El Pais (Madrid) - Especiales

Una fiesta de tradición y naturaleza

Senderismo, baños termales y espectacul­ares montañas salpicadas de santuarios centenario­s. De Hokkaido a Okinawa, Japón es un auténtico regalo para los sentidos.

- Www.enjoymyjap­an.jp

Bañado por las aguas del océano Pacífico y los mares del Japón y de la China Oriental, el país del sol naciente guarda tesoros que ofrece con orgullo lejos del bullicio de sus grandes ciudades. La espiritual­idad de sus rutas de peregrinac­ión, sus espectacul­ares paisajes y las montañas repletas de santuarios, cascadas y aguas termales son todo un festín para los sentidos que no querrás dejar pasar.

En el corazón de la península de Kii encontramo­s el Kumano Kodo, una red milenaria de caminos que une los santuarios de Nachi Taisha, Hongu Taisha y Hayatama Taisha. Resulta obligado recorrer el Daimonzaka, una impresiona­nte escalera de piedra de 600 metros de longitud que se abre camino entre cedros centenario­s y árboles de alcanfor y de bambú hasta llegar al santuario sintoísta de Nachi Taisha, con sus templos y su bella cascada. Junto con el Camino de Santiago, con el que está hermanado, es la única ruta de peregrinaj­e declarada Patrimonio de la Humanidad.

De norte a sur, Japón está surcado por numerosos parajes donde historia y naturaleza se en- trelazan íntimament­e. En Hokkaido encontramo­s el lago Mashu, uno de los más bellos de Japón; en Nikko, el santuario de Toshogu, un complejo de edificios del siglo XVII cuyos motivos capturarán nuestra imaginació­n; y en el valle de Iya, colinas escarpadas y gargantas rocosas aún cruzadas por puentes de cuerda. El Japan Rail Pass es una buena opción para alcanzar esos u otros lugares como Koyasan, en el parque nacional de Koya Ryujin, un magnífico centro monástico con 117 edificios cuidadosam­ente decorados. Para una experienci­a más intensa, se recomienda pernoctar en uno de los 52 templos shukubo que ofertan alojamient­o. Tradición y modernidad. Hay muchas maneras de vivir la rica herencia cultural de Japón. Podemos iniciarnos en la meditación zazen en el museo y jardines de Shinshoji, en la prefectura de Hiroshima; familiariz­arnos con el sonido del sanshin, un instrument­o de tres cuerdas natural de Okinawa; tejer nuestra propia bufanda en Yuki a solo 45 minutos en tren desde Tokio; o conocer el centro histórico y espiritual de la capital, Asakusa,

subidos a un rickshaw. Si visitamos Tokio en otoño, mejor no perderse el colorido festival de danza Yosakoi, fusión de bailes tradiciona­les y música moderna; y no muy lejos de la ciudad, en la montaña sagrada de Takaosan, practicar el senderismo y contemplar rezos tradiciona­les y otros rituales. ¿Y qué tal alimentar a los ciervos rodeado de los templos de Nara?

Un viaje a Japón no estaría completo sin disfrutar sus afamados baños termales, como los de Shirahama Onsen, en Wakayama; especialme­nte si son al aire libre (rotenburo) y con vistas al Pacífico. Eso sí, recuerda que la etiqueta de estos establecim­ientos prohíbe el acceso con ropa de baño y, en otros más tradiciona­les, los tatuajes. No nos olvidemos de las legendaria­s rocas de Hashiguiiw­a, en esta misma prefectura; y qué mejor que alojarnos en uno de los numerosos ryokan, los tradiciona­les alojamient­os japoneses con puertas correderas, suelos de tatami y confortabl­es futones para dormir. Además, muchos tienen sus propios onsen.

En Japón, cada recodo de la naturaleza alberga una puerta a la espiritual­idad y la paz interior

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Arriba, en la imagen, los 267 escalones del Daimonzaka conducen a Nachi Taisha, uno de los tres santuarios sagrados del Kumano Kodo.
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