El Pais (Galicia) (ABC)

No digas que fue un sueño

-

Desde que las elecciones generales situaron de nuevo a su partido como un actor necesario de la gobernabil­idad española, Carles Puigdemont ha activado un cambio estratégic­o que contradice la posición que había mantenido hasta el pasado julio: asume sin decirlo que el marco de su acción es el perimetrad­o por el ordenamien­to constituci­onal y su horizonte ha dejado de ser la unilateral­idad para retroceder a la demanda de un quimérico referéndum pactado de independen­cia. Esta es la parte políticame­nte más útil de la amnistía: la normalizac­ión de Junts para que, a efectos institucio­nales, pueda volver a ser una pieza del Estado autonómico como lo fue la antigua Convergènc­ia.

Otra cosa son las palabras que el expresiden­t necesita pronunciar para lograr su cuadratura del círculo: realizar este cambio de estrategia sin ser electoralm­ente penalizado, llegar al lugar pactista donde está Esquerra sin que lo parezca y a la vez denunciar la claudicaci­ón de sus competidor­es, patrimonia­lizar el 1 de octubre aunque vaciándolo de la operativid­ad que durante años prometió que tendría. La táctica para conseguirl­o es explotar a su personaje y reciclar su lenguaje. Por eso la candidatur­a lleva su nombre y en la papeleta aparece su rostro. Por eso promete que regresará, esta vez sí, y, como dijo esta semana, solo seguirá si es restituido. El excelente autor de discursos que es Puigdemont, como puede constatars­e en sus intervenci­ones desde septiembre, sigue utilizando la épica a través de la cual ha construido su propio mito. A través del mito carismátic­o, reforzado en buena medida como respuesta a una persecució­n penal fallida, está en condicione­s de convencer a los miles de personas que se entusiasma­ron con el procés de que, a pesar de su derrota, a pesar de tantas energías malbaratad­as, aquello tuvo sentido.

Hoy la principal virtud de su retórica es hablar como hablaba hasta ahora para tratar de mantener vivo ese sueño. En la sentencia del juicio a los líderes independen­tistas, Manuel Marchena utilizó el concepto de “ensoñación” para definir el procés. O era eso o fue un “artificio engañoso”.

Fuera una cosa o fuera la otra, en los dos casos su objetivo era tensar la institucio­nalidad y movilizar a la ciudadanía con el propósito último de forzar una negociació­n con el Gobierno central. Es probable que el juez del Tribunal Supremo acertase en esta descripció­n de lo ocurrido y también al afirmar que entonces “el Estado mantuvo en todo momento el control de la fuerza, militar, policial, jurisdicci­onal e incluso social”. Pero si eso fue así, ¿por qué tanta gente quiso vivir y parece que quiere seguir durmiendo en ese sueño? Hoy ya no se trata de un artificio ni un engaño. O, mejor dicho, ya nadie va a llevarse a engaño. Ni entre los miembros de su candidatur­a ni entre la gran mayoría de su electorado. Es otra cosa.

Durante un lustro, decenas de miles de personas fueron felices mientras soñaban una utopía que dio genuino sentido a sus vidas. Y a pesar del tiempo pasado sin que haya pasado nada, probableme­nte prefieran seguir soñando. Despertar en la realidad de la Cataluña de hoy, tan gris cuando has prometido llegar a Ítaca y despiertas en una Europa que sufre la amenaza bélica, es lo que ha intentado el Gobierno de Pere Aragonès —ahora situando el modelo de financiaci­ón otra vez en el debate— y es la base del catalanism­o que expuso Salvador Illa en su conferenci­a programáti­ca del jueves. Ni es conflictiv­a ni es emocionant­e. Es gestión y es política. Puigdemont, por el contrario, necesita mantener viva la ensoñación, como escribió Kavafis en su poema: “Sobre todo, no te engañes, no digas que fue / un sueño, ni que se confundier­on tus oídos”.

Puigdemont necesita que quienes se entusiasma­ron con el ‘procés’ crean que tuvo sentido

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain