Rivera saca menos rédito de los populares que del PSOE
nest Maragall y se la dio finalmente a Ada Colau, una de las pocas alcaldesas del cambio que resisten desde 2015, con José María González, Kichi, de Podemos, en Cádiz, y Joan Ribó en Valencia.
Si Valls hubiera hecho caso a Albert Rivera —se presentó en la lista de Cs— y hubiera votado en blanco como hicieron tres ediles de su grupo, Maragall se habría convertido en alcalde con la intención declarada de utilizar el simbólico Ayuntamiento para ayudar a la causa independentista. Pero el ex primer ministro francés y otros dos ediles fieles rompieron esa disciplina y permitieron que Colau se hiciera con el bastón de mando. “Nos llaman equidistantes, pero no seré una alcaldesa independentista ni una alcaldesa antindependentista, gobernaré para todos los barceloneses”, clamó Colau, en un pleno tenso, con manifestantes independentistas en la calle y la presencia del exconseller Joaquim Forn, que dejó la cárcel para asistir al pleno y tomar la palabra y volvió a la prisión al terminar el encuentro.
Forn, en un tono solemne y entre gritos de “llibertat, llibertat”, denunció que Colau era un “instrumento útil” de “una operación política dirigida por los poderosos”. Valls, que se estrenaba como regidor, le contestó que los “verdaderos poderosos” son los empresarios catalanes que “financiaban de manera ilegal el partido del señor Forn” —en referencia a Convergència— y ahora apoyan al independentismo.
También el País Vasco vivió ajeno a los dos bloques que dominan la política española. Allí, el PNV se hizo con las principales alcaldías, incluidas las tres capitales, gracias al pacto suscrito con los socialistas. En Pamplona, el PSOE se votó a sí mismo y permitió así que la coalición de derechas Navarra Suma arrebatara la alcaldía a Bildu. En Galicia, donde hay elecciones en 2020, el PP ya no tiene ninguna de las siete grandes ciudades.
En una jornada clave, que reparte el poder local de los 8.131 municipios en un solo día, hubo también sorpresas. En Burgos, una de las pocas alcaldías que había logrado Cs, Vox incumplió el pacto y el Ayuntamiento fue para el PSOE. En Huesca, que también tenía que haber sido para los naranjas, finalmente se pactó que fuera para el PP pero un voto en blanco del que nadie se hace cargo —aunque todos apuntan a Cs— también dejó el bastón de mando en manos de los socialistas. Mucho movimiento, en fin, pero los bloques que marcarán la legislatura quedan más consolidados. Ciudadanos priorizó al PP como socio para los acuerdos tras las elecciones del 26 de mayo, pero la negociación, de forma sorprendente, le ha salido al final más a cuenta con el PSOE. Con el apoyo de los socialistas tendrá Melilla y tres alcaldías de
Ciudadanos no gobernaba hasta ayer en ninguna capital ni gran ciudad española. A partir de este sábado tendrá el bastón de mando de al menos siete grandes alcaldías (seis de ellas solo la mitad de mandato, porque se alternará con otro partido) y cogobernará 32 27 0 0 2 4 16 ha habido descentralización territorial en la negociación, tampoco en Cs ni en Vox, por lo que los méritos puede atribuírselos sin descaro el presidente nacional, Pablo Casado, y su equipo.
Los análisis que de este proceso hagan en Ciudadanos tendrán la lectura inmediata y la del largo plazo. Su apuesta global pasa por caminar junto al PP y con Vox, aunque oculten mencionarlo. No ha sido mucho el poder obtenido pero al menos gobernarán Granada, Palencia y Badajoz, gracias al PP, y en Albacete y Ciudad Real merced al PSOE, que también les ha facilitado el Gobierno de Melilla (hecho que puede tildarse de entre histórico y revolucionario, tras dos décadas con un PP imbatible). grandes ciudades mientras que con el del PP, tres. Sin pretenderlo, Cs da oxígeno al PP, su principal competidor en la derecha, al apuntalar su poder territorial —con la capital, una decena de ciudades y la presidencia de tres comunidades—, a costa de asumir la factura de Vox.
con el PP en torno a otra decena de capitales. El resultado es beneficioso para un partido joven que tampoco ganó las elecciones el 26 de mayo, pero la pregunta es si su posición central, con la llave en tantas plazas, no podía haberle granjeado más poder
territorial al negociar tanto con el PP como con el PSOE.
“Hemos conseguido entrar a gobernar en la mayoría de capitales importantes de este país. Ese era el cambio que se buscaba en estas elecciones”, argumentan en la cúpula de Ciudadanos. Aun así, eso sigue siendo poco para erigirse como el baluarte del centro derecha español. El partido de Rivera ya sabe que por muy mal que le vaya al PP mantiene una estructura firme. Además de votos el día que hay elecciones, Cs necesita hacer partido en cada rincón y tener más poder institucional. Desde su papel en los consistorios, diputaciones, y más adelante en autonomías, empezará su crecimiento.
Pero esa posibilidad también se la ofrecía el PSOE a través de múltiples pactos. Rivera no lo ha querido así: su apuesta sigue enfocada en la derecha. Visto el poderío del PP, Rivera debe reconocer que Casado tiene mimbres para tratar de empezar a reconstruir la derecha, ahora fragmentada. Se trataba de adquirir experiencia de gobierno y cuadros dirigentes y no tanto plazas propias, explican. La decisión política fue abandonar la vocación centrista capaz de pactar indistintamente a izquierda y derecha y priorizar al PP.
El resultado, en términos de coste-beneficio, es discreto: Ciudadanos no logra ninguna gran plaza y a cambio da aire al PP, que había salido muy tocado de las generales, con el coste añadido de aceptar pactos indirectos con la extrema derecha. Sorprendentemente, Ciudadanos obtiene más beneficio en su negociación con el PSOE, aunque no era su socio prioritario.
Con el apoyo del PSOE, Albert Rivera se hará con las alcaldías de Ciudad Real y Albacete (en alternancia), así como de Alcobendas (Madrid). Además, una carambola —y el apoyo socialista— le ha dado la presidencia de Melilla: a pesar de que tenía un solo diputado, la ha logrado con el apoyo de los ocho votos de Coalición por Melilla, más los cuatro del PSOE. Los naranjas han dado al PSOE la alcaldía de Guadalajara.
Con el PP, Ciudadanos gana menos plazas y da más. Consigue Palencia y Granada y Badajoz (en alternancia) gracias al apoyo de PP y Vox. Pero a cambio los de Rivera apuntalan grandes cuotas de poder territorial del PP, el partido al que aspiran a sustituir. Los populares gobernarán Madrid capital, la joya de la corona, en coalición con Cs, pero además tendrán el alcalde de otras 11 grandes capitales (todas en coalición), entre ellas Zaragoza, Alicante, Murcia, Málaga, Almería, Córdoba y Teruel. El pacto de la derecha se ha frustrado en Burgos y Huesca, que iban a haber sido para Ciudadanos, y serán del PSOE.
Rivera tenía la llave también de cuatro comunidades autónomas, y Pablo Casado tiene que agradecerle la posibilidad de mantener el poder al menos en tres de ellas: Castilla y León, Murcia y Madrid (Aragón está aún en el aire). Cs ha buscado también mantener la coherencia con sus votantes, ahora mayoritariamente de centro derecha, pero está por ver los efectos que tendrá en su electorado otra consecuencia colateral: Vox. Para pactar con el PP, Cs ha tenido que asumir acuerdos indirectos con la extrema derecha, que ha pactado documentos de Gobierno en paralelo con el PP, y que entrará en los consistorios. No en concejalías de Gobierno, pero sí en otros altos cargos o entes municipales.
El poder logrado por Cs sabe a poco como para autoerigirse como baluarte del centro derecha
No solo para recuperar votos de Vox, sino también de Ciudadanos. Una de las partes de ese tripartito, Vox, ha cumplido con su papel de impedir gobiernos de izquierda. Pero el interés está ahora en observar su grado de influencia en las corporaciones donde está presente.
Capítulo aparte merece Manuel Valls —por encima de cualquier otro— por la fortaleza de sus convicciones. El ex primer ministro francés ha regalado su apoyo a Ada Colau para que sea alcaldesa y gobierne con los socialistas contra el criterio de Ciudadanos: una izquierdista antes que el independentista Ernest Maragall. Colau no se lo ha agradecido. Ni lo esperaba ni le ha importado.
Capítulo aparte merece Manuel Valls: prefiere a una izquierdista antes que a un independentista