El Pais (Galicia) (ABC)

La verdad de Carlos Lehder, el temible socio de Pablo Escobar

El narco colombiano narra su vida por primera vez como miembro clave del cártel de Medellín tras salir de prisión

- JUAN DIEGO QUESADA Bogotá

La pantalla del ordenador está fundida a negro. Al otro lado de la vídeollama­da se escucha hablar de manera pausada a un hombre mayor que se deshace en reverencia­s y atenciones. “Disculpe un momento, señor Carlos Lehder, ¿podría encender su cámara unos segundos para comprobar que es usted quien dice ser?”. Suena un clic y en la imagen aparece de repente un tipo canoso, con entradas pronunciad­as, de ojos pequeños y nariz gruesa.

Viste una camiseta naranja y detrás de él se ve un escritorio, un viejo butacón y, colgadas de la pared, fotos enmarcadas en blanco y negro. Lehder ha guardado con celo su apariencia durante casi cuatro décadas. Ahora, a sus 74 años, parece un abuelo de los que juega al bingo en el hogar del jubilado, pero en su día fue uno de los narcotrafi­cantes más célebres y temidos. Socio de Pablo Escobar, resultó ser un miembro clave del cartel de Medellín y estuvo en el centro de las conspiraci­ones de una de las mayores empresas criminales que ha existido.

Lehder vive desde 2020 en Fráncfort (Alemania), adonde fue a parar después de cumplir 33 años de prisión en Estados Unidos. Un juez federal del tribunal de Jacksonvil­le, Florida, lo condenó a cadena perpetua a finales de los años ochenta por dirigir una empresa criminal y a otros 135 años de reclusión por conspirar para introducir cocaína en Norteaméri­ca.

Lo encerraron en una cárcel de máxima seguridad con un régimen brutal de aislamient­o que estuvo a punto de quebrarlo, en el que parecía que iba a pasar la vida entera, pero después de testificar contra el dictador panameño Manuel Antonio Noriega, de quien contó que había traficado con Escobar, le redujeron la pena y lo trasladaro­n a una cárcel con menos restriccio­nes, en la que se empleó en la cocina. Se dedicó a partir de entonces a leer y a estudiar, algo que apenas había hecho durante su etapa de bandido. Conseguida la libertad, se puso a escribir un libro, Carlos Lehder, vida y muerte del cártel de Medellín, que ha publicado este año la editorial Debate, el sello de no ficción de Penguin Random House, y que justo sale ahora a la venta en España.

La de Lehder es una de esas vidas exageradas que uno pensaría que no caben en una sola. Su padre fue un ingeniero alemán que se estableció en Colombia y conoció a su madre en Armenia, una ciudad con vistas a la cordillera de los Andes. El matrimonio abrió una pensión llamada La Posada Alemana, que fue muy popular en su época.

De adolescent­e no quiso dedicarse a la hostelería ni insistir en los estudios universita­rios. En cambio, empezó a contraband­ear con vehículos robados en EE UU, un delito por el que pasaría un tiempo en la cárcel federal de Danbury, Connecticu­t. No le sirvió para rehabilita­rse.

Al salir montó su propio concesiona­rio en Medellín, Lehderauto­s, y comenzó a traficar con marihuana y cocaína. A los veintipico aprendió a pilotar avionetas de manera autodidact­a y se convirtió en un experto en inundar de droga Estados Unidos. La DEA lo tuvo pronto en su radar, pero como no conseguía detenerlo para los agentes federales se convirtió en un mito.

Amasó una fortuna tan grande antes de los 30 que se compró su propia isla, Cayo Norman, en Bahamas. Sobornó a policías, ministros y hasta al presidente de ese país recién independiz­ado, donde construyó un puerto y pistas de aterrizaje. Un ejército de mercenario­s lo protegían a él y al negocio.

Las fiestas en Cayo Norman se volvieron legendaria­s. Guapo

y atlético porque nunca dejó de correr y hacer pesas, de noche se entregaba a la parranda. De día, patrullaba armado con fusiles y granadas de mano, protegido por un chaleco antibalas. En una ocasión, otros colombiano­s intentaron asaltar la isla y los repelió con disparos.

Sin duda, en su libro hay acción, pero se muestra a sí mismo como un personaje de la serie El equipo A, donde ocurre de todo pero no hay muertos ni heridos: la sangre no brota por ningún sitio. A Lehder le gusta describirs­e como un pacifista armado, racional y de buen corazón que tiene piedad con sus enemigos. No es así como lo ven las personas que han investigad­o la historia del cártel de Medellín. En una ingente cantidad de libros se le describe como alguien impulsivo y violento al que temía el resto de narcotrafi­cantes.

A Lehder no le ha quedado otra que enfrentars­e a estas zonas oscuras de su personalid­ad. En la página 370, la redacción se vuelve sinuosa porque llega un momento candente: el asesinato de un hombre. Es un crimen muy conocido y todos los que estaban allí ese día se lo atribuyen a él. Ocurrió en la hacienda Nápoles, la finca de Pablo Escobar. Era un día de excesos, cocaína y alcohol, nada raro en la casa de campo que construyó y llenó de hipopótamo­s, jirafas y aves exóticas. Lehder estaba esa noche con una mujer, Sonia, que se fijó en Rollo, un apuesto sicario de Escobar.

Ataque de celos

Al narco le entró un ataque de celos, según una versión ampliament­e extendida y documentad­a, y lo mató delante de más gente. Lehder tiene otra versión: era Rayo —le cambia el nombre en el libro— el que quería matarlo él. ¿Qué ocurrió entonces? “Se supone que yo iba a morir. No morí ese día”, cuenta en la entrevista Lehder, al que se le adivina un leve rastro de vanidad al decirlo. En su texto, reconoce el crimen por omisión: “Ubiqué al Rayo, que caminaba seguido de su niño cargafusil y dos pistoleros más. Me concentré en vigilarlo. Al rato, sonaron tres disparos de fusil automático, que hicieron volar despavorid­as a las palomas y golondrina­s de los techos de la inmensa casa de Nápoles”.

Ese fue el principio del fin de su alianza con Escobar, con quien se había juntado para oponerse al tratado de extradició­n de colombiano­s a Estados Unidos. A Lehder le entró la paranoia de que el jefe del cartel de Medellín quería matarlo, como había hecho con otros tres socios, a lo que se le sumó la persecució­n de la DEA.

Finalmente, lo detuvieron en 1987 y lo extraditar­on al Estado de Florida, y así se convirtió en el primer colombiano en hacer ese viaje. Tiempo después supo que había sido Escobar el que lo había entregado a las autoridade­s en venganza.

Lehder, que ha vivido tres décadas entre cuatro paredes, ahora se ha tomado la revancha y ha escrito un libro en el que le atribuye todos los crímenes de ministros, jueces y periodista­s a Escobar. Los vivos son los que escriben la historia y a los muertos —Escobar fue abatido en diciembre de 1993— solo les queda revolverse en sus tumbas.

Cumplió 33 años de cárcel en una prisión de EE UU y ahora publica un libro

Amasó una fortuna antes de los 30 y se compró su propia isla en Bahamas

 ?? BETTMANN ?? Carlos Lehder Rivas, en una imagen tomada en la oficina del sheriff de Tampa (Florida) en 1987.
BETTMANN Carlos Lehder Rivas, en una imagen tomada en la oficina del sheriff de Tampa (Florida) en 1987.

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