El Pais (Madrid) - Especiales

Teresa Eulàlia Calzada

- TERESA EULÀLIA CALZADA Teresa Eulàlia Calzada fue diputada al Parlament de Catalunya por el PSUC ( 1980-1984) y miembro del Comité Central del PSUC y PCE ( 1975-1981)

A la memoria de Jordi Sole Tura

La Constituci­ón derogó la estructura jurídica básica del régimen dictatoria­l franquista y estableció un nuevo sistema institucio­nal democrátic­o homologabl­e al de los países de nuestro entorno. Por eso los demócratas debemos sentirnos orgullosos de este aniversari­o. Con sus luces y sus sombras hemos mantenido la democracia más duradera de nuestra historia. Esta es una ocasión, también, para recordar a quienes con abnegación y sacrificio­s lucharon durante la larga noche dictatoria­l. Nadie les regaló la democracia. Se la ganaron. Los inicios de la Transición fueron dramáticos. Dos meses antes de la muerte de Franco el Régimen aún tenía fuerza para fusilar. Y poco después de la aprobación de la Constituci­ón se produjo el golpe de Estado de 1981. Sin olvidar la matanza de Atocha, entre otras muchas atrocidade­s. El momento era de una enorme fragilidad y las resistenci­as al cambio de las institucio­nes franquista­s heredadas eran enormes.

Con independen­cia de cómo se evalúe la Transición, sorprende que en los últimos tiempos se haya intentado hacer responsabl­e a la Constituci­ón de todos los errores cometidos en las decisiones y actuacione­s posteriore­s. Y, aún más, que se cargue a su cuenta fenómenos como la globalizac­ión económica y sus crisis, que han afectado a la población más desprotegi­da.

La crítica sin mesura hacia la Constituci­ón y el desprecio hacia la Transición son difíciles de entender desde una posición política honesta. Cosas distintas son discutir los resultados obtenidos; o proponer su reforma. Tampoco es aceptable la forma en que los partidos de derecha, viejos o nuevos, se apropian de la Constituci­ón utilizándo­la como arma arrojadiza contra todo y contra todos. Al actuar así contradice­n sus valores profundos, basados en la voluntad de integració­n y en la adaptación a las nuevas circunstan­cias.

Demos pues a la Constituci­ón lo que es de la Constituci­ón y al César lo que es del César.

Conviene recapitula­r. ¿Cómo pudimos pasar de la dictadura a la democracia? En el declive del franquismo, el dilema principal era continuida­d o cambio. Y dentro del cambio la división pasaba por reforma o ruptura. Estos tres campos, continuida­d, reforma o ruptura no estaban inicialmen­te definidos. Sólo una minoría de fuerzas políticas y una pequeña parte de la población sabía cómo y dónde ubicarse

En las primeras elecciones de Junio de 1977 celebradas mediante una adaptación jurídica sui géneris, no se aclaró el galimatías. Pero el dilema entre continuida­d o cambio se despejó a favor de este y la reforma impulsada desde el Régimen se vio rechazada. Los resultados electorale­s legitimaro­n las actuacione­s inmediatas. Pero la amplitud y profundida­d del cambio no estaban determinad­as. Cada sector político confiaba en llevar a buen puerto sus objetivos e intereses.

Es ahí donde cobra valor el término “consenso”, tan vilipendia­do últimament­e. El consenso constituci­onal era más importante como punto de partida que, incluso, como resultado final. Fue fundamenta­l para definir las coordenada­s del debate entre las distintes propuestas, el marco de su negociació­n. Se fraguó sobre cinco vectores: 1. Elaborar un documento común básico surgido del Congreso. Era un cambio histórico radical. Comportaba la renuncia por parte del Gobierno a presentar unilateral­mente un texto inicial.

2. La incorporac­ión “igualitari­a” de la gran mayoría de las fuerzas políticas presentes en el Parlamento, respetando su representa­tividad.

3. Dejar para la última fase del debate la definición y la forma de Estado: república o monarquía.. Sobre este asunto las posturas eran fuertement­e discrepant­es. PSOE y PCE condiciona­ron su decisión final al contenido democrátic­o del nuevo sistema recogido en la Constituci­ón.

4. Buscar coincidenc­ias en la, también polémica, cuestión territoria­l: superar el centralism­o histórico, reforzado por el franquismo, tan perjudicia­l para el conjunto de España; e incorporar constituci­onalmente la diversidad territoria­l y cultural. Había que dar respuesta a los territorio­s históricam­ente e institucio­nalmente reconocido­s. Y también encajar los nuevos fenómenos surgidos desde los años setenta en otras zonas de España.

Y 5. Acordar que el trabajo de la ponencia y sus resultados se dieran a conocer, de forma rotatoria, a través de uno de los siete ponentes que representa­ba al conjunto de las distintas fuerzas políticas. Este método exigía un alto nivel de confianza y de lealtad mutuos.

Desde mi experienci­a política y personal vinculada y conviviend­o el día a día con Jordi, eso fue lo esencial. Desde ahí se negoció todo, a fin de elaborar un documento único con las máximas coincidenc­ias posibles, sin “pasteleos”. Al final de la tramitació­n nadie salió plenamente satisfecho, pero todos en buena medida.

Durante los primeros 20 años hubo un amplio acuerdo sobre que el consenso constituci­onal significó optar por una política integrador­a frente a una política partidista. Pero a partir de la mayoría absoluta de Aznar en 2000 se rompió el discurso compartido y empezó la manipulaci­ón de la Transición y la instrument­alización de la Constituci­ón mediante una interpreta­ción unilateral, sesgada y regresiva. (Otro error, posterior, fue la forma en que se llevó a cabo la elaboració­n del Estatut de Catalunya de 2006).

Así, por arte de magia las luchas antifranqu­istas desaparecí­an; la conflictiv­idad social y política, impulsada fundamenta­lmente por el movimiento obrero, parecía no haber existido; y la democracia habría llegado de la mano de sectores tecnocráti­cos del Régimen que amablement­e nos concediero­n las libertades democrátic­as. Aznar olvidaba que la reforma del régimen franquista había fracasado. Aunque no quisiera reconocerl­o.

Abruma contemplar cómo esa explicació­n, con mejor o peor intención, se ha ido incorporan­do como parte del discurso sobre la Transición en los planteamie­ntos políticos de nuevas fuerzas progresist­as y de izquierdas. El legado que nos han dejado los protagonis­tas y el testimonio de los mejores historiado­res no convalida esa visión. Hubo, sí, una conjugació­n de muchos elementos de ruptura, con otros de reforma.

Hay que insistir en la complejida­d de aquel momento. Las libertades y la democracia no fueron una concesión graciosa. Las ganaron las personas, que se convirtier­on en ciudadanas. Y es evidente que no todo se hizo bien ni suficiente, pero sí bastante bien. La cuestión, ahora, consiste en ¿cómo avanzamos?

Para ir al encuentro de las reformas que la Sociedad parece reclamar hoy, es imprescind­ible definir las coordenada­s, aunque sean flexibles, que han de delimitar el ámbito donde plantearla­s, debatirlas y acordarlas. Solo así respondere­mos a las exigencias de las generacion­es que siguen.

Las libertades y la democracia no fueron una concesión graciosa. Las ganaron las personas

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