‘Civil War’, un potente mensaje al mundo
Alex Garland dirige una película apocalíptica que alerta contra la polarización política: “Sería una locura pensar que dos Estados no se pondrían de acuerdo ni para derrocar a un presidente fascista”
A Alex Garland le preocupa a dónde se dirige el mundo. Sobre todo, con las contiendas internacionales en cada informativo y las elecciones estadounidenses tan cercanas. A este cineasta británico de 53 años lo preocupan menos, por suerte, las discusiones encarnizadas que está provocando su última película: “Es inevitable. Hoy todo se polariza”, apunta entre la frustración y la resignación. De ese enfrentamiento social constante salió precisamente la idea de Civil War, con temas que levantan ampollas, como su nombre guerracivilista indica.
“Hay una histeria colectiva. Por eso quería rodar esta película. Lo demuestra la respuesta tergiversada al discurso de Jonathan Glazer sobre Gaza en los Oscar. Ni siquiera se paraban a escuchar lo que decía, que era bastante claro”, explica Garland a EL PAÍS en Madrid, midiendo sus palabras como hizo el director de La zona de interés en la gala. Civil War, que se estrena mañana en los cines españoles, no busca dar respuestas y deja abierto parte de su discurso. “Quizás estemos acostumbrados a que nos den el mensaje mascado, pero los puntos están ahí para unirlos”, repetía en plena promoción. En una secuencia, un miliciano apunta con una escopeta a los protagonistas: “¿Qué tipo de americano sois?”. La pregunta está cargada de mensaje y política. En EE UU y en España.
En su sinopsis más sencilla, el filme es el viaje de carretera de un grupo de periodistas por unos Estados Unidos destruidos en busca de la gran exclusiva de esta contienda. En el centro emocional no está la política, sino el choque generacional entre dos fotógrafas de guerra: la veterana Lee (Kirsten Dunst), ducha en decenas de horrores, y la joven Jessie (Cailee Spaeny), dispuesta a comerse el mundo con su Nikon y sus fotos en blanco y negro.
Es la propia Dunst la que explica en la película el símil periodístico que Garland busca: el objetivo de la fotografía de guerra no es dar respuestas, sino dejar que el público alcance sus propias conclusiones. El personaje, igual que el director, tiene sus dudas sobre si logra cumplir esa meta. Civil War opta por no subrayar sus filiaciones políticas, no menciona partidos o un espectro ideológico. Las columnas de análisis no han parado de recalcar este punto, en The New York Times, pero también en diarios no tan dados
a la crítica cinematográfica como Financial Times o Foreign Affairs, que titulaba: “Triunfa porque su política no tiene sentido”. Le critican por no tomar partido: por no jugar a la polarización.
Garland, en realidad, tenía claro al escribir el guion en 2020, que lo importante no era la política estadounidense, sino un extremismo que podría trasladarse a cualquier lugar: “La polarización es global, tanto en las democracias occidentales como fuera. No es todo por Donald Trump; el expresidente no explica otros fenómenos como la estupidez del Brexit. ¿Por qué sucede? En parte por las redes sociales y también por el fracaso del centrismo. Yo soy de centro..., de izquierdas aunque centrista. Durante años, izquierda y derecha se han intercambiado el poder, pero la vida de la gente no cambia. El que es pobre permanece pobre, y obviamente se enfada y se frustra. No es sorprendente”, explica Garland.
Garland ubicó la acción en EE UU porque es el sistema que conocemos el resto del mundo, a veces “más que el propio”. Pero, claro, la discusión sobre la película se ha vuelto aún más candente después de su éxito allí. Civil War es el estreno más taquillero de la
historia del estudio independiente A24, su primer número uno.
La película no explica tampoco cómo se ha llegado hasta las circunstancias en que se desarrolla la acción, pero deja pistas: el presidente (Nick Offerman) ha alargado su estancia en la Casa Blanca con un tercer mandato, saltándose la Constitución y disolviendo el FBI; sucedió “la masacre antifa”, pese a que el espectador no sepa quiénes son las víctimas ni los verdugos; y un grupo maoísta se ha revelado en Portland. California y Texas, antagonistas en lo político en la vida real, están unidos con un objetivo: acabar con un presidente fascista. “Para algunos era una locura. Para mí la locura sería pensar que dos Estados no se pondrían de acuerdo para derrocar a un presidente fascista. En el final de la II Guerra Mundial también veo cierto optimismo. Se acabó diciendo que el fascismo no era buena idea y que los derechos humanos tenían que protegerse. Lo pesimista es que los humanos no somos buenos en evitar problemas terribles. Aunque luego aprendamos, siempre caemos”.
Aunque la escribió antes, la imaginería que evoca la cinta recuerda inevitablemente lo que ha sucedido desde 2020: del asalto al Capitolio a la guerra en Ucrania. Hoy es inevitable hablar de Israel, donde ve un claro extremismo, y del trato a los periodistas allí: “Sospecho que la razón por la que Israel no deja entrar a los periodistas en Gaza es para controlar la guerra de las relaciones públicas. En Vietnam los periodistas tuvieron acceso libre, y eso creó un problema en EE UU. El periodismo puso a la opinión pública contra la guerra. Desde entonces, los gobiernos intentan restringir a los periodistas todas las actividades en la guerra”.
El guion fue escrito antes del asalto a la Casa Blanca y de la invasión de Ucrania
“Trump no explica fenómenos como la estupidez del Brexit”, señala el director