El Pais (Galicia) (ABC)

Emil Ferris, después de los monstruos

La influyente autora de cómics regresa con el cierre de su revolucion­aria obra: “No me importa que me copien. Cuando creas algo es para que tenga impacto”

- JORGE MORLA Madrid

Emil Ferris se muda. Detrás de ella, en la pantalla a través de la cual tiene lugar la entrevista, hay decenas de cajas y algún peluche en su casa de Chicago. Bueno, a las afueras de Chicago. Aunque no demasiado a las afueras. “Si lanzas una pelota de béisbol, llegará a la ciudad”, se ríe la autora de cómic (Chicago, 62 años).

En 2017 completó otra mudanza, la que va del anonimato a la fama. Impedida tras contraer la fiebre del Nilo Occidental, empleó la lenta convalecen­cia hasta la recuperaci­ón para pergeñar un cómic sobre una niña-lobo dibujado con bolígrafos sobre un cuaderno un cómic que tituló Lo que más me gusta son los monstruos. Contra todo pronóstico, aquel primer libro dio la vuelta al mundo, se cubrió de premios y se coló en todas las listas de mejores cómics del siglo XXI. “Por una parte, fui bendecida. Los ojos del mundo se volvieron hacia mí. Literalmen­te sentí la energía de la gente; nunca había sentido tanta atención hacia mi persona”, reflexiona sobre aquel inesperado éxito. “Por otra parte, yo soy una persona tímida; solo quiero estar en mi casa y trabajar. Así que… me retraje”, confiesa. “En mi interior, hay gratitud por cómo el libro fue recibido y por cómo influyó en tanta gente”, añade Ferris cuando se le pregunta cómo le ha cambiado la experienci­a de la fama. “Pero, era muy raro, por ejemplo, cuando firmaba libros. Esas cosas no significan nada si no puedes hablar con la gente, ¡pero allí es imposible hablar con los lectores! No es el mejor sistema del mundo... pero debo hacerlo. Aunque sea para honrar la conexión que tantos lectores tuvieron con el libro”.

Lo que más me gusta son los monstruos desentraña­ba la cultura americana de los sesenta y conjuraba las tribulacio­nes de una niña (Karen Reyes) y su hermano Deeze con la misteriosa muerte de su vecina Anka, una judía supervivie­nte del horror nazi. Ahora su segunda parte (editada igualmente por Reservoir Books) cierra (aunque deja muchos frentes abiertos) la historia de Karen. ¿Ve Ferris la influencia de su criatura en los cómics posteriore­s que han salido en EE UU? “¡Bueno, en EE UU y en todo el mundo!”, ríe. “Solo en los últimos meses, mi mejor amiga me enseñó tres cómics recientes que tenían un estilo similar o hablaban de temas parecidos. Muchos autores me lo confiesan”. ¿Y eso le molesta? “No, no me importa que me copien. Es como una cena familiar: si sacas un tema no quieres que lo ignoren; quieres influir, que la gente reaccione, que haya una conversaci­ón”.

¿Y cómo ha evoluciona­do ese estilo tan personal? “Está bien que mi estilo crezca porque también lo hace el de Karen [en teoría, el cómic es lo que Karen dibuja en sus diarios]”. El libro es visualment­e más ordenado y florido y las contorsion­es del bolígrafo asaltan al lector casi a cada página. “Por ejemplo, dibuja muchas más mujeres”, apunta Ferris. Y es cierto: Karen va viviendo su primer interés amoroso con Shelley, una chica, como ella, “rara”. Pero, aunque el fondo cuente un primer amor, lo importante del estilo de Ferris es la forma: inconscien­temente, el lector percibe el cambio interior de la protagonis­ta a través de los dibujos que hace.

“Karen ha crecido, claro. Se da cuenta de que debe tener más voz en su propia vida tras la muerte de su madre, de que debe tomar decisiones difíciles”, cuenta Ferris. “Es algo que no debería pasar, pero pasa: muchos niños son empujados a tomar decisiones difíciles de repente. La muerte de un padre, las dificultad­es económicas o un divorcio..., todo eso te aleja de la infancia de repente. Y todos podemos sentirnos identifica­dos con ello de alguna manera”, sostiene. “Me alegra que haya tenido la oportunida­d de encontrar el amor. Pero en cierto modo asusta: quería a su madre y su madre se fue. Al final, imagino que la vida es como una de esas historias de misterio en las que los personajes van desapareci­endo. ¡Es injusto!”, lamenta. “Pero sí. Cuando experiment­as la pérdida de alguien a quien amas, amar se convierte en un reto. El amor es peligroso”.

Temas espinosos

Además de los pasajes de la II Guerra Mundial, el cómic bucea en la política de la época en EE UU, como el movimiento por los derechos civiles, la cultura hippy o las revueltas contra la guerra de Vietnam. En la vida real, basta mirar sus redes sociales para ver que Ferris no esquiva los temas espinosos de hoy. “Nuestra guerra no es entre nosotros, es contra las fuerzas que nos enfrentan y saquean. Si la gente tiene oro o petróleo bajo sus piernas, eso es peligroso. No puedo callar cuando veo a la gente morir en Gaza, cuando veo tanto sufrimient­o causado por la codicia”, asegura.

¿Debe entonces un artista del siglo XXI usar, además de su arte, su propia voz para intentar cambiar el mundo? “Bueno, es que yo siempre hablo de eso. No importa tu religión, ni nada de eso, solo importa una máxima: trata a los demás como quieras que te traten. Cuando no veo eso, lo denuncio. Cuando vea niños sufriendo, lo diré. Porque frente a ese sufrimient­o el arte, mis libros, yo misma, eso deja de importar, porque lo que importa son ellos. Sí, hay que hablar. Si la gente buena no hace nada, el mal gana”.

Aficionada a la astrología, Ferris pregunta al entrevista­do por su signo del zodíaco y saca sus conclusion­es. Confiesa, eso sí, que ha renunciado a intentar ver el futuro. “Lo he dejado. Decidí que quería crear mi propio camino emocional, interpreta­r las cosas a mi manera. A veces, cuando alguien interpreta tu destino, sigues, aunque sea de forma inconscien­te, esa interpreta­ción. Y yo ahora quiero seguir mi propio camino”. Justo lo que, al concluir la segunda parte de su díptico, hace Karen Reyes, niña-lobo, detective aficionada y dibujante obsesionad­a con los monstruos. Seguir adelante, a ver qué demonios pone la vida en su camino.

“No hay que callar ante la codicia. Si la gente buena no hace nada, el mal gana”

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Viñetas de Emil Ferris para Lo que más me gusta son los monstruos 2.
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Autorretra­to de Emil Ferris con uno de sus personajes.

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