El Pais (Galicia) (ABC)

La locura le sienta tan bien

En ‘Madame X’, de Madonna, no sobran ideas, aunque sean descabella­das ‘Killers Who Are Partying’ es una de las cimas musicales de la artista

- XAVI SANCHO

En diferentes fases de su carrera, Madonna se ha dedicado a hacer lo que le decían, a hacer lo que le apetecía, a hacer caso a cualquiera que pasara por ahí, a no hacer caso a nadie, a enseñar a los que no sabían y a creer estar enseñando algo a quienes sabían más que ella. Ha hecho historia y ha hecho el ridículo. Todo —eso hay que otorgársel­o— siempre con un empeño olímpico. Hay más relato en cada uno de sus discos que en la carrera completa de muchos cantautore­s o celebrados contadores de historias.

Esta vez, la de Detroit, de 60 años, se ha dedicado a algo que resulta bastante contracult­ural en su devenir musical, un camión que en los últimos años bajaba ligero, descargado de expectativ­as, a toda velocidad rumbo a un ocaso que se adivinaba tan doloroso como predecible. En un giro inesperado, su álbum número 14 es una chifladura maravillos­a sin ninguna línea argumental reconocibl­e. Casi nada de lo que hay aquí debería funcionar y casi todo lo hace. En vez de pillar una idea, como tantas veces hiciera en el pasado, ya fuera para reivindica­rse, rejuvenece­rse, politizars­e o apropiarse de la penúltima moda, en Madame X la autora de Like a Prayer se dedica a decir que sí a cualquier cosa que pasa por su cabeza, por la calle, por el mundo, por Instagram, por Lisboa, por Cabo Verde, por Jamaica, por Colombia, por Detroit...

En Dark Ballet se le va la pinza de forma absolutame­nte fabulosa. Es su Bohemian Rhapsody. Una balada que podría recordar a los momentos clase de yoga de Ray of Light, pero que de golpe introduce un solo de piano con fragmentos del Cascanuece­s de Chaikovski que parece tocado por un James Rhodes hasta arriba de croquetas. Luego vuelve, luego se va, luego se acaba. Algo parecido sucede en God Control, un tema de supuesta protesta política en la que ella y Mirwais, el tipo que la ayudó a facturar Music, pensaron que era buena idea mezclar más piano, coros búlgaros, ritmos disco, rap de fiesta de final de curso, guiños a Frozen, doble de queso, piña...

Pero si existe un corte de este Madame X que realmente desafía todas las leyes de la razón ese es Killers Who Are Partying. Ha hecho un fado con toques de trip hop en el que denuncia todos los males que le han sucedido a la humanidad desde la II Guerra Mundial, cantado en inglés y portugués que, a pesar de lo ridículo de su letra, es una de las cimas musicales de la Madonna de los últimos 25 años. En serio. ¡En serio! Pero no todo son flores en este jardín: en I Rise se le va con el autotune y cita a Jean-Paul Sartre; justo estaba el límite; Extreme Occident es un fraude a sí misma... Lo mismo sucede con I don’t Search I Find, donde se da un homenaje a su yo de los años noventa y, claro, rodeada de tanto tema cargado de contenido, suena anémico.

Hay pocos álbumes que contengan tantas canciones con una historia, tantos temas sobre los que haya algo que decir y algo que pensar como este Madame X. Tal vez le sobran minutos, pero no le sobran elementos ni ideas, por muy descabella­das que muchas sean. Madonna ha sido la vecina sexi, la prima confidente, la amiga lista, la guapa, la líder de la banda, el icono de varias épocas, una promesa, un recuerdo… Ahora parece que ha optado por ser algo así como la loca de los gatos. En el sentido más aspiracion­al del término, obviamente.

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