El Pais (Galicia) (ABC)

El Madrid también es el rey de la angustia

El equipo de Ancelotti gana por primera vez en el Etihad después de un extenuante ejercicio de resistenci­a al asedio del City al que se impone en los penaltis para alcanzar la semifinal contra el Bayern

- DAVID ÁLVAREZ

Lo del Manchester City-Real Madrid tiene ya el carácter de saga legendaria, después de tres eliminator­ias seguidas entre los dos últimos campeones, resueltas todas de maneras diversas, extremas, angustiosa­s y emocionant­es. Una remontada increíble en una prórroga, una goleada de época y una tanda de penaltis en el Etihad, con la que el Madrid alcanzó de nuevo las semifinale­s de la Copa de Europa, donde le espera el Bayern de Múnich. El último lanzamient­o de Rüdiger coronó una función de resistenci­a extrema que llevó el duelo más lejos que nunca en una noche que premió una despliegue gremial contra natura de un equipo construido para atacar, pero que resistió como uno pequeño un asedio incesante.

Mánchester, pesadilla en el 4-0 del año pasado, encumbró a un secundario que no debía estar allí. Andriy Lunin redondeó una noche imponente deteniendo dos penaltis en la tanda de desempate.

La última entrega de la mayor rivalidad de la década tuvo un final de traca para una noche que empezó al ralentí, con un periodo breve en el que el City avanzaba centímetro a centímetro, aguardando a que se desordenar­a el Madrid, que iba a buscarle arriba, pero sin precipitac­iones. Se miraban con recelo, a la espera de ver quién abría fuego. Hubo fases incluso con 22 tipos parados sobre la hierba. Hasta que disparó el Real. Y desde ese punto ya no hubo vuelta atrás. Se derramó el líquido de otra noche embriagado­ra de fútbol, un ahogo sin fin.

La primera salva la disparó Carvajal, un zurdazo que pareció un despeje. El globo lo domó Bellingham, que vio a Valverde por la derecha. El uruguayo avistó la carrera al área de Vinicius, que cruzó un pase a la entrada de Rodrygo. El primer remate lo repelió Ederson, pero a la segunda, el brasileño encontró la red, como ya había hecho en la ida en el Bernabéu. La primavera de Rodrygo ha vuelto a estallar después de otro invierno seco. Ha emergido de otro secarral como goleador de nuevo iluminado, con cinco goles en sus últimos cuatro partidos.

La ventaja del Madrid, tan inesperada, despabiló al City, que abandonó se decidió a avanzar. Ese despertar comenzó a hundir al Real cerca de los dominios de Lunin. Apareció de nuevo la versión más solidaria del Madrid, con un desgaste conjunto enorme, de Bellingham a Nacho, de vuelta en un partido grande en el momento más límite. Apenas se le notó la ausencia, buena compañía del imponente Rüdiger, ambos certeros con sus penaltis.

El City iba colonizand­o territorio, pero la amenaza del Real permanecía latente. Recuperaba y seguía encontrand­o vías de escape, con el manejo de Kroos, Camavinga y un clarividen­te Valverde. También resultaba fundamenta­l Bellingham, que se descolgaba y permitía ganar tiempo y espacio, delicado en los controles, poderoso en el juego de espaldas. El inglés era el eje sobre el que se apoyaban las estampidas de Vinicius y Rodrygo.

El último paso del hundimient­o lo dio el equipo de Guardiola cuando empezó a encontrar a De Bruyne a la espalda de la defensa, infiltrado entre Mendy y Nacho. O a Bernardo. O a Foden. El Madrid pasó a la resistenci­a, bajo el chaparrón permanente del toque del City y su arsenal de talento. El último campeón tenía sometido al penúltimo, sostenido por un insólito ejercicio de aguante coral y un portero iluminado. Lunin se llevó del Etihad otra nutrida colección de paradas y una demostraci­ón de dominio del espacio aéreo ante un rival que solo en el primer tiempo botó nueve córners (17 al final), con De Bruyne buscando en varios el gol olímpico. El asedio resultaba asfixiante. El Madrid aguantaba, pero cada vez le costaba más encontrar salidas.

En este registro, y acuciado por la necesidad, el City es apabullant­e. Provoca un embotellam­iento sostenido con aroma a últimos minutos. Pero unos últimos minutos que parecían durar para siempre. Solo había alivio en los largos saques de puerta de Lunin. Pero la pelota les duraba un parpadeo, los instantes del vuelo en el aire. Un partido de balonmano disputado solo en una portería bajo la batuta de Rodri.

No aparecía la grieta y, con 20 minutos por delante, Guardiola envió al campo al desatascad­or Doku en lugar de Grealish, que no había podido con Carvajal. Y el belga entró con la ganzúa correcta, volcánico ante un Madrid exhausto. Alcanzó la línea de fondo contra Valverde, Rüdiger despejó mal y De Bruyne reventó la red. Y poco después dispuso de otra para matar la eliminator­ia, pero se le escapó arriba. El Madrid se había disuelto. Pero alcanzó la prórroga en pie. Pero la prórroga parecía un horizonte infinito con la perspectiv­a de ese asedio perpetuo.

Que es lo que fue. El City había secuestrad­o el balón y Real perseguía sombras. Doku volaba, insistente por la izquierda, mientras al otro lado se derretía Vinicius en su última carrera contra Walker, un portento fulgurante. Inacabable, como todo el pelotón de Guardiola.

Solo al avistar el descanso de la prórroga volvió a estirarse el Madrid, con aire de Brahim. Ahí conquistar­on el primer córner, después de 17 de los ingleses, y Rüdiger rondó el gol. Un espejismo. Estaban en las raspas. Se fundió también Carvajal y Ancelotti tuvo que echar mano de Militão, recién regresado del limbo de los caídos. Y así, con un pelotón de tullidos bajo un bombardeo, conquistó por fin Mánchester el Madrid.

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C. RECINE (REUTERS) Los jugadores del Madrid tras el último penalti, marcado por Rüdiger.

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