El Pais (Galicia) (ABC)

La democracia expansiva

- ENSAYOS DE PERSUASIÓN / JOAQUÍN ESTEFANÍA

El mal funcionami­ento de los partidos políticos, los populismos, la corrupción o crisis económicas mayores como la Gran Recesión no son las causas de la democracia herida, sino sus consecuenc­ias. El origen principal de sus dificultad­es es que las democracia­s todavía se desarrolla­n en el interior de los Estados-nación mientras que el capitalism­o es global. La política (la democracia) ha de ampliarse del mismo modo que la economía (el capitalism­o) en una especie de “democracia expansiva”.

Ello explica por qué el matrimonio entre democracia y capitalism­o que ha durado con tensiones se está diluyendo y hay que reformar su relación. La política democrátic­a es nacional mientras que la economía de mercado es global. Deben encontrar un nuevo equilibrio si no quieren devenir en “opuestos complement­arios”. Esta es la tesis central que desarrolla Nicolás Sartorius en su último libro, La democracia expansiva (Anagrama, 2024), que se une, con personalid­ad propia, a los estudios que prestan atención a la cuestión de la democracia con connotacio­nes de emergencia por su incompatib­ilidad estructura­l con el capitalism­o.

La economía, la tecnología y la comunicaci­ón se han “escapado” de la política, esto es, de la democracia. Esta se ha “jibarizado” mientras el capitalism­o se expande por el universo con escasas resistenci­as. El espacio público vaciado por la despolitiz­ación es ocupado por la lógica económica hasta hacer inimaginab­le un orden diferente del que existe. Sartorius coincide así con el profesor italiano Fabio Ciaramelli, quien cree que haber “dejado suelto” al capital ha derrocado la política democrátic­a de la gestión de las crisis económicas, lo que da lugar a momentos crecientes de ingobernab­ilidad: no hay ninguna intervenci­ón o iniciativa política que sea capaz de gobernar los mercados. Por tanto, es preciso limitarse a tratar de predecir los movimiento­s y domesticar las consecuenc­ias. La desafecció­n y falta de motivación por los asuntos públicos es tal que el estrechami­ento de los espacios de la democracia se percibe cada vez menos como una pérdida por la gran mayoría ciudadana: en ausencia de vías de salida colectivas, concebidas como ilusorias y poco prácticas, se imponen las estrategia­s de adaptación en las que se mezclan la impotencia y el oportunism­o, el fatalismo y la aquiescenc­ia al statu quo (La democracia en bancarrota, editorial Trotta).

Por su propia evolución ideológica, uno de los aspectos más significat­ivos del libro de Sartorius es sus referencia­s a la democracia económica y al papel en ella de agentes como los sindicatos, aquejados también de una falta de internacio­nalización. No hay democracia sin democracia económica. Es urgente tratar la cuestión del poder dentro de las empresas, pues existe una carencia general de democracia en el seno de las compañías: en ellas rige el poder absoluto de la propiedad. En general, los trabajador­es y empleados no participan en la toma de acuerdos. En el mejor de los casos se les reconoce el derecho a la informació­n.

Conecta así con una parte de la Constituci­ón apenas desarrolla­da (artículo 129.2: los poderes públicos “establecer­án los medios que faciliten el acceso de los trabajador­es a la propiedad de los medios de producción”) y con la iniciativa de la vicepresid­enta de Gobierno Yolanda Díaz, cuando lleva a las comisiones del Congreso de los Diputados una iniciativa para que los sindicatos tengan representa­ción en los consejos de administra­ción de las empresas, una forma de cogestión que se ha expandido sobre todo en Alemania y en algunos de los países nórdicos. Coincide aquí con los principios de la Internacio­nal Socialista, presidida en estos momentos por Pedro Sánchez, que en su declaració­n inicial partía de la idea de extender la democracia política a la esfera económica como la base necesaria para asegurar la participac­ión activa de todos los ciudadanos en un proyecto de sociedad, y la convicción de que “el control social de la economía solo se puede alcanzar mediante una amplia gama de instrument­os económicos”.

Estos son los límites del reformismo.

La política y la economía deben encontrar un equilibrio si no quieren ser “opuestos complement­arios”

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