A los pies del mito
Federer cierra hoy un esplendoroso viaje de 24 años y reúne por primera vez a Nadal, Djokovic y Murray, el gran cuarteto moderno de la raqueta
ALEJANDRO CIRIZA, Londres “¡Rafa, Andy, venid aquí! ¡Foto, foto! ¡Rafa, aquí, aquí!”.
En medio de todo el trasiego, del ir y venir de personas, de las cámaras que asestan coscorrones y del cableado que juega alguna que otra mala pasada y enreda los pies, a Roger Federer no se le escapa el más mínimo detalle. Al fin y al cabo, esto es Londres, su segunda casa. Nadie ha ganado tantas veces como él en Wimbledon, el jardín de su extraordinaria carrera, ni tampoco en el O2, su estancia maestra de finales de año que ahora escenifica también el adiós, en clave ya plenamente otoñal. Se va el suizo, se cierra el círculo, crece la leyenda. Y a la llamada atienden en fila uno tras otro, también Rafael Nadal.
“Aquí vamos, como se puede…”, transmite el balear durante el saludo, mientras trata de sortear la maraña que se ha formado en la trastienda y de acercarse a los allegados que le acompañan en este viaje exprés que ha hecho para despedir profesionalmente al amigo. “Tengo una situación personal complicada”, ha comentado antes en la sala de conferencias, donde queda registrada una imagen para la historia: de izquierda a derecha, cuatro mastodontes y 74 grandes trofeos. En línea, con seis testigos flanqueándolos, Novak Djokovic, Björn Borg, Federer y el propio Nadal, que ha llegado al convite de la Laver Cup casi sobre la bocina —el suizo lo hizo el lunes y el serbio el martes— y agradece la compañía porque no son días fáciles.
Le reclaman Carlos Moyà, su fisio Rafa Maymò, su hermana, Maribel, y su agente, Carlos Costa. “Mañana juego también yo, ¿eh?”, bromea el último, fino de silueta, conforme los fotógrafos han dado el aprobado y se ha disuelto la formación del equipo europeo; bajo la batuta de Federer, claro, y con el aderezo de la presencia de Andy Murray, el guerrillero que se fue (enero de 2019) y luego (agosto de 2020) deshizo los pasos, caderas de titanio y una resistencia única contra los tres grandes dominadores del tenis moderno. Su hoja de servicios aporta tres majors, 46 títulos.
“Estaba en la grada viendo la final de Wimbledon en 2008”, rebobina el británico. “Pero empezó a llover y acabé viéndola en casa, con unos amigos. Me quedo con ese partido”, agrega cuando se le pide que escoja, ahora que la saga de las sagas, los Federer-Nadal, los Fedal por la abreviatura, se acaba para siempre. Así de realista, así de emotivo.
Esta noche (hacia las 22.00, Eurosport), uno y otro competirán de la mano (contra el dúo compuesto por Jack Sock y Frances Tiafoe) para dejar otro fotograma eterno y glorificar el fin del trayecto del suizo, ya inmortal, ya en el cielo deportivo de aquellos que de una u otra forma lograron dejar huella. La de él es sencillamente incalculable, en fondo y forma.
“No necesito escuchar las noticias para saber que el final está más cerca”, dice Nadal, que a sus 36 años pierde a su gran compañero de fatigas, compinche e inmenso rival. “Al final, es el ciclo natural de la vida, ¿no? Unos van y otros vienen. No es nada nuevo, la historia se repite. Lo que ocurre es que en este caso particular, se va uno de los jugadores más importantes de la historia, si no el más importante, tras una carrera superlarga. Y, claro, cuando se va el primero como que echas de menos algo”, prorroga el español, que también escoge el imborrable triunfo contra el suizo en 2008, primera de su doble muesca en La Catedral, y añade otro que sintetiza a la perfección el espíritu del gran binomio.
Campeón “enciclopédico”
“La final de 2017 en Australia [anotada para el suizo] también es muy especial, porque unos meses antes estábamos juntos, hablando, lesionados…”, cuenta el mallorquín. “Sí, lo estábamos…”, intercede en tono de broma Federer, ya 41 años, 24 de ellos dando pinceladas en la élite. “Y al final las cosas se dieron así. Fuimos capaces de volver al circuito a ese nivel, en una gran final, a cinco sets”, aprecia Nadal, mientras él, el tenis y el deporte brindan ya copa en alto por ese tenista de dibujos animados cuyo juego ha levantado a todos (sin excepción) alguna vez del asiento.
Sin ir más lejos, caso del entrenador de Djokovic, el croata Goran Ivanisevic. “Es uno de los mejores deportistas de la historia. En un deporte como este no es sencillo tener la continuidad que él ha tenido, pero ama ganar. Yo me quedo con su capacidad para jugar con diferentes registros, porque es impredecible; muchas veces no se sabe qué va a hacer. También valoro que es muy estudioso y ha respetado siempre a todos sus rivales”, explica a EL PAÍS. El francés Henri Leconte, último finalista galo en Roland Garros, se suma: “Es de otro planeta. Lo hace todo fácil, parece que nunca haya sentido la presión”. Y comparte el chileno Fernando González, bronce individual en los Juegos de 2004 y plata en los de 2008: “Es una enciclopedia del tenis. Siempre te hacía pensar, nunca sabías qué te iba a hacer”.
Y remata para este periódico el sueco Thomas Enqvist, retirado en 2005 y ahora mano derecha de Borg en la cita: “Jamás he visto a nadie jugar tan extremadamente rápido, tiene todos los tiros posibles. Si tiene un solo segundo para atacar, lo hace; no hay nadie que haga la transición defensaataque como la hace Rog. Es simplemente un genio”. Es el día, el último brochazo: todos a sus pies.