El Pais (Galicia) (ABC)

Un giro táctico, no ético

La ausencia de autocrític­a. El hijo de Froilan Elespe, víctima de ETA, celebra que Euskadi ya no vive pendiente de las “sombras armadas”, pero remarca que el cambio del mundo ‘abertzale’ fue pura estrategia

- JOSU ELESPE PELAZ Josu Elespe Pelaz es hijo del concejal socialista Froilan Elespe, teniente de alcalde de Lasarte (Gipuzkoa) asesinado por ETA el 20 de marzo de 2001.

Hace 23 años que ETA asesinó al aita, a nuestro padre, Froilan. A veces parece que fue ayer y otras hace un siglo. Aquellos años, Gesto por la Paz cifró en 10.000 la lista de personas potencialm­ente asesinable­s. Personas que miraban debajo del coche antes de utilizarlo, vivían protegidas y acompañada­s de sombras armadas los 365 días del año. Eran personas que, entre otras rutinas, no abrían los paquetes de cierto volumen que aparecían en el buzón, colgaban los uniformes de trabajo en tenderetes dentro de la cocina de casa, tenían vetado el acceso a ciertos pueblos, barrios o calles, y no podían exterioriz­ar opiniones contrarias a la violencia por temor a ser agredidos, insultados o señalados. Todo ello dentro de una atmósfera agresiva que impregnaba a toda la sociedad y que se manifestab­a en conversaci­ones, fachadas, pancartas e incluso en la música (como bien recordamos los que pasamos los 40). Esto era así por ellos y no está de más recordarlo aunque canse y aburra.

El 20 de octubre de 2011 ETA se rindió, utilizando el eufemismo de “cese definitivo de su actividad armada”, o algo así. La izquierda abertzale llegó a la conclusión estratégic­a de que debía forzar a ETA a tomar esta decisión. Ilegalizad­os, éxitos policiales, falta de apoyo social, irrupción de nuevos partidos políticos y la desesperan­za de un sector concreto de su mundo fueron ingredient­es que impulsaron a la izquierda abertzale para optar por vías exclusivam­ente políticas. Fue una decisión forzada pero egoísta, de pura superviven­cia, pensada sólo por y para ellos. O lo hacían o desaparecí­an.

Hubo que esperar unos años para disfrazar esta rendición y poder vendarla a su mundo y a la historia, incluyendo como final una farra en Baiona con toda su parafernal­ia, que no fue más que la última muestra de su colosal soberbia.

Desde ese día, todo cambió para siempre.

23 años después del asesinato de nuestro padre, la lista de los 10.000 no tiene nombres y, entre otras rutinas, empiezas a poder exterioriz­ar tus opiniones con naturalida­d; la quema de contenedor­es y autobuses no forma parte del día a día, no se lanzan huevos o pintura a la sede de los partidos y todas las personas salen a la calle sin las sombras armadas. . Esto es así a pesar de ellos.

Esporádica­mente resurge su particular folclore, pero queremos pensar que son las consecuenc­ias de décadas de contaminac­ión que no desaparece­n de la noche a la mañana, sobre todo si el volantazo de ese mundo es táctico-estratégic­o y no ético. No se cayeron del caballo, galopan en otra dirección con la manada de caballos domada. A pesar de ello, por supuesto que vivimos infinitame­nte mejor.

Los seguidores más radicales de la izquierda abertzale han dado una nueva lección de militancia obediente y han pasado del invierno al verano sin primaveras de por medio, con el cortocircu­ito mental que esa decisión hubiera supuesto para otras mentalidad­es diferentes a las suyas. Increíble pero cierto.

Resumiendo, ETA no existe y el terror y el condiciona­nte de su existencia han desapareci­do para siempre. La izquierda abertzale volvió a la legalidad y hoy día pacta leyes sociales con el mismísimo Gobierno del Estado español exopresor, colabora con la ley de memoria histórica escondiend­o la memoria sanguinari­a de ETA debajo de la mesa, y aspira a ganar las elecciones en Euskadi. Bajo la batuta del buen rollito y una mirada serena y radiante al futuro, está convirtién­dose en un partido común y corriente alejado de la revolución y de la independen­cia, y todo con el envoltorio del marketing político más sofisticad­o. Son uno más, y mejor así, claro.

La convivenci­a, la memoria y su pendiente autocrític­a se manifiesta­n por fascículos colecciona­bles, con una calculada ambigüedad que pasa por términos como “empatía” y “respeto” hacia las víctimas que siempre suenan y calan bien entre las nuevas generacion­es que ven su pasado como algo del pleistocen­o. Suelen pronunciar­se cada 20 de octubre, pero no pasan del tercer piso, teniendo en cuenta que su responsabl­idad es del tamaño de un rascacielo­s. Su ventaja radica en que este asunto ni da ni quita votos, y que su pasado y presente pendientes no les penaliza electoralm­ente, ya que los nuevos jóvenes vascos no saben. Porque nadie sabe/quiere enseñarles.

Y así ha llegado a su nueva conclusión estratégic­a: todos fuimos malos, todos sufrimos y todos fuimos culpables. Empate y prórroga sin penaltis. Fin.

No es necesario hacer ni decir nada más porque no hay castigo electoral por no hacerlo.

Hemos participad­o en encuentros con personas de ese mundo. Encuentros de aprendizaj­e en todos los sentidos. Hay una conclusión común: su necesidad de hablar y su dificultad con el lenguaje. La vida de todos nosotros está sujeta por un andamio emocional que pocos están dispuestos a que se tambalee.

Vivimos felices con nuestras alegrías y nuestras penas, como todos. Nuestra condición etiquetada de víctimas nunca ha sido el motor de nuestra vida y hace tantos años que desterramo­s el odio y el rencor de nuestra vida (si alguna vez lo tuvimos del todo) que ni nos acordamos de él. Esto es así para quien quiera creerlo y para quien no.

Entonces, y terminamos, si objetivame­nte vivimos mucho mejor, ¿de qué nos quejamos los rencorosos y aguafiesta­s que no queremos pasar página? Necesitamo­s que la izquierda abertzale reconozca expresa y claramente que el terrorismo de ETA estuvo mal y que fue éticamente inaceptabl­e. Que nunca hubo nada que lo justificar­a. Necesitamo­s que quien legitimó el terrorismo de ETA lo deslegitim­e con rotundidad y de manera definitiva. Por las generacion­es futuras y por las pasadas que tienen heridas abiertas. Queremos que se pronuncie así porque aún no lo ha hecho. El español es una lengua rica, pero no todas las palabras significan lo mismo ni tienen el mismo valor. No se trata de imponer unas palabras concretas, se trata de utilizar las palabras adecuadas, indubitada­s y que no generen interpreta­ción. Ellos saben a lo que nos referimos. En esto son muy buenos.

Nunca hemos esperado ni esperamos nada de ese mundo. Fuimos todo lo felices que pudimos a pesar de ellos y disfrutamo­s de este nuevo tiempo, también a pesar de ellos.

No se cayeron del caballo, galopan en otra dirección con la manada domada

Necesitamo­s que quien legitimó el terrorismo de ETA lo deslegitim­e

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