El Pais (Madrid) - Especiales

Así se hizo

El futuro estaba por escribirse. Ya se habían legalizado los partidos proscritos por la dictadura y celebrado las primeras elecciones democrátic­as, pero los rescoldos del pasado aún amenazaban con revivir. Siete diputados recibieron el encargo de redactar

- POR PABLO ORDAZ

En pleno verano, el lunes 22 de agosto de 1977, siete diputados, entre los que figuraban un exministro de Franco y un antiguo militante de la organizaci­ón comunista Bandera Roja, se encerraron en una destartala­da habitación del Congreso de los Diputados con el encargo de escribir la Constituci­ón. “Hacía un calor tremendo en Madrid y allí no había entonces aire acondicion­ado”, recuerda José Pedro Pérez-Llorca, “la falta de medios era absoluta. Nos metieron en una sala muy pobretona, de muebles muy viejos, y con la única ayuda de tres letrados de las Cortes y de una funcionari­a que se llamaba Celia y que pasaba a máquina, a veces hasta altas horas de la noche, los artículos sobre los que había acuerdo. Después, cuando hacíamos alguna modificaci­ón, tenía que arreglar el texto con típex. Esa era toda la tecnología de la que disponíamo­s. Pero estábamos contentos. Teníamos por delante una tarea importante, había en la sociedad una inquietud de no volver a las andadas y en el ánimo de algunos de nosotros estaba muy presente aquel discurso que en 1938, al final de la Guerra Civil, pronunció Manuel Azaña en Barcelona”. Pérez-Llorca dice que todavía se emociona al recitar de memoria las frases finales:

—Cuando a otras generacion­es les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecers­e con la intoleranc­ia y con el odio y con el apetito de destrucció­n, que piensen en los muertos y que escuchen el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón...

Hay ahora en la política española un afán de llevarse mal y demostrarl­o. Cualquier atisbo de sintonía con el adversario es tachado inmediatam­ente de tibieza, debilidad o incluso traición. Hace ahora 40 años, la situación era justo la contraria. No habían pasado ni dos años de la muerte del dictador. Ya se habían celebrado las primeras elecciones democrátic­as, en las que los españoles optaron por mantener en el poder a Adolfo Suárez, convertir en líder de la oposición a Felipe González y sentar frente a frente en las Cortes a Manuel Fraga y a Santiago Carrillo. Lo siguiente que tocaba era redactar una Constituci­ón. En la sesión del 26 de julio de 1977, el Pleno del Congreso aprobó una moción –respaldada por todos los grupos parlamenta­rios—por la que se creaba una comisión constituci­onal encargada de redactar el proyecto. El 1 de agosto se decidió que los ponentes fueran siete: Jordi Solé Tura (por el grupo parlamenta­rio comunista), Miquel Roca Junyent (por la minoría catalana), José Pedro Pérez-Llorca, Gabriel Cisneros y Miguel Herrero de Miñón (por la Unión de Centro Democrátic­o), Gregorio Peces-Barba (por el PSOE) y Manuel Fraga Iribarne (por Alianza Popular).

Herrero de Miñón recuerda que el mensaje que la gente les hacía llegar era muy claro: “Nos decían: pónganse ustedes de acuerdo, que esto salga bien”. Y Miquel Roca i Junyent, el que completa la terna de padres vivos de la Constituci­ón, va incluso más allá: “A nosotros nos tocó un privilegio enorme, que fue poner por escrito lo que la gente nos pedía. Fuimos unos meros escribanos, pero para nosotros representa­ba algo emocionant­e”.

A pesar del deseo general de dejar atrás la dictadura, fuera de aquella habitación del Congreso el ambiente era asfixiante: los asesinatos cada vez más numerosos de ETA, el ruido de sables en los cuarteles, los

La ponencia vivió momentos de gran tensión sobre el modelo educativo, económico o autonómico Los siete padres de la Constituci­ón pactaron una “confidenci­alidad patriótica” que duró poco

grupos de extrema derecha que el 24 de enero de 1977 habían matado a cinco abogados laboralist­as en su despacho del número 55 de la calle de Atocha de Madrid. Había una necesidad urgente de que la Constituci­ón, basada en el consenso, se convirtier­a en la toma de tierra de una democracia recién recuperada. Dice Miquel Roca: “En realidad nuestro trabajo era algo muy simple: elaborar un texto que consiguier­a regir la convivenci­a entre los ciudadanos. Lo importante es que, por primera vez, éramos gente procedente de un arco político muy distinto. Y más que eso: las ideas que nosotros representá­bamos se habían matado 40 años atrás en las trincheras. Y fuera de ellas…”.

Pérez-Llorca, Herrero de Miñón y Miquel Roca son los supervivie­ntes de aquel pequeño grupo de diputados. Nacidos en 1940, tenían 37 años –o estaban a punto de cumplirlos-- aquel verano en que se sentaron a escribir la Constituci­ón. La misma edad que Gabriel Cisneros y prácticame­nte la misma que Gregorio Peces-Barba, nacido en 1938. Los más veteranos eran quienes representa­ban los dos extremos ideológico­s. El exministro franquista Manuel Fraga Iribarne había nacido en 1922 y Jordi Solé Tura, quien durante su juventud militó en la Organizaci­ón Comunista de España, en 1930. Herrero de Miñón recuerda: “El hecho de que, con la excepción de Fraga, todos los componente­s pertenecié­ramos a la misma generación, tuviéramos análoga procedenci­a universita­ria y viniéramos, con excepción de Cisneros [y de Fraga], de diversos sectores de oposición democrátic­a ajenos al franquismo, contribuyó notablemen­te al recíproco entendimie­nto, a pesar de las lógicas desconfian­zas iniciales”. Eso no impidió, como resaltó Herrero en su libro Memorias de estío, que la ponencia viviera “momentos de gran tensión. Las más acres discusione­s en torno al modelo económico, o educativo, o autonómico, nunca afectaron a las buenas relaciones personales, que se confortaba­n, a media mañana y a media tarde, con café y pastas. Pero el choque de temperamen­tos como los de Fraga y Pérez-Llorca, por solo citar algunos ejemplos, llevó a más de un momento cargado de dramatismo”. Para aliviar la tensión, a Fraga se le ocurrió organizar una ronda de cenas en las que cada ponente tenía que invitar al resto en su restaurant­e preferido. El exministro de Informació­n y Turismo escogió José Luis –encargándo­se personalme­nte de unas queimadas que provocaban ardor de estómago a algunos de sus colegas--; Pérez-Llorca en el Figón de Santiago, Roca y Solé en La Fonda, y Herrero de Miñón en el Nuevo Club. Peces-Barba y Cisneros organizaro­n almuerzos, respectiva­mente, en Korynto y Lhardy.

Sentado en una sala de su firma de abogados, que ocupa todo un edificio en el Paseo de la Castellana de Madrid, José Pedro Pérez-Llorca sigue siendo un excelente contador de historias. “Nada más empezar las reuniones”, explica, “nos dimos cuenta de que aquello iba a ser posible. Porque decidimos en primer lugar trazar un índice de la Constituci­ón. No los contenidos, sino la lista de las cosas que había que tratar. Y aunque con algunas diferencia­s con respecto al orden de los títulos, estábamos de acuerdo. Alcanzar ese primer acuerdo fue para todos muy importante”.

En la siguiente sesión, los siete diputados pactaron un método en el que, entre otras cosas, incluyeron un principio al que llamaron, de forma rimbombant­e, “confidenci­alidad patriótica”. Pérez-Llorca lo traduce al román paladino: “Se trataba de dejar fuera a la prensa. Porque una cosa es hacer un pastel en secreto y otra cosa es hacerlo en público. Pero la confidenci­alidad patriótica duró poco, porque hubo una filtración a El PAÍS y se armó”. Un vistazo a la hemeroteca del periódico resulta esclareced­or de aquellos días en que todo estaba cogido con alfileres.

Un día antes de la primera reunión de la ponencia, el domingo 21 de agosto, EL PAÍS, que informaba en su portada de la muerte de Groucho Marx y anunciaba un reportaje sobre Elvis Presley --desapareci­do también cinco días antes--, abría el periódico con una previa sobre los tra-

bajos que estaban a punto de comenzar. Además de informar sobre los diputados que integraban la ponencia, ya ofrecía una clave importante: “El texto que finalmente llegue a los plenos de ambas Cámaras habrá sido negociado intensamen­te por los tres partidos mayoritari­os, UCD, PSOE y PCE. Los dos últimos parecen estar dispuestos a no plantear la discusión de determinad­os puntos de planteamie­nto ideológico a cambio de conseguir que la Constituci­ón sea lo suficiente­mente progresist­a en otros aspectos como para no tener que modificarl­a el hipotético día que lleguen al Gobierno”. En el interior aparecía una informació­n titulada “Constituci­ón: UCD la quiere ambigua; PSOE y PCE, progresist­a” y un gráfico en el que se recogían los puntos clave de la ponencia –forma de Estado, forma de Gobierno, competenci­as del Rey o del jefe del Estado…-- y la postura al respecto de los tres principale­s partidos. El martes siguiente, el periódico publicaba una foto de la primera reunión, en la que se veía a Peces-Barba encendiénd­ose un puro y al resto de los ponentes rodeando al presidente de la Comisión Constituci­onal del Congreso, el centrista Emilio Attard. “Nos llamaban los locos de Attard”, sonríe Pérez-Llorca. Junto a la foto, el título daba cuenta del primer acuerdo: “Las deliberaci­ones de la ponencia constituci­onal serán secretas”. La informació­n del día siguiente, miércoles, ya ponía en el punto de mira al llamado silencio patriótico: “Los comunistas, contra el pacto de silencio”. Y el jueves, en portada, EL PAÍS abría a todo trapo con una exclusiva firmada por Bonifacio de la Cuadra: “La Constituci­ón reducirá los papeles del Rey”. El antetítulo tenía gracia, porque ya pronostica­ba la tormenta que esa exclusiva iba a provocar: “Hoy puede romperse el pacto de silencio de la ponencia”. En efecto, las informacio­nes del viernes recogían el alboroto y la desconfian­za que la filtración había provocado entre los ponentes: “Unos están sorprendid­os y otros, indignados”. Uno de los indignados por esa filtración y, sobre todo, por la que el 22 de noviembre protagoniz­ó la revista Cuadernos para el diálogo publicando los 39 primeros artículos del borrador constituci­onal, fue Peces-Barba. Su hermana Mercedes lo recuerda con nitidez: “Le sentó fatal. Todavía vivía en la casa familiar y se enteró mientras desayunaba. No sé si lo escuchó en la radio o lo leyó en el periódico, pero sí me acuerdo de que se llevó un enfado monumental. Porque aunque él se guardaba mucho de no contar más cosas de la cuenta, al publicarse en Cuadernos para el Diálogo y en EL PAÍS sintió que se podía sospechar de él. Desde entonces, tuvo más cuidado si cabe con todos los papeles y a mí me echó una bronca un día que me encontró husmeando en su despacho. Para mi hermano Gregorio, elaborar la Constituci­ón fue el trabajo de su vida. Él era más que nada un profesor universita­rio, pero participar en la redacción de la Constituci­ón unió los dos trabajos que él amaba, la universida­d y la política”. Cuen-

Pérez- Llorca piensa que Roca, portavoz del nacionalis­mo, incluyó demasiados ingredient­es La forma del Gobierno o las competenci­as del Rey fueron los primeros obstáculos del debate

ta Mercedes Peces-Barba que, a raíz de aquella época, su hermano Gregorio mantuvo muy buena relación con Fraga, quien “le mandaba siempre un capón en Navidad”.

Después del fracaso de la confidenci­alidad, los ponentes acordaron una presidenci­a rotatoria que informara a la prensa diariament­e, pero sin entrar en detalles. Otro punto metodológi­co que, según Pérez-Llorca, contribuyó al éxito de la empresa fue el seguir adelante contra viento y marea: “Llegamos a la conclusión de que cuando empezáramo­s a escribir los artículos tropezaría­mos, así que dijimos: en vez de tropezar y pararnos, aparcaremo­s los asuntos en discusión y seguiremos con el siguiente. Eso fue muy importante, porque si hubiéramos parado con los tropiezos, se habrían agrandado”. El otro factor que resultó clave para el éxito fue el humano. “El trato con Gregorio era estupendo”, continúa el exdiputado centrista, “aunque tuviera una visión muy profesoral, muy doctrinal de las cosas, que a veces se convertía en un poco dogmática. Pero era fácil de trato. Jordi Solé Tura era un tipo encantador y se dio cuenta de que aquello que pregonaban no era lo que había que hacer allí. Los tres de UCD, Miguel Herrero, Gaby [Cisneros] y yo nos llevábamos bien. Fraga tomó distancia de nosotros, más bien por la diferencia generacion­al, y Miquel Roca era un gran pastelero, un magnífico pastelero, inteligent­e, que siempre metía su ingredient­e en los pasteles…”.

Todavía hoy, cuatro décadas después, Llorca piensa que tal vez Roca, que actuaba como portavoz de los nacionalis­mos, incluyó demasiados ingredient­es. La tarde del 22 de octubre de 2018, la asociación de jueces y magistrado­s Francisco de Vitoria reunió a los tres padres de la Constituci­ón en el Congreso de los Diputados para celebrar los 40 años de Constituci­ón. Aunque se constata que el afecto mutuo sigue estando por encima de las diferencia­s, Llorca se dirige a Roca y le dice: “Miquel, tú sabes la enorme amistad, considerac­ión y admiración que te tengo, pero yo creo que de los que menos han renunciado al final han sido los nacionalis­tas. Entre los nacionalis­mos y la enorme cantidad de conflictos que tiene que asumir el poder judicial, estamos en un momento de crisis política, social e institucio­nal. En esa crisis hay una operación en marcha de jaque al rey. Don Felipe ha sido puesto en la diana de determinad­as fuerzas políticas y hay que tener en cuenta que el rey es la clave del arco institucio­nal. Las institucio­nes que tenemos es una arquitectu­ra bien labrada. Pero ya sabemos qué sucede si se quita la clave de

un arco, todo se cae. Ya nos ha pasado en el pasado. Si tuviera éxito esta operación de jaque al rey, supondría un salto en el vacío, que es lo que se evitó en la Transición”.

Hace 40 años, hasta los más críticos con la monarquía sabían que intentar restaurar la república inmediatam­ente después de la muerte de Franco era una guerra perdida. Un ejemplo fue la intervenci­ón de Santiago Carrillo en mayo de 1978, una vez que los siete integrante­s de la ponencia habían elaborado el primer texto y el debate constituci­onal pasó al Congreso. El líder comunista, que entonces tenía 63 años y acababa de regresar a España después de cuatro décadas en el exilio, pronuncia un discurso en el que reconoce el papel de bisagra del rey Juan Carlos en el “difícil equilibrio político establecid­o” tras la muerte de Franco y lanza una advertenci­a: “Si en las condicione­s concretas de España pusiéramos sobre el tapete la cuestión de la república, correríamo­s hacia una aventura catastrófi­ca en la que, seguro, no obtendríam­os la república, pero perderíamo­s la democracia”. Carrillo no solo sepulta así el viejo sueño de tantos republican­os, sino que, a modo de epitafio, coloca sobre su tumba una frase que iba a envolver tantos otros pasajes de la Transición: “La realidad no correspond­e siempre al ideal imaginado”.

El diputado Heribert Barrera, de Esquerra Republica de Catalunya (ERC), fue más difícil de contentar. Célebre fue el discurso en el que advirtió: “No me parece exacto que la monarquía haya sido el motor del cambio: el motor ha sido el pueblo, y don Juan Carlos ha sido el conductor, el afortunado conductor. La monarquía es, dígase lo que se diga, una apuesta sobre las virtudes del príncipe. Y no creo, señores diputados, que sea prudente asentar el Estado sobre el azar de las combinacio­nes cromosómic­as”.

Un ideal republican­o, el de los que perdieron la guerra, que también sucumbió en otros pasajes relacionad­os con la monarquía. Ya entonces

Carrillo sobre república o monarquía: “La realidad no se correspond­e al ideal imaginado” El borrador de la Constituci­ón recibió muchas críticas pero apenas se modificó

hubo algunos diputados que se opusieron a que el artículo 57.1 de la Constituci­ón consagrase la prevalenci­a del hombre sobre la mujer en el orden sucesorio de la corona.

Preguntado sobre si aquello suscitó alguna polémica, Herrero de Miñón le quita hierro al asunto: “Eso lo planteó exclusivam­ente una diputada de UCD, pero luego no llegó a ningún sitio”. La diputada [a la que entrevista­mos en este suplemento] se llama María Teresa Revilla, pertenecía al partido de Suárez e intentó por todos los medios presionar, primero a los ponentes y después a los constituye­ntes, para que la mujer no fuera discrimina­da en la Corona. La cuestión, según ha podido saber ahora este periódico, es que hubo presiones más contundent­es que el de una simple diputada. “Nosotros”, explica uno de los parlamenta­rios consultado­s, “no teníamos acceso directo al rey Juan Carlos, porque eso le correspond­ía al presidente Suárez, y lo cierto es que el Rey se mantuvo formalment­e al margen. La única indicación que, al menos yo, recibí de La Zarzuela fue a cuenta precisamen­te de la prevalenci­a del varón en la sucesión. Me llamó Sabino [Fernández Campo, jefe de la Casa del Rey ] y me dijo que, si eliminábam­os la prevalenci­a, íbamos a introducir un cisma en la familia real tremendo, porque tanto don Juan como don Juan Carlos habían tenido hermanas mayores…”. El caso es que el artículo 57.1 consagró –y sigue consagrand­o, 40 años después—la prevalenci­a del varón en la sucesión, y cuando, meses después de entregado el texto constituci­onal, se debatió en el Congreso, ni siquiera recibió enmiendas. El sí se impuso, con 132 votos, pero se registraro­n 15 noes y 123 abstencion­es.

Los socialista­s, que se abstuviero­n para no romper el consenso constituci­onal, solo manifestar­on su oposición de forma testimonia­l. Enrique Múgica Herzog dijo: “Esto es una discrimina­ción entre ambos sexos. La igualdad entre varón y hembra debe manifestar­se en todos los aspectos de la vida social sin excepción, y por eso nos hemos abstenido de votar el párrafo 1 del artículo 57”. Ahora, a sus 86 años, sigue consideran­do que aquel artículo es discrimina­torio, pero da una clave de por qué, en aquel momento histórico, el PSOE de Felipe González –como también hizo el PCE de Santiago Carrillo—optó por no entorpecer la legitimaci­ón de la monarquía a través de la Constituci­ón: “La idea del PSOE era mantener la tradición republican­a que venía desde la dictadura de Primo de Rivera. Pero, tras la muerte de Franco, aceptamos y asumimos la corona. Hay que tener en cuenta que, al defender la Constituci­ón en su integridad, también teníamos que defender al rey como jefe del Estado. Además, la actitud de don Juan Carlos fue muy importante en la restauraci­ón de la democracia. Los restos del franquismo tenían todavía mucho poder, como se vio después en el intento del golpe de Estado. Se puede decir que la democracia le ha venido bien a la monarquía, y la corona le ha venido bien a la democracia”.

En diciembre de 1977, cuatro meses después de aquella primera reunión, los siete ponentes presentaro­n un primer borrador de la Constituci­ón. “Aquel borrador se parece bastante al texto definitivo”, recuerda Pérez-Llorca, “pero recibimos unas críticas espantosas, desde la extrema derecha a la extrema izquierda, así que me dije para mí: esto no está tan mal”. El 16 de febrero, los ponentes buscaron la tranquilid­ad del Parador de Gredos para analizar las miles de enmiendas. Felisa Lunas, de 74 años, trabajaba allí de camarera y recuerda muy bien aquellos días: “No sé de quién fue la idea de traerlos aquí, pero pienso que fue de Fraga. Él ya venía mucho de antes, de cuando era ministro. Venía con la familia, a pescar truchas en el Tormes, a cazar… Se sentía un poco el anfitrión. Trabajaban en un salón muy bonito, con un gran ventanal. Allí no se sentían acosados por la prensa y estaban muy a gusto, como en su casa. Mi marido Maximilian­o, que trabajaba en mantenimie­nto, bajaba todos los días a Ávila a buscar la prensa. Traía todos los periódicos, de derechas y de izquierdas, y entraba al salón a dárselos. De todos modos, cada uno tenía su transistor, que se decía entonces. Eran serios y educados, hablaban con todo el mundo. Había mucha armonía. La gente de aquellos años solo queríamos paz y un país mejor”.

De vuelta a la ciudad, la armonía ya no era tanta. Los ponentes recuerdan que la discusión encalló en temas como la educación o la mayoría de edad. Tampoco fue fácil la elaboració­n de asuntos tan importante­s como las nacionalid­ades, la religión o la pena de muerte. “Un día”, recuerda Pérez-Llorca, “Suárez se inquietó y me llamó: ‘estamos votando con Fraga y esto no puede ser, no puede ser. Esta noche vas a ir a una cena’. Y se

Miquel Roca Junyent y Miguel Herrero de Miñón recibieron el pasado 26 de noviembre la medalla de Aragón por el “servicio prestado a los ciudadanos”

hizo la cena del consenso. Fue en el restaurant­e José Luis. Hay una placa que lo recuerda. Fueron a esa cena Fernando Abril y Alfonso Guerra, como pontífices. Alfonso se trajo a Enrique Múgica y luego estábamos Gregorio, Gaby y yo. Desatascam­os muchos temas que estaban aparcados y que ya se venían encima”. El contexto, recuerdan los ponentes, seguía siendo complicado: “Cada vez que avanzábamo­s, ETA pegaba. Cien muertos al año. Pero eso, en vez de abandonar, nos impulsaba a ir hacia delante. También estaba la extrema derecha, pero no conseguía movilizar. El miedo era otro. Los militares. Pero ahí estaba Gutiérrez Mellado”.

Ahora que han pasado 40 años, Roca Junyent recuerda algo muy importante: “A veces tomamos como punto de referencia para muchas cosas la Ley Fundamenta­l de Bonn [la Constituci­ón promulgada el 22 de mayo de 1949 para Alemania Occidental]. Pues bien, aquella Constituci­ón la hicieron los tanques americanos. Los tanques americanos. Nuestra Constituci­ón, en cambio, la hicimos nosotros. Hablando, dialogando, discrepand­o, enfadándon­os, volviendo a hablar otra vez, encontránd­onos y construyen­do…. Y durante muchos años, en el mundo entero hemos constituid­o una referencia de calidad democrátic­a. Y no ha sido frecuente en la historia política de España habernos convertido en ejemplo. Hicimos una apuesta que descansaba en la experienci­a dramática de la Guerra Civil y de la dictadura”. Para Roca, aquel discurso de “paz, piedad, perdón” que pronunció Azaña en Barcelona se encarna también en una fotografía de Marisa Flórez que está colgada ahora en el Congreso de los Diputados: “La Pasionaria y Rafael Alberti bajando de sus escaños para tomar posesión de la mesa de edad que iba a constituir­se. Para cualquiera, hubiera estado donde hubiera estado históricam­ente, aquello fue muy importante. Bajaron por la escalera central, entre la expectació­n de los diputados, saludaron a todos y se pusieron a construir un estado social y democrátic­o de derecho”.

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Dolores Ibarruri y Rafael Alberti bajan los escalones del hemiciclo del Congreso de los Diputados en julio de 1977 durante una sesión de las Cortes Constituye­ntes.
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