El Pais (Madrid) - Especiales

02. Isla Sur, apoteosis de naturaleza

Un viaje de este a oeste entre glaciares, las playas de Otago, perladas cordillera­s, bosques, el aire escocés de Dunedin, pingüinos, albatros reales y el parque nacional de Fiordland

- Por José Luis de Juan

Tierra de cautivador­es contrastes, la isla Sur alberga los más insólitos paisajes de Nueva Zelanda, de glaciares a playas vírgenes, pasando por perladas cordillera­s volcánicas y soñadores valles. Aunque para los europeos sea una tierra antípoda, al llegar enseguida uno siente como si ya hubiese estado allí alguna vez. Aterricé desde Sídney en la ciudad más grande de la isla llamada, entre otros nombres, Aoraki por los maoríes, que llegaron aquí en canoa desde Polinesia cuando Dante y Giotto creaban el Renacimien­to en Europa. Azotada por un fuerte temblor en 2011, Christchur­ch parece acabada de montar, y algunas calles, decorados de un teatro urbano. Hasta su catedral es de cartón, pues la de piedra sigue medio en ruinas. Lo más antiguo parece su gran jardín botánico, cuya exuberante vegetación evoca escenas de verdor y misterio de El piano y la saga de Tolkien.

En esta ciudad apacible conocí a Paul, un poeta navegante de sangre irlandesa. Con él pasé veladas de ritmos celtas y pintas de Guinness. Una mañana me llevó a surcar en su velero la hermosa bahía de

Akaroa con dos amigas alemanas. Nadamos muy cerca de delfines y focas, y nos asomamos a mar abierto, el más abierto de todos los mares.

Dejando atrás Christchur­ch, la costa este reserva la sorpresa de Oamaru, una ciudad fantasma tomada por los pingüinos. Su puerto fue importante a mediados del siglo pasado y de aquel esplendor victoriano quedan calles anchas jalonadas de edificios del color del marfil de ballena. Esas fachadas dickensian­as y la amplia bahía borrascosa me entretuvie­ron un par de días, así como el ajetreo de los pingüinos que regresan de cazar al atardecer a las rocas en donde viven. Luego recalé en Dunedin, ciudad de aire escocés que huele a bagel y a whisky. Siguiendo los encendidos versos de Robert Burns, oleadas de inmigrante­s llegaron aquí a mediados del siglo XIX edificando su propia Edimburgo antípoda. Dunedin se convirtió en hogar de escritores como Janet Frame y Charles Brush, que le dieron un linaje intelectua­l reconocido por la Unesco al declararla la octava ciudad literaria del mundo.

En Dunedin una fundación de la península de Otago me acogió durante una semana. La casita tenía enfrente un mar quieto, de fiordo, y había pertenecid­o a una pareja de pintores. Robert y otros dos artistas se ocuparon de mí y me prestaron una bicicleta, con la que recorrí la hermosa península. En su extremo se encuentra la mayor colonia de albatros reales que existe. Se los divisa en los acantilado­s, blancos y majestuoso­s, patos gigantes de plumaje blanco y

 ?? ?? Un tramo del itinerario senderista Rakiura Track, en la isla Stewart, en la isla Sur (Nueva Zelanda).
Un tramo del itinerario senderista Rakiura Track, en la isla Stewart, en la isla Sur (Nueva Zelanda).

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