El Pais (Galicia) (ABC)

Un Art Basel con el Me Too y la crisis climática de fondo

La primera feria artística del mundo toma conciencia con obras sobre el feminismo, el calentamie­nto global o el auge nacionalis­ta

- ÁLEX VICENTE,

En la primera feria de arte del mundo también hay espacio para la denuncia social. La nueva edición de Art Basel, la mastodónti­ca cita suiza fundada hace casi medio siglo, abrirá sus puertas hoy en Basilea con un puñado de obras que aspiran a dialogar con la situación política en lugar de seguir ignorándol­a. “Me alegro de este cambio. Hubo unos años en que la feria era muy superficia­l y solo estaba centrada en el mercado. Ahora veo más conciencia­ción”, se felicitaba ayer la artista barcelones­a Alicia Framis, que ha generado interés con su nuevo proyecto: una colección de alta costura pensada para los tiempos del Me Too.

Sus prendas, confeccion­adas a partir de airbags, se hinchan cuando perciben amenazas externas. Son armaduras blandas que permiten que cualquier mujer acuda a la oficina sin preocupars­e por lo que pueda suceder, como Framis escenifica en un vídeo rodado con las trabajador­as de un banco de Ámsterdam, donde la artista reside. “Es otra manera de manifestar­se contra las agresiones, sin pancartas y usando la poesía del arte y el sentido del humor, que siempre son las formas más eficaces de llegar a la conciencia de los demás”, señala. No es un giro oportunist­a: el tema le preocupa por lo menos desde los noventa.

Su pieza, titulada LifeDress, se ha convertido en una sensación de la sección Unlimited, que reúne 75 proyectos de gran formato que no cabrían en los pequeños pabellones que casi 300 galerías ocupan en las plantas inferiores. La vecina de Framis se llama Andrea Bowers, artista de Los Ángeles y responsabl­e de Open Secret, un “monumento al movimiento feminista” que recuerda 200 casos de agresión sexual denunciado­s desde la irrupción del Me Too. El visitante puede leer la apabullant­e documentac­ión recolectad­a por Bowers los últimos dos años sentado en una silla de oficina, que recuerda que la mayoría de casos de acoso se dan en el entorno profesiona­l. La artista no ha estado a salvo de la polémica: ayer debió retirar de su instalació­n la imagen de una víctima, donde aparecía con la cara y el cuerpo magullados por su agresor. La joven había protestado el martes por su uso no autorizado, generando una ola de solidarida­d en las redes.

Guiño social

Los guiños al clima social se han vuelto recurrente­s en la parte comisariad­a de la feria. En Parcours, recorrido de arte público por el casco antiguo de Basilea, el francés Pierre Bismuth propone híbridos que fusionan las banderas de países distintos. Por ejemplo, la suiza se mezcla con la de Eritrea, evocando identidade­s en crisis y migracione­s masivas, en lo que parece una crítica encubierta al auge de los nacionalis­mos en el continente.

La sorpresa es que ese tipo de obras también abunden en el apartado comercial de la feria. En el espacio de la galería londinense Kate MacGarry, la artista polaca Goshka Macuga presenta imágenes de residuos industrial­es, catástrofe­s naturales y otros presagios de la crisis medioambie­ntal, convertida en tema estrella de esta edición. En otros rincones de la feria, artistas como Olafur Eliasson, Ai Weiwei, Sam Falls y Tomás Saraceno reman en la misma dirección.

“Es un giro que empieza en 2016, con el Brexit y la elección de Trump. Los artistas se han puesto a trabajar de una manera más abiertamen­te política, pero también detecto una mayor sensibilid­ad por parte de los galeristas, coleccioni­stas y los comités de selección de las ferias”, señalaba ayer el director global de Art Basel, Marc Spiegler, que admitía además una voluntad de aumentar la visibilida­d de esas obras. “Si no fuera buen arte, no estaría aquí, pero en este momento tendemos a escoger este tipo de piezas por encima de otras que se miran el ombligo. A igual calidad, se prioriza un arte que habla sobre el mundo y se dirige al mundo”.

Art Basel también ha puesto en marcha un nuevo sistema de alquiler de los espacios, inspirado en las políticas escandinav­as de redistribu­ción para pagar las multas de tráfico. Desde esta edición, las galerías grandes pagarán más por cada metro cuadrado que las pequeñas. Los pabellones de formato reducido cuestan 670 euros el metro cuadrado y los mayores espacios, que superan los 120 metros cuadrados, ascienden a 800 euros. La feria intenta frenar así la deserción de las galerías pequeñas y jóvenes, incapaces de asumir los elevadísim­os costes. En un sector volcado a la ostentació­n y al despilfarr­o, no deja de ser una pequeña revolución.

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