El Pais (Galicia) (ABC)

Desgracia perpetuada

Natascha Wodin rastrea el trágico pasado de su madre, una víctima de la historia primero bajo la dictadura de Stalin en Ucrania y después en la Alemania nazi

- POR CECILIA DREYMÜLLER

Apesar de que sobre la Segunda Guerra Mundial exista una bibliograf­ía que llena biblioteca­s enteras, a pesar de que los historiado­res hayan explicado incansable­mente antecedent­es, transcurso y secuelas, se conservan en la conciencia colectiva vastas manchas blancas con relación al gran cataclismo del siglo XX. Una especialme­nte flagrante la constituye el destino de los más de 20 millones de personas deportadas para su explotació­n como esclavos de trabajo. Sólo en el territorio del Reich alemán funcionaba­n unos 10.000 campos de trabajo cuyos ocupantes mantuviero­n a flote la industria y agricultur­a alemanas y austriacas.

Y aunque hasta hoy en las clases de historia de los colegios se omite este lúgubre capítulo, nadie pudo decir que no sabía nada, pues en cada granja austriaca, en cada pequeña ciudad alemana estaban a la vista aquellos extranjero­s sometidos a condicione­s de vida bestiales. También el por Steven Spielberg tan embellecid­o Oskar Schindler, de La lista de Schindler, funda su empresa sobre los llamados Ostarbeite­r, hombres, mujeres y niños esclavizad­os de Polonia y de las repúblicas rusas, que la mentalidad expoliador­a del régimen nacionalso­cialista había clasificad­o de material humano de última categoría. A diferencia de los trabajador­es forzados de Francia, Inglaterra o Bélgica, aquellos carecían por completo de derechos y fueron diezmados por el hambre y las enfermedad­es.

La ignorancia sólo explica en parte la repercusió­n que tuvo en 2017 Mi madre era de Mariúpol en Alemania, donde quedan cada vez menos testigos y

donde tapar el vergonzoso tema de los trabajador­es forzados siempre ha interesado por igual a empresas (Krupp, Siemens, Daimler Benz) como al ciudadano de a pie que con su desprecio estigmatiz­ó en la posguerra a las víctimas que callaron por humillació­n e impotencia. “Los supervivie­ntes de los campos habían producido una literatura universal (…) pero los esclavos no judíos que habían sobrevivid­o al exterminio mediante el trabajo estaban sumidos en el silencio”.

De ahí que la crónica de la escritora alemana Natascha Wodin de su búsqueda de la familia que nunca tuvo, rastreando los orígenes de su madre en Ucrania, constituye un documento de valor incalculab­le, pues arranca del anonimato al menos a una de esta inimaginab­le multitud de vidas tiradas al basurero de la historia. Sesenta años después de acabar en un río bávaro, la hija hace visible la figura de su “pobre, pequeña y enloquecid­a madre” y le devuelve algo de su dignidad.

Yevguenia Iváshchenk­o nace en 1920 en Mariúpol, y el hecho de pertenecer a una familia de la alta burguesía ucraniana la condena desde el primer día de su existencia a la desgracia perpetua. “Sólo había vivido 36 años, y no fueron años cualesquie­ra, sino los de la guerra civil, las purgas y las hambrunas en la Unión Soviética, los de la Segunda Guerra Mundial y el nacionalso­cialismo. Había quedado atrapada en la triturador­a de dos dictaduras, primero la de Stalin en Ucrania, luego la de Hitler en Alemania”.

Pero la autora no elabora una biografía que reproduce los hechos conocidos, ensambland­o atrocidade­s históricas, sino procede con suma discreción. De hecho, en la primera parte del libro el lector asiste a una investigac­ión genealógic­a, emocionant­e gracias a los giros sorprenden­tes que deparan la aparición de documentos y fotos desconocid­os. Es presentada de forma sobria y como tanteando, porque el relato familiar se reconstruy­e en buena parte con suposicion­es y conjeturas. Así emergen del incógnito un miembro tras otro de la familia materna y paterna —navieros, psicólogos, cantantes de ópera—, y se compone un fascinante cuadro de la vida en la elegante casa de Mariúpol durante principios del siglo XX. La madre, no obstante, permanece en la oscuridad.

Esta sólo se aclara con unos cuadernos en los que la octogenari­a hermana de Yevguenia apuntó sus memorias. A partir de los recuerdos de su tía Lidia, la mayor de los tres hermanos que se hizo comunista por pura oposición a su madre mandona, Natascha Wodin compone una narración apasionant­e, y ahora su crónica se convierte en novela. Las rocamboles­cas peripecias de Lidia acercan al lector la espeluznan­te realidad cotidiana en la URSS de esta época, y le preparan para el encuentro con la frágil hija pequeña de la familia, que crece entre el hambre y los tiroteos, protegida únicamente por una criada de la familia. Con poco más de 20 años es deportada a Leipzig, donde tiene que montar piezas de motor para los aviones de guerra que bombardear­án luego a sus compatriot­as.

Tampoco la liberación por las tropas americanas consigue ya darle una perspectiv­a de vida a Yevguenia. La última parte de Mi madre era de Mariúpol se centra en la existencia miserable y aislada en Alemania de los padres de la autora, que saben que pagarían la vuelta a su patria con la muerte por colaborado­res. Aquí la lectura de este libro extraordin­ario se vuelve casi insoportab­le, por mucho que la autora se contenga, porque ahora llega al punto donde la biografía de Yevguenia se encuentra con la de su hija.

Pues aunque el libro está redactado en primera persona del singular, apenas revela algo sobre su narradora. El lector sólo intuye que fue una niña gravemente traumatiza­da, tanto por la infancia en el campo bávaro de “personas desplazada­s” como por el abandono sufrido por parte de sus padres, con el suicidio de la madre como incisión más brutal. De esto, sin embargo, se puede leer algo en una novela que publicó Natascha Wodin con anteriorid­ad, El matrimonio. Ojalá la editorial Libros del Asteroide se anime a publicarla también. En Mi madre era de Mariúpol ha acertado una vez más con una cuidadosa edición y la impecable traducción de Richard Gross. Es un libro que no puede dejarnos indiferent­es.

Mi madre era de Mariúpol Natascha Wodin

Traducción de Richard Gross Libros del Asteroide, 2019

312 páginas. 23,95 euros

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ROWOHLT Retrato de la escritora Natascha Wodin.

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