El Pais (Madrid) - Especiales

Perdimos como siempre

Me impresionó la sangre brillante, casi de mentira, de Luis Enrique, después del codazo de Tassotti

- Elena Medel Por

Mi padre me dijo que me dijo que fuera con los blancos. Me lo contó tiempo más tarde: en aquel derbi entre el Atlético y el Real Madrid, mi padre utilizó esos verbos que hoy evito por gastados, y con los que entonces me señalaba a qué equipo animar. En ese recuerdo que no suena –me tocaría imitar nuestras voces, igual que en una mala película– aparezco sentada junto a él, mis tres o cuatro años, en un sofá de estampado español de los ochenta. Las flores grandes, el tejido a prueba de zapatos infantiles, el veinteañer­o que soñaba hijo pero que cría hija en el piso pequeño donde acaba la ciudad.

Las imágenes fijan los recuerdos, conservan el pasado; el presente lo sustentan las palabras. Cuando algo ocurre, lo describo en voz alta: ha pasado esto. Sin embargo, cuando se trata de la memoria, necesito ponerlo ante los ojos. ¿Ocurrió lo que viví sin verlo, o sin tener la conciencia de haberlo visto? Si me dicen que me dijeron, lo imagino sin creerlo del todo. En cambio, a quienes rondamos los treinta nos ocurrieron el chándal de táctel, los pabellones imposibles de la Expo o el pebetero de los Juegos –el azar de la geografía–, las noticias sobre chicas que jamás regresaban a casa. Mi padre me dijo que me dijo que fuera con los blancos, y no existió nada entre esas victorias futuras y mi siguiente recuerdo de fútbol: partidos sin brillo en el colegio, quizá cánticos ante la televisión; ni una sola experienci­a que se forzase de comentario a lo que nunca se olvida.

Hasta que Mauro Tassotti rompió la nariz de Luis Enrique. Al escribir “codazo de Tassotti” no tarda Luis Enrique en señalar su nariz ante el árbitro: conforme lo tecleo, de nuevo España intenta el empate y el defensa se transforma en un villano. Busco en Google para saber más, e inventarme la memoria: la imagen que se me grabó, para mí la verdadera, incluye a Fernando Hierro intentando calmarle, y de otra fotografía me impresiona la sangre brillante, casi de mentira.

Muchos vídeos recuerdan en YouTube el codazo de Tassotti. En uno de ellos, el más visitado –más de doscientos mil–, han escogido como banda sonora una canción de Hombres G, y lo celebran al irónico grito de “ven

detta”; el segundo con más visualizac­iones, cuarenta mil, lo aloja un canal dedicado a la nostalgia de los años ochenta, junto al anuncio de la colonia Chispas y el último capítulo de

David el Gnomo. “Las lágrimas de Luís [sic] Enrique fueron las lágrimas de toda España”, concluye. Con su golpe, Tassotti cierra una década de catorce años en un país que ni le va ni le viene. No pienso en las lágrimas si pienso en el codazo de Tassotti. Pienso en la mueca de dolor, casi preparándo­se por si recibiera un golpe más, y en la sangre que bajaba por el cuello hacia la camiseta blanca; pienso con extrañeza en el cuello abotonado de Fernando Hierro. Sé que perdimos, como siempre.

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