El Pais (Madrid) - Especiales

Una ruta gallega muy oxigenante por la costa de Ferrol

Playas surferas, el faro del cabo Prior y atardecere­s mágicos. Una ruta por el litoral de Ferrol

- Por GUILLERMO ESAÍN

Dos visiones alumbran Ferrol (A Coruña). Por un lado, el Pearl Harbor español, defendido por una ría inexpugnab­le; por otro, una costa considerad­a antaño tan peligrosa que casi era mejor rehuirla. Quizá por esto hoy se revela como uno de los litorales gallegos de mayor pureza. Pocos arenales pueden competir en atractivo con las 25 playas ferrolanas, oxigenante­s y de arena blanca y fina. “La abundancia de olas y vientos todo el año dejan una impronta deportiva avalada por la mole protectora del cabo Prior y el influjo de la corriente del Golfo”, puntualiza Carlos García, presidente de la Federación Española de Surfing, y natural de Ferrol.

Doniños es arquetipo de playón abierto al océano, por el que van y vienen —buscando el oleaje favorable— las camionetas de las escuelas de surf. Este escenario sirvió de desembarco a la Armada inglesa en 1800 durante su frustrado intento por conquistar Ferrol. Desde la autovía hasta el puerto exterior sorprende la laguna litoral, un humedal que obtiene su belleza de una verde hondonada bien conservada y que cuenta con albergue surfero (surf-in.org/thecamp).

A Doniños se accede por sus extremos, ya sea por Punta Penencia, donde se sitúa el bar-restaurant­e panorámico Boa Onda, ya sea por Outeiro, con su gran aparcamien­to junto a la zona infantil. Eso de que sus olas son cortas y poderosas lo demuestra el hecho de que aquí se reúna el pasado, presente y futuro del bodyboard gallego. Ondea la bandera azul, como también en las playas de Esmelle, San Xurxo y A Fragata.

La magnitud del playazo más extenso de Ferrol, San Xurxo (San Jorge), solo es comparable a la impresión que causa su excepciona­l calidad paisajísti­ca. Toda la concha constituye un único arenal, salvo en pleamar, cuando la puntean crestas rocosas divisivas. Cerca se encuentra el bar Costa Verde,

donde conviene pedir su tortilla de patatas. Sin reserva será arduo encontrar mesa en Casa Claudina, que mantiene una línea alta en lo relativo a pescados. Un plan para después: bajar el rape a la cedeiresa (con tomate, guisantes, cebolla…) pisando el resplandor albino de su arena, junto al cordón dunar que se extiende hasta donde alcanza la vista.

Dado que los días soleados sopla el viento nordés, los bañistas se concentran, al socaire del cabo Prior, en playas como Esmelle, de generoso aparcamien­to y coto de surfistas, algo que no debe extrañarno­s teniendo en cuenta su menor ola y viento poderoso. Es también el plan B surfista cuando Doniños se torna impractica­ble; cuando no, el plan A para los devotos de los atardecere­s.

A Fragata, la playa de cinco hectáreas con acceso directo al campin As Cabazas, es propensa al baño infantil, más aún cuando los golfiños (delfines) asoman en agosto. La convivenci­a entre bañistas y surfistas es cordial. En Casa Pancho nos rendiremos al placer de los calamares a la romana. Y muy cerca se celebra cada agosto Equiocio, cita multidisci­plinar en torno al mundo del caballo.

Una vez en el kilómetro 11 de la DP-3603, nada más rebasar el bar Horizonte (cerrado), sobresale a la izquierda un vial que esconde tesoros. Todo el ADN de las Rías Altas se concentra en este trozo de litoral virgen, cuyo asfalto acaba en el aparcamien­to de una suerte de puerto, A Cova, al que se baja a pie; en él las chalanas (embarcacio­nes para aguas poco profundas) hacen fondo a prudente distancia del muelle. Es un fondeadero recóndito con crepúsculo­s privilegia­dos.

Tomando el trayecto inverso y dando un rodeo se asciende al faro del cabo Prior (1853). “Demasiado cabo para tan poco faro”, escribió un internauta, desconoced­or del objetivo catadióptr­ico de 250 milímetros de diámetro y de los 100 metros de altura del regio acantilado. Prior soporta el duro embate del Atlántico. Detrás del edificio, junto a una cruz da morte, parte la escalinata que daba servicio a la sirena, acceso comprometi­do para los aquejados de vértigo y descartabl­e los días ventosos. Si bordeamos a pie el cantil hacia el este, atravesare­mos el antiguo acuartelam­iento, logrando el ángulo de visión de los islotes Os Cabalos y del litoral hasta Valdoviño.

Un fragmento más en esta ruta es la Cetárea de Cobas: vivero de crustáceos y depuradora de moluscos en cuyo cocedero se puede comer informal y disfrutar de una panorámica sobresalie­nte.

Alcanzamos el playón y la ermita de Santa Comba, situada en una isla a la que se sube solo en horario de bajamar, por una moderna escalinata de hormigón y madera muy criticada por el vecindario. La experienci­a no puede ser más sugerente.

Razones no faltan para enamorarse de Ponzos: playa balsámica, algo oscurecida por la magnetita, carente de obstáculos que puedan molestar a los kitesurfis­tas; de sus vestigios mineros conserva un sector consagrado al naturismo. Y desde Ponzos se divisan pájaros humanos tras despegar en parapente desde el monte As Lagoas. Visto lo desguarnec­ido del arenal, los lugareños recomienda­n limitarse a “darse un pincho”, es decir, picar la ola y salir.

La famosa carne gallega es la propuesta del restaurant­e A Cochera.

Pocas playas pueden competir en atractivo con las 25 ferrolanas, de arena blanca y fina y abundantes olas

 ??  ?? La ermita de Santa Comba, en la pequeña isla del mismo nombre a la que se accede desde la playa de As Fontes, al norte de Ferrol.
La ermita de Santa Comba, en la pequeña isla del mismo nombre a la que se accede desde la playa de As Fontes, al norte de Ferrol.
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 ??  ?? Arriba, el faro del cabo Prior (1853); abajo, aficionado­s al parapente sobrevuela­n la playa de Ponzos tras despegar del monte As Lagoas, en Ferrol (A Coruña).
Arriba, el faro del cabo Prior (1853); abajo, aficionado­s al parapente sobrevuela­n la playa de Ponzos tras despegar del monte As Lagoas, en Ferrol (A Coruña).
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