¿En qué lado de las barricadas estás, Europa?
Difícil no sentir admiración por los valientes ciudadanos que en distintos lares manifiestan su rechazo al autoritarismo y su anhelo de libertad y Estado de derecho. Las circunstancias son distintas, pero hay un mínimo común denominador en las protestas en Hong Kong contra la ley de extradición a China, la vibrante reacción en Rusia a las delirantes acusaciones contra un periodista, el pulso en Sudán y Argelia para avanzar hacia una transición democrática o las reivindicaciones de muchos en Venezuela y Nicaragua.
Tras la gran expansión de las democracias liberales en la fase posterior a la caída del muro de Berlín, el mundo experimenta una involución. Regímenes autoritarios se consolidan, países que avanzaban hacia la democracia retroceden e incluso en democracias asentadas se notan síntomas inquietantes. La estrella polar del mundo libre, EE UU, se halla bajo el mando de un presidente que sin complejos
estrecha lazos con líderes y países autoritarios y ante la disyuntiva de intereses o valores no parece tener duda en favor de lo primero.
En este panorama, tiene especial sentido preguntarse en qué lado de las barricadas quiere estar Europa.
La pregunta es compleja, tan compleja como el mundo y las relaciones exteriores. Sería ingenuo pensar que, sin más, en el lado de los valores; sería mezquino pensar que, sin más, en el de los intereses. Puede que in medio stat virtus, pero incluso encontrar el justo medio es difícil.
En términos conceptuales, el dilema es hondo. Críticas explícitas y sanciones a los regímenes violadores de derechos humanos pueden tener el único resultado de endurecer al gobernante autoritario (con un cierre de filas a su alrededor, o un enconamiento de la represión); por otra parte, el silencio público puede sonar como un vil aval de los atropellos aunque en petit comité se ejerza presión. se organizó en unas pocas horas”, recuerda Yip. “No había unos líderes que se tuvieran que poner de acuerdo. Además, las redes de mensajería nos permitieron compartir información y consejos de manera mucho más eficaz que hace cinco años”. El manifestante explica el método: “Lo llamamos la estrategia de la araña, tendiendo sus redes en Internet, contra el tigre”, en referencia al Gobierno autónomo de Hong Kong o incluso la propia China.
La gran mayoría llevaba mascarillas y evitaba dar su nombre para no ser reconocidos. Para llegar y marcharse de la zona de La vía intermedia es a menudo estéril. Obama abanderó la política de impulsar el cambio y la apertura a través del engagement (desarrollo de relaciones) en lugar de la confrontación. Pero son estrategias de largo plazo y por el camino pueden generar frustración (o ser abandonadas por el siguiente mandatario...).
En términos prácticos, debe constatarse que la UE se halla todavía a años luz de una política exterior común real. Hay algunas experiencias esperanzadoras —la reacción a la invasión rusa de Ucrania ha sido notablemente unitaria—, pero por lo general el bloque es tan deshilachado que es imposible plantear una reflexión seria sobre dónde quiere situarse como tal en esta materia. El club sufre incluso para moverse en la inane paleta cromática de los comunicados (las gradaciones de “condenar”, “lamentar”, “observar con inquietud”, “alentar al diálogo”, etcétera).
Bajando a escala nacional, las sensibilidades
movimiento de los paraguas. Entonces, aunque los juicios no llegaron hasta años después, los líderes de aquella protesta quedaron todos fichados y muchos cumplen hoy penas de cárcel. Un destino que no quieren imitar. Especialmente, puntualizan, si se acaba aprobando la ley de extradición contra la que protestan.
Entre sus motivos para la sospecha, explican, está el hecho de que la propia aplicación de mensajería encriptada Telegram, la preferida en estas protestas, denunciara que el miércoles sufrió un “potente ataque” desde ordenadores en China para interrumpir su servicio.
No solo estos jóvenes, sino muchos otros opositores al proyecto de ley, llevan a cabo simbólicos gestos de protesta. Así, decenas de miembros de grupos cristianos se reúnen diariamente en los puntos donde la policía hongkonesa vigila el acceso al Parlamento autónomo para cantar himnos religiosos a los agentes ininterrumpidamente durante horas. Lo hacen en la vía pública, pero sin bloquear los accesos. En un paso elevado, los manifestantes han creado un “muro de la democracia” donde cualquiera puede pegar carteles con lemas en contra del proyecto de ley o contra el uso de la fuerza policial.
También las madres se lanzaban a la calle: miles de ellas se concentraron ayer, también organizadas a través de las redes, para protestar contra una declaración de la ministra jefa, Carrie Lam, en la que comparaba su decisión de no retirar la propuesta de ley con la de una madre que no consentiría los caprichos de su hijo malcriado.
y circunstancias son bastante diferentes. Por simpatía o necesidad, hay capitales que parecen observar con cierta indulgencia los desmanes de potencias autoritarias; otras esgrimen con mayor vigor su apego a ciertos valores. Alemania dio un paso al restringir el suministro de armas a Arabia Saudí tras el caso Khasogghi. No tuvo efecto arrastre. El problema es que, de uno en uno, el peso de los europeos en los asuntos globales es imperceptible.
Con todo, no es baladí reflexionar sobre esta cuestión. Primero, porque nunca nada que atañe a valores lo es. Segundo, porque los valores proyectan influencia y magnetismo. La admiración por los valores y la identidad fundacionales de Estados Unidos ha sido durante largo tiempo uno de sus principales activos, que ha atraído o vinculado a su sociedad a tanta gente a escala global. Es legítimo pensar que bajo Trump este atractivo se ve mermado. ¿Puede y quiere la UE erigirse en estandarte moral global? La política —y la vida— no va solo de déficit y sillones. Conviene preguntarse en qué lado de las barricadas se quiere estar. Aunque fuese para responder, en ninguno de los dos lados, como mediador global de conflictos.