divertida provocación de Almada Negreiros plantea la cuestión a modo de balance de contabilidad: hablemos, pues, de las numerosas cualidades de Ronaldo y de cómo sus defectos, si desapareciesen, probablemente harían que desapareciera también aquello que admiramos.
Veamos rápidamente la biografía. En la trayectoria de Ronaldo hay rasgos absolutamente admirables. De entrada, esto: sale de Madeira, una isla, aún niño, se aleja de los padres y de la familia y, de repente, ahí está: rodeado por todos lados ya no de agua, sino de elementos extraños: una ciudad grande (Lisboa) y compañeros, funcionarios y entrenadores que, de pronto, tienen que sustituir a las familias de las que se apartó. Alguien, está claro, que quiere mucho algo desde muy temprano. Tenía 11 años.
Cuentan las biografías que lloró mucho con ese alejamiento, pero se quedó, se quedó y continuó. Nació en uno de los barrios más pobres de Madeira.
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En el trayecto inicial de Ronaldo hay una soledad que alimenta una especie de devoción. Cada hombre está a solas con su voluntad, siempre, pero esta puede reblandecerse, hacerse líquida y, finalmente, evaporarse. Y muchos, muchísimos humanos, flaquean aquí: no al comienzo, porque nadie fracasa al principio, sino cuando la voluntad firme con la que empiezan, más tarde, ante uno, dos, o veinte obstáculos, ante dos o veinte éxitos, empieza a cambiar su estado químico, y de roca y piedra pasa a agua y aire, terminando en viento y nada, y en nada en absoluto. Hay quien se enrabia con el fracaso, hay quien se aburre con el éxito. Y rabia y aburrimiento nunca han producido mucho futuro.
Es cierto que todos los hombres tienen, en determinados momentos de su recorrido, una voluntad firme, pero lo más normal es ese aflojamiento ante el fracaso o el éxito y decir “ya vale, ya basta”. Y en este aspecto, quizá el éxito sea más causa de ese aflojamiento, de ese descanso resignado: lo he conseguido, estoy en la cima de la montaña, ahora descanso.
En Ronaldo parece que nunca se produce ese aflojamiento, él aún no ha dicho “basta”. La voluntad se mantiene sin paradas, sin desaceleración; desde los 11 años, cuando salió de Madeira para la Academia del Sporting, hasta los 33 años que tiene ahora.
Veintidós años ininterrumpidos de voluntad es mucho, muchísimo. Y ello es, sin lugar a dudas, ejemplar.
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La voluntad no ocupa lugar, diríamos, pero semejante frase quizá sea apresurada. De hecho, en el límite, la voluntad es muscular o no es nada. Estar lleno de voluntad y no moverse tiene el mismo efecto que tener voluntad cero. La voluntad es, en el límite, movimiento entusiasmado o resistente.
La voluntad debe bajar a la tierra, es decir, al césped, para que no se quede en el mundo de la mente individual. Lo recuerdan ya algunos pasajes bíblicos: un hombre lleno de voluntad de labrar el campo no labra el campo; quien labra el campo es quien lo hace físicamente.
En una adaptación a espacios mucho más prosaicos, podríamos decirle a cualquier jugador de fútbol: “Querido, en el fútbol no queremos que tengas ganas de meter goles, queremos que metas goles”.
Se ve que lo que admiramos en Ronaldo se halla, por lo tanto, en el espacio: saltos, tiros, cruces, pie derecho e izquierdo, etcétera. La voluntad culmina, pues, en gestos, movimientos, acciones. Mucha gana en un cuerpo torpe acabará siempre en gestos, movimientos y acciones torpes. Sin voluntad, nada. Pero la voluntad no es suficiente; en el fútbol, al parecer, se exigen también goles y otros detalles terrenales y concretos.
ros en Inglaterra silbándole cada vez que tocaba el balón. Y aguantó, resistió, siguió; jugaba y marcaba, como si aquello, aquellos silbidos gigantescos, fueran un incentivo. Transformar la fuerza que viene contra nosotros en la fuerza que nos ayuda.
En esos momentos, Ronaldo parecía jugar en un búnker, un búnker paradójico, ligero y portátil. El cuerpo se mueve ágilmente en múltiples direcciones, pero parece protegido por una coraza medieval. No entra nada: ni insultos, ni silbidos, ni presión, ni derrotas, ni victorias.
Ronaldo es también una máquina psicológica que resiste bien a lo que le rodea.
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En determinados periodos se habló mucho de la arrogancia de Ronaldo.
El número de arrogantes, en el arte y en infinitas actividades más, sin ninguna obra –sin libro, sin cuadro, ni tampoco 40 goles por temporada– sería suficiente para crear el mayor ejército del mundo. El ejército de los arrogantes sin obra.
La arrogancia es siempre la prueba de que no se entiende lo esencial: que todos pertenecemos a esa raza a la que los griegos antiguos llamaban sencillamente mortales. La arrogancia es la suspensión de una petición delicada para existir y hacer. Es una precipitación y, por lo tanto, un error evidente. Todo mortal debe ser orgulloso, sí, pero delicado.
Por supuesto, la delicadeza debe ser alabada, y es una de las grandes obligaciones humanas. ¡Sé delicado porque eres mortal! Eres mortal, ¡sé delicado! Pero entre un arrogante que marca 40 goles por temporada y miles de arrogantes sin obra, prefiero, sin duda, los que tienen currículo.
Pero cabe decir que Ronaldo está aprendiendo; parece más calmado, más sensato, más tranquilo.
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Agustina Bessa-Luís, esa extraordinaria escritora portuguesa que debería ser conocida en España y en todo el mundo, garantiza, por medio de uno de sus personajes y con su habitual sarcasmo, que en Portugal “el autoelogio es indispensable, una garantía para conseguir trabajo, préstamos, amigos”. Cabe decir que Agustina es una señora dotada de ironía y humor desconcertantes. “Nos echamos flores como si no tuviéramos abuelos que lo hagan”, concluye.
Está claro que Ronaldo tiene un ego enorme. ¿Y cómo se puede construir algo fuerte sin ego?, preguntaríamos. De hecho, como recuerda Ambrose Bierce en sus definiciones rápidas, egoísta es “una persona de pésimo gusto, más interesada en sí misma que en mí”.
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“Nadie debe resignarse a permanecer donde está si puede elevarse”, escribía Plutarco y, evidentemente, podemos pensar en diferentes tipos de elevación moral, intelectual, espiritual e, incluso, literalmente física, muscular.
Si puedes vencer cuatro veces y solo venciste tres, has fallado; esta es la conclusión que podría extraerse de una meta interpretación de la frase de Plutarco. Si puedes saltar, no te quedes en el suelo, diría. Si puedes saltar es una cobardía quedarte en el suelo, añadiría. Ronaldo salta.
Entre un arrogante que marca 40 goles por temporada y miles de arrogantes sin obra, prefiero, sin duda, a los que tienen currículo.