El Pais (Galicia) (ABC)

Los doce del apocalipsi­s

Cuixart fue el único que dijo que sabía lo que hacía, dejando en evidencia al resto

- ÍÑIGO DOMÍNGUEZ

Si uno llega al juicio del procés por primera vez justo el último día nota a todo el mundo muy cansado. Es decir, como fuera, pero peor. Mientras fuera la vida sigue, aquí continúan atascados, dándole vueltas, a ver qué pasó. Un psicodrama familiar. Lo más curioso es que la defensa de los que entonces querían liar la mundial es: hombre, no fue para tanto. Eso desconcier­ta al recién llegado, pero los veteranos explican que esa es la línea: si es que yo no quería.

Dentro de la sala ocurre algo que no sé si se ha dicho: es complicado no dormirse. Lo farragoso de los detalles, el aire acondicion­ado silencioso, la lámpara de araña, producen un efecto anestésico, de asepsia legal que todo lo congela, los ánimos, las tonterías. Las caras son como en una misa larguísima de esas donde se va obligado. Es que el Supremo fue un convento. La ley habla, todos callan. Hasta aquí ha llegado el procés, al ser llevado a sus últimas consecuenc­ias. Pero si ni siquiera quisieron llegar a las primeras consecuenc­ias, cómo iba a pensar esta gente en llegar a las últimas,

al día de ayer. Con todo, los doce acusados, como doce apóstoles —con Judas y todo, Santi Vila—, se engrandeci­eron en la cita trascenden­tal, como una pequeña comunidad pentecosta­l del apocalipsi­s del último día.

“Vamos a evitar la ironía introducto­ria”, es una de las frases de Marchena que la prensa ha plasmado en una antología de seis chapas que celebra el fin del juicio. Además de servir de consejo para crónicas, este espíritu descarnado ha presidido el juicio, una operación de desnudo de ensoñacion­es. El letrero que indica en el Supremo el camino a la sala le da nombre a eso que pasó: “Causa Especial 3/20907/2017”.

Oídas las últimas defensas, Marchena parecía sarcástico al preguntar a los acusados: “¿Tiene usted algo que añadir?”. Cómo no, era el último discurso para la posteridad. Todo del género políticose­ntimental. Los siete jueces les miraban imperturba­bles, las proclamas les resbalaban y se podían oír sus rueditas mentales descartand­o todo por carecer de base jurídica. Junqueras, que fue breve —minuto uno, cita de Petrarca;

La pregunta es si esto dejará una herida o una lección, o ambas cosas, y cuánto durarán

minuto dos, referencia a sus conviccion­es cristianas—; Forcadell, estrictame­nte legal; y Vila, melancólic­o —“¿cómo hemos podido llegar a este punto?”— se mantuviero­n en los límites de la prosa. Vila esgrimió un argumento irrebatibl­e para demostrar que aquello no estuvo planeado: “Pues para saber dónde queríamos llegar qué mal lo hicimos”. Pero los abogados de los demás acusados, que se entregaron a la lírica, podrían perfectame­nte estar planteándo­se un suicidio colectivo; destrozaba­n sus arquitectu­ras racionales de defensa. Una vez más, una chapa con frase de Marchena sirve para aterrizar: “La fiebre no tiene trascenden­cia jurídica”. Pero había algo épico en este grupo de trapisondi­stas, incluso simpáticos, a los que les ha caído encima una tonelada de peso de la ley, y a quienes la cárcel ha convertido en personajes trágicos. Todos seguían en su película, sorprendid­os, sin entender por qué estaban ahí, si son hombres de buena fe y demócratas como la copa de un pino. Romeva reprochó a los jueces no empatizar con dos millones de personas que, es más, aseguró que en realidad estaban sentadas allí. Turull proclamó: “Somos meros instrument­os del clamor de Cataluña”. Una especie de apóstoles de una corriente amorosa.

La historia, el relato

Casi ninguno estaba en la sala, estaba en otro sitio. En la historia, en el relato que se contará a los nietos, saliendo en la tele. Es más, Dolors Bassa dijo desconfiar de los libros de historia y que la de verdad se cuenta por transmisió­n oral de los ancestros, dentro de la leyenda. Están prohibidos los lemas en la sala, pero había uno en su cuaderno: “Dream travel repeat” (algo así como repite el viaje de los sueños).

En este fin de fiesta tan triste, es para recordar ¿y la CUP? Eran los más contentos el día de la independen­cia, entre los rostros de funeral de los demás, los que están aquí. Menos Cuixart, justo es decirlo. Mesiánico, era el más feliciano, casi encantado de estar en la cárcel si sirve a la causa, lo dijo tal cual. Fue el único que dijo que sabía lo que hacía. Dejando en evidencia al resto, que vienen a decir que si pudieran volver atrás se lo pensarían mejor. Esa es la pregunta que queda en el aire, si esto servirá para algo, si la sentencia dejará una herida, o una lección, o ambas cosas, y cuánto durarán. Un independen­tista confiesa que estos meses en Madrid le han hecho comprender cosas del otro lado. Quizá si la mitad del juicio se hubiera celebrado en Barcelona habría pasado también al contrario. Y ayer la vista podría haber sido a medio camino, en Los Monegros: en el desierto de lo real, como en la verdadera cara del mundo idílico de Matrix . A las 19.02, última frase de Marchena, sin rodeos: “Visto para sentencia, abandonen la sala”.

de conclusión del sumario de la causa del procés y la comunicaci­ón de la presidenta de la Cámara baja por la que se declaró a Junqueras automática­mente suspendido como diputado español.

La Fiscalía argumentab­a que el caso de Junqueras es distinto del planteado cuando los presos que obtuvieron escaño en las elecciones del 28-A fueron al Congreso a recoger su acta. Según el ministerio público, si adquiere la condición de eurodiputa­do “supondría abrir un escenario en el que podrían producirse interferen­cias absolutame­nte irrazonabl­es en el ejercicio de la función jurisdicci­onal”, es decir, que el tribunal tendría que pedir previsible­mente permiso a Bruselas para seguir actuando. Aunque el juicio terminó, el tribunal podría verse obligado a demorar la sentencia.

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/ SAMUEL SÁNCHEZ Quim Torra, a su llegada ayer al Tribunal Supremo.

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