La aventura de comer
Degustar noodles en las calles de Bangkok o tortillas y esquites en las de México es pura inmersión viajera. El interés por lo culinario ha crecido en las últimas dos décadas. En su versión popular y en la alta cocina. En 2002, elBulli de Ferran Adrià fue elegido el mejor restaurante del mundo en la primera lista de The World’s 50 Best (repitió otros cuatro años), la misma que lideraron los hermanos Roca con El Celler de Can Roca en 2013 y 2015. Que el Noma de René Redzepi encabezara esa clasificación evidenció el auge de las cocinas nórdicas. Perú también se puso en el centro de interés a partir de 2005 gracias a Gastón Acurio y sus ceviches y causas. En estos años, la gastronomía recibió múltiples adjetivos que denominaron tendencias: la cocina de fusión (como la de Abraham García en Viridiana, Madrid), la de vanguardia (Andoni Luis Aduriz, Mugaritz, Errenteria), la de proximidad, la orgánica, la vegana… Buscamos cada vez más la autenticidad de los mercados (para comprar y comer) y productos artesanos. También en el mundo del vino y las cervezas, con bodegas y fábricas que, además, suelen ofrecer comida. En los restaurantes, las fronteras entre los fogones y la sala han ido desapareciendo, de las cocinas vistas a la fusión total de los espacios, como en el nuevo restaurante de los hermanos Torres de Barcelona. Y la cocina dulce, más allá del postre, ya es una auténtica protagonista.