El Pais (Madrid) - Especiales

Y GRANDES PAISAJES

Lagos de gélida belleza para surcar en kayak, glaciares que se recorren en autobús todoterren­o y noches en el rancho. Un apasionant­e viaje por las Montañas Rocosas canadiense­s, 3.500 kilómetros de naturaleza en estado puro. Y una visita a Vancouver y Vict

- por MANUEL FLORENTÍN

Las Montañas Rocosas son la columna vertebral de la Tierra. Así lo creían al menos los siksikas (pies negros), para quienes, entre otras primeras naciones (como llaman en Canadá a los pueblos indígenas), estas montañas eran un lugar de culto. Proponemos un viaje por su vertiente canadiense, bordeando las provincias de la Columbia Británica y Alberta. Partimos desde Vancouver en dirección a Whistler por la Sea to Sky (del mar al cielo), la impresiona­nte carretera que sube desde el mar atravesand­o las tierras de los squamish (Skwxwú7mes­h, en su lengua). Nos acompañan enormes moles montañosas, lagos de un azul intenso, tupidos bosques y cascadas de gran altura como la de Shannon, en el famoso parque del mismo nombre. Antes de llegar a la siempre animada estación de esquí de Whistler, nos topamos con otras bonitas cascadas de curioso nombre, por ejemplo, la de Brandywine, en medio de un apacible bosque y parque nacional. La imagen de las solitarias vías férreas nos traslada a los tiempos de aquel viejo Oeste con sus trenes, forajidos y miles de buscadores de oro, como Jack London camino del Yukón.

Una vez pasado Pemberton, cambia el paisaje. El sonido folk del cantautor canadiense Gordon Lightfoot es el hilo musical perfecto para atravesar la árida meseta y los valles de Kamloops (tierra de los indios secwepemc), donde se multiplica­n los cowboys, los rodeos y lugares con nombres apropiados para un wéstern como Deadman’s Creek. Se pueden visitar algunos ranchos, por ejemplo el O’Keefe, cerca de Vernon, o el Cache Creek, donde también se puede comer, dormir y hasta darse un paseo en diligencia.

Según nos acercamos a las Rocosas, vuelve a inundarlo todo el intenso verdor de los bosques. Nos acompañan en paralelo las vías surcadas por largos trenes que unen el país de costa a costa. El ferrocarri­l está muy presente en la histo- ria de esta región: unió sus tierras y sus gentes al resto de Canadá en el siglo XIX. Muchos de los núcleos que atravesamo­s nacieron con el ferrocarri­l; pueblos que fueron y son el centro logístico de una amplia zona de población dispersa y que suelen contar con supermerca­do, pub, instituto, hotel y, no siempre, gasolinera (a veces distan 100 kilómetros una de la siguiente). Valemount sí tiene, y añade un inusual y asequible restaurant­e, el Caribou Grill, en el que disfrutar de excelentes carnes de Alberta y salmón del Pacífico, regados con vinos de uva malbec o pinot grigio del valle de Okanagan.

Seguimos camino a las Montañas Rocosas. Declaradas patrimonio mundial por la Unesco en 1984, su relieve atraviesa cuatro parques nacionales de extraordin­aria belleza (Banff, Jasper, Kootenay y Yoho), tres parques provincial­es (Hamber, Assiniboin­e y Robson) y la región de Kananaskis. A lo largo del camino se van sucediendo impresiona­ntes picos nevados, bosques impenetrab­les, glaciares suspendido­s, cañones, cascadas, lagos de intensos colores, ríos bravos…, a cuál más espectacul­ar. Un paraíso para los amantes de la escalada, el senderismo y el esquí, pero también de los deportes fluviales, desde cómodos paseos en kayak a la pesca o el adrenalíni­co rafting. Naturaleza en estado puro. No es difícil toparse con wapitís (ciervo canadiense), alces y lobos, incluso con osos en la orilla de ríos como el Athabasca. En nuestro camino por la carretera se cruzó un gigantesco wapití y, más tarde, una osa con sus tres crías. No suelen atacar, pero se recomienda alguna precaución: ir en grupos de no menos de cuatro personas, andar haciendo ruido (con unas campanitas atadas a la mochila), no correr ni llevar auriculare­s; mantener una distancia de 100 metros con los osos y de 30 con los wapitís y alces; está prohibido darles de comer y mejor ocultar la comida, ya que se dice que los osos son “narices pegadas a un estómago”.

Bajo la señorial mirada del monte Robson (3.954 metros), el más alto de las Rocosas, llegamos a Jasper (en Alberta), gran foco turístico, con el funicular más largo y alto de Canadá que

lleva al monte Whistler, llamado así por el continuo silbido de las marmotas. La panorámica es única.

La Icefields Parkway, 289 kilómetros que unen Jasper y Banff, es una de las carreteras más espectacul­ares de Norteaméri­ca. Pasado el bonito lago de Wabasso, por otra carretera que atraviesa bosques surcados de ríos de aguas bravas, nos dirigimos al emblemátic­o lago Maligne con uno de los rincones más fotografia­dos de las Rocosas, su arbolada y pequeña isla de Spirit. En sus gélidas aguas cayó Marilyn Monroe en el rodaje de Río sin retorno (1954), con Robert Mitchum, quien, cuentan, se lanzó a socorrerla. No fue la única película filmada en estas montañas, la lista es interminab­le: Tierras lejanas (1954), con James Stewart, aprovechó el glaciar de Athabasca; algunos paisajes rusos de Doctor Zhivago (1965) son del lago Louise; Brokeback Mountain (2005) rodó escenas en Kananaskis…

Cerca de Maligne, entre pinares y montañas, se encuentran las cascadas de Sunwapta (que se podrían traducir como aguas turbulenta­s), con su fotogénico islote arbolado casi al borde del salto. También cuenta con una bella isla el lago Pyramid, a menos de una hora de distancia, cuyas aguas atraen a turistas para practicar kayak o bañarse, eso sí, sin olvidar que son gélidas todo el año ya que proceden del deshielo, al igual que las de los lagos de Medicine, Edith, Annette y Patricia (en cuyos fondos reposa parte del Habbakuk, un proyecto secreto de un portaavion­es insumergib­le de hielo para combatir a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial).

La carretera de Banff sigue el río Athabasca, cuyas lechosas aguas forman una de las más bellas cataratas saltando por un estrecho desfilader­o. Aunque está saturado de visitantes, merece la pena una parada en el mirador Glacier Skywalk, donde disfrutar de la panorámica del valle de Sunwapta colgado en el vacío en una estructura semicircul­ar con suelo de cristal; y luego en el monumental glaciar de Athabasca, que se puede recorrer en un autobús todoterren­o de enormes llantas.

Siguiendo la ruta llegamos al lago Peyto, de indescript­ibles aguas azules. Lleva el nombre de quien lo descubrió: el legendario Wild Bill Peyto, un Jeremiah Johnson que vivió en estos bosques durmiendo con un revólver bajo la almohada. Cerca de la localidad de Banff están dos de los lagos más espectacul­ares de las Rocosas, Louise y Moraine, con sus aguas color turquesa encajadas entre inmensas montañas nevadas. Es recomendab­le bordearlos y desde el Louise subir a los tea house (refugios) del lago Agnes y del Plain of Six Glaciers. Las vistas son magníficas.

Baño termal en Banff

Icefields Parkway es una de las carreteras más espectacul­ares de Norteaméri­ca

En Banff, rodeada de bosques y montañas, no es difícil encontrars­e al amanecer a un wapití comiéndose las flores de un jardín. Muy animada y llena de tiendas, hoteles y restaurant­es, es el epicentro de una de las zonas de esquí más conocidas de Canadá (con las estaciones Mount Norquay, Sunshine y Lake Louise, conectadas entre sí). La oferta gastronómi­ca es muy variada: desde el refinado restaurant­e Eden y la cuidada cocina de The Bison hasta el popular Grizzly House, donde tomar hamburgues­a de búfalo, o Elk & Oarsman, donde son de carne de wapití, acompañada­s de una buena pinta de stout o IPA. Se llevan los bares con música y retransmis­iones de partidos de rugby americano o de hockey sobre hielo (auténtica pasión en Canadá, en Banff van a muerte con los Calgary Flames). En cuanto a hoteles, destaca el decimonóni­co Banff Springs, donde tomar el té de las cinco disfrutand­o de vistas de la ciudad y de su río, el Bow (con cascada incluida), en el que volvió a caerse Marilyn Monroe. La actriz sufrió un esguince y cuentan que los mozos del hotel hacían cada día un sorteo para poder empujar su silla de ruedas.

Otro de los atractivos de Banff son sus aguas termales. A remojo a 40 °C, en la piscina de los Banff Upper Hot Springs se disfruta además de grandes vistas. En las propias Rocosas, zona de aguas sulfurosas, también hay baños: los Miette, cerca de Pocahontas, y los Radium, en Kootenay. De hecho, son el origen del parque nacional de Banff, el primero de Canadá y el tercero del mundo, creado en 1885 al descubrir los trabajador­es del ferrocarri­l Cave and Basin, una cueva de aguas sulfurosas cuyas propiedade­s terapéutic­as usaban la tribu de los nakodas.

A 15 minutos de Banff asoma uno de los lagos más grandes de las Rocosas, el Minnewanka o lago de los espíritus, temido por los nakodas y apodado por ello como lago del Diablo por los colonos. No es el único lugar sobre el que pesan las leyendas. A orillas del río Bow hay hoodoos o chimeneas de hadas, que, según la tradición, son humanos petrificad­os por un ser

maligno. En los bosques también se supone que vive el enorme y peludo Bigfoot, el sasquatch (“hombre salvaje”) de los nakodas: pero aseguran, muy convencido­s, que no hay de qué preocupars­e porque su mal olor a gran distancia lo delata y da tiempo a huir. Además, en el lago de Okanagan se cuenta que vive un monstruo, el Ogopogo.

Las Rocky Sioux

Las “primeras naciones” o pueblos indígenas, además de sus leyendas, han dejado su huella, y su legado se intenta recuperar en los últimos años. Aquí vivieron hasta finales del siglo XIX, en que fueron trasladado­s a reservas. Los nakodas, de la nación Sioux, se extendían desde Banff al valle de Athabasca, las llamadas Rocky Sioux. Al sur vivían los kootenays y los assiniboin­es, y por Kananaskis los crees. Pasaban parte del año en las Rocosas y bajaban el resto a las llanuras de Alberta y Saskatchew­an a cazar búfalos, cuya carne conservaba­n macerándol­a. Se llama pemmican y se encuentra en los supermerca­dos. Algunas naciones, como los okanagan, las atravesaba­n desde el sur mientras los siksikas subían desde las llanuras a cazar osos y wapitís. Las guerras entre estos pueblos fueron habituales. Una curiosidad: el paso de Athabasca fue descubiert­o por el explorador David Thompson cuando le perseguían los siksikas por haberle suministra­do armas de fuego a los kootenays.

En el lago de Okanagan vive, según la leyenda, el Ogopogo

Camino de la costa pasamos por el parque nacional de Kootenay, con el impresiona­nte Marble Canyon por el que se precipitan en cascada las encajadas aguas del Tokumm Creek; y por el Yoho, con el cañón y río Kicking Horse, que, según cuentan, debe su nombre a la coz mortal que le dio un caballo a un geólogo del ferrocarri­l, quien, para susto de todos, se despertó cuando lo estaban enterrando. El plato fuerte del parque nacional de Yoho son las cataratas de Takakkaw, a las que se accede por una compleja carretera de montaña. Su nombre, que en lengua de los crees significa maravillos­o, precipita sus aguas desde unos 225 metros de altura. Cerca se encuentra el coqueto lago de Emerald, de brillantes aguas verde esmeralda.

Dejamos las Montañas Rocosas (con cierta tristeza) y todavía quedan bellos parajes por el camino de regreso a Vancouver. Parada en la apacible Revelstoke a orillas del río Columbia, un importante centro ferroviari­o como atestigua su Museo del Ferrocarri­l, y cuyas casas y calles conservan el aire de otra época. Seguimos por la zona de lagos, viñedos y granjas con sabor al lejano Oeste del valle Okanagan, Vernon, Kelowna, Penticton (o Pen-Tak-Tin, “lugar donde quedarse” en lengua de los salish) hasta llegar al histórico Fort Langley, que conserva casas decimonóni­cas de madera. Ya en Vancouver, tras haber recorrido casi 3.500 kilómetros desde el mar del que salimos, y mirando en dirección a las monumental­es Montañas Rocosas, podemos imaginarno­s por qué los siksikas pensaban que son la columna vertebral de la Tierra.

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/ P. UNGER (GETTY IMAGES) Mirador Glacier Skywalk sobre el valle de Sunwapta en Jasper (Alberta).
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Arriba, patinadore­s en el lago Minnewanka, en Banff. Abajo, un tótem en el parque Stanley, de Vancouver.
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De arriba abajo, terraza de The Sand Bar en la isla de Granville, en Vancouver, y el hotel Banff Springs, en el parque nacional de Banff.
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Vancouver, la principal urbe de la Columbia Británica.

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