Implicaciones económicas y financieras de las catástrofes naturales
Las catástrofes naturales se han convertido, desgraciadamente, en eventos demasiado habituales que acarrean un dramático impacto en términos de vidas humanas, pero que también traen asociados importantes daños materiales con implicaciones económicas y financieras, directas e indirectas, sobre un creciente número de personas, tanto por la cada vez mayor intensidad de los eventos catastróficos como por la creciente interrelación de actividades afectadas por los mismos.
Dentro de la amplia gama de eventos catastróficos, es habitual distinguir entre dos grandes categorías: fenómenos de alta frecuencia y de intensidad moderada; y fenómenos de muy reducida probabilidad, pero de una intensidad e implicaciones mucho más graves. Las primeras son las más directamente relacionadas con el cambio climático y la acción humana. Y entre ellas cabe considerar las sequías, inundaciones, incendios, tornados o tormentas. Las segundas abarcarían los grandes movimientos geológicos, como terremotos, maremotos o tsunamis, de aparición mucho más infrecuente, pero con efectos mucho más devastadores.
Un reciente estudio publicado por AON (Climate and Catastroph Insight) aporta gran riqueza estadística sobre las catástrofes natos, turales en el siglo XXI. Algunas evidencias merecen destacarse. Las series históricas de daños, tanto personales como materiales, presentan una cierta estabilidad cuando predominan los eventos crónicos, que son menos dañinos individualmente, pero mucho más frecuentes. De acuerdo con el mencionado estudio, estos eventos causan la muerte de alrededor de 50.000 personas al año, y tienen asociadas unas pérdidas económicas superiores a 100.000 millones de dólares, sobre los que hay un gran consenso y evidencia científica en cuanto a su relación con el cambio climático.
En España predominan ese tipo de eventos crónicos, asociados sobre todo a sequías, incendios , o inundaciones, que se cobran alrededor de 40 vidas cada año, cifra que se ha acercado al centenar en los años de grandes olas de calor, como 2003 y 2019. Las pérdidas económicas derivadas de este tipo de eventos de carácter crónico son mucho más difíciles de cuantificar que en el caso de grandes eventos geológicos, en los que predomina la destrucción masiva de infraestructuras y edificios. La revista Empresa Global de Afi dedicó su último número de febrero precisamente a la estimación de las pérdidas asociadas a eventos catastróficos de carácter crónico, en los que resulta necesario estimar tanto los efectos directos, como los indirecmediante metodologías basadas en la tablas input-output, para recoger los efectos en cadena de dicha disrupción temporal en activos productivos. De acuerdo con estas estimaciones, las pérdidas en España se hallarían en el entorno de 3.000 a 5.000 millones de euros anuales.
Los datos del estudio de AON apuntan a que el grado de aseguramiento ante los eventos crónicos es mucho más elevado que frente a los eventos esporádicos, pero en todo caso con importantes divergencias entre áreas geográficas, siendo Estados Unidos el país que muestra un mayor grado de aseguramiento de riesgos crónicos, sobre todo frente a tornados y tormentas convectivas, donde más del 60% de los daños producidos estarían asegurados. España presenta un elevado grado de aseguramiento, en torno al 50%, superior al de la media europea. Ese elevado grado de aseguramiento en España respondería al mencionado carácter crónico de los riesgos asegurados y a la tradición y bien contrastada experiencia del sistema de Agroseguro y del Consorcio de Compensación de Seguros.
Frente a la razonable estabilidad, y, por tanto, carácter asegurable, de los eventos crónicos, las grandes catástrofes naturales, sobre todo de origen geológico, se manifiestan de manera mucho más imprevisible, y con impactos mucho más dañinos, tanto en vidas humanas como en pérdidas económicas. El último de dichos eventos sería el reciente terremoto que asoló Siria y Turquía, con la pérdida de casi 60.000 vidas. La imprevisibilidad de dichos eventos extremos, y la extraordinaria morbilidad de los mismos, hace mucho más complejo su aseguramiento, que es mucho más reducido que en el caso de eventos crónicos. Es por ello, que ante dichos eventos extremos cobra mucha mayor importancia la prevención. Por otra parte, cada vez es mayor la disponibilidad, granularidad e interrelación de los datos referidos a catástrofes naturales, lo que constituye un requisito previo para poder afrontar la gestión, y, sobre todo, la prevención de las mismas con una mayor efectividad y minimización de daños.
Vulnerabilidad, resiliencia y riesgo son los tres conceptos básicos para la gestión de los riesgos extraordinarios y que condicionan la magnitud del impacto de un desastre o catástrofe. Las medidas específicas que el Marco para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030 de Naciones Unidas (Sendai) dicta a los Estados para que las adopten en todos los sectores y en todos los niveles se estructuran en cuatro prioridades: comprender el riesgo de desastres; fortalecer la gobernanza del riesgo de desastres para gestionarlo; invertir en la reducción del riesgo de desastres para la resiliencia; y aumentar la preparación para dar una respuesta eficaz y para reconstruir mejor.
En el caso español, además de contar con un marco de gestión del riesgo de catástrofes coherente con la estrategia de adaptación al cambio climático, existen una serie de instituciones e instrumentos muy singulares que son consideradas muy buenas prácticas a nivel internacional. Entre ellos destaca el Consorcio de Compensación de Seguros para la cobertura de riesgos extraordinarios; la Unidad Militar de Emergencia y la más novedosa, como es el sistema de alerta ES-ALERT (una suerte de 112 inverso), administrado por la Dirección General de Protección Civil y Emergencias.
Estos eventos causan 50.000 muertes al año y suponen unas pérdidas de más de 100.000 millones de dólares
Vulnerabilidad, resiliencia y riesgo son los tres conceptos básicos para la gestión de riesgos extraordinarios