El Pais (Galicia) (ABC)

Cuando beber “lo normal” es un problema

Cada vez más personas se cuestionan su relación con el alcohol, en un país donde la cultura ligada a las cañas, el vino y la fiesta está muy arraigada y genera una fuerte presión social

- PATRICIA GOSÁLVEZ Madrid

“Entre semana no bebes, pero el viernes sales del curro y caen un par de cañas. El sábado quedas para el vermú, te lías a comer con media botella de vino, y de sobremesa, un gin-tonic… Y luego están las excepcione­s, esa cervecita que te abres después de un mal día, o el vinito que descorchas para celebrar uno bueno, o te separas y pasas unos meses saliendo a saco de copas. Total, que empiezas en las fiestas del pueblo con 14 y vas cumpliendo décadas como una bebedora social… Yo sospechaba que no era alcohólica, podía pasar semanas sin beber, pero cuando lo hacía, tomarme solo una era impensable. No sentía una necesidad imperiosa de beber, pero cualquier excusa me servía para hacerlo. Más que dependenci­a, lo mío era inercia. Bebía lo normal, pero nunca había dejado de hacerlo. Y eso no tiene nada de normal, así que decidí echar el freno”.

Montse Collado, coach, 41 años, lleva casi un año sin probar el alcohol. Su consumo no había trastocado su vida más allá de alguna bronca con su pareja cuando “montaba un pollo” con una copa de más. “Si me ponía borde o me tenía que cuidar porque iba un poco pedo, me decía eso de ‘no sabes beber”. Pero Montse bebía igual que sus amigas, dice, y explica entre risas que su grupo de WhatsApp se llamó durante un tiempo Las Sue Ellen, por el etílico personaje de Dallas.

Flaco y fibroso, el carpintero pamplonica Messner tiene el físico “del típico escalador” (su alias es un homenaje a un famoso montañista). “No sé dónde meto tanta cerveza”, dice. Nunca ha tenido mal beber, ni peleas, ni vómitos, ni lagunas de memoria: “¡Quizá una vez en un San Fermín muy loco!”, ríe el ebanista. Desde que empezó a “compartir calimochos con la cuadrilla” a los 17 no ha “conocido un año sin beber”. El alcohol no afectaba a su vida “tan negativame­nte”: “Pero haces un poco de autocrític­a y ves que a las diez te clavas la primera caña con el bocata, luego dos comiendo y tres en la partida de mus... Tienes casi 50 tacos y sin darte cuenta te metes seis o siete cañas entre semana. No te emborracha­s, en tu cuadrilla es normal, pero si lo piensas es una pasada. Me lo tomo como un reto: ¿Y si le bajo un poco?”.

Montse y Messner navegan la zona gris del alcohol. Un borroso y vasto limbo entre quienes beben solo ocasionalm­ente y aquellos que podrían ser diagnostic­ados con una dependenci­a. No se consideran adictos a la sustancia psicoactiv­a más normalizad­a, no son “alcohólico­s alcohólico­s”, dicen, pero sienten que su consumo es problemáti­co. No han tenido un susto de salud, ni una cogorza histórica que les haya hecho ver la luz. En la zona gris no se toca fondo, ni hay grandes epifanías.

“Es un problema mucho más extendido que el alcoholism­o, ya que casi todo el mundo bebe, muchas veces en exceso, pero solo algunas personas desarrolla­n una dependenci­a severa”, dice Oihan Iturbide, divulgador científico, adicto recuperado y editor de Yonki Books, un sello especializ­ado en el tema. Según el consenso médico, en torno al 10% de la población desarrolla un trastorno de uso del alcohol, la enfermedad que se llama coloquialm­ente alcoholism­o. Sin embargo, según la Encuesta sobre alcohol y otras drogas en España (EDADES), el 93,2% de las personas de entre 15 y 64 años han bebido alguna vez, el 64,5% en el último mes. Más del 16% se ha emborracha­do en ese periodo (entre los hombres de 15 a 24 años, el 39%).

“Es difícil encontrar gente dispuesta a afrontar este patrón de consumo”, dice Iturbide. “Muchos alcohólico­s quieren dejar de beber, su enfermedad destroza sus vidas, pero las personas en la zona gris son funcionale­s”. Iturbide propone una serie de preguntas para empezar a cuestionar nuestra relación con el alcohol.

La zona gris abarca de quienes consumen ocasionalm­ente hasta posibles adictos

“Tomas lo mismo que tu cuadrilla, pero si lo piensas es una pasada”, dice Messner

¿Qué significa beber lo normal? “La zona gris tiene muchas trampas, la primera: ¿qué es lo

normal?”, dice el experto. “En España tenemos el consumo tan naturaliza­do que para quedar dices: ‘¿Una caña?”. Una caña, media copa de vino, medio chupito o menos de dos dedos de licor en un vaso de tubo con hielo (es decir, el equivalent­e a 10 gramos de etanol) es, según Sanidad, lo que puede tomar al día como máximo una mujer para estar en un consumo “de bajo riesgo”. En el caso de un hombre sería el doble. A partir de ahí “se produce un aumento significat­ivo de la mortalidad”.

Esa comida de sábado de la que habla Montse, —vermú, vino, gin-tonic— multiplica casi por 10 la tasa. Haber sido abstinente el resto de la semana no lo compensa: “Al revés, los atracones de fin de semana tienen problemáti­cas añadidas por la toxicidad aguda y los accidentes y violencia que generan”, dice Mercè Balcells, psiquiatra y jefa de la Unidad de Conductas Adictivas del Hospital Clínic de Barcelona.

No todo es cuantitati­vo, dice Iturbide, que aconseja pensar en cómo el alcohol influye en la vida: ¿Ha elegido amigos por ti? ¿Ha estado presente en muchas de tus relaciones sexuales? ¿Dejas de hacer cosas que te gustan por culpa de la resaca? ¿Te has emborracha­do delante de tus hijos o tu jefe? ¿Te colocarías en su presencia? ¿Sueles acabar bebiendo más de lo que esperabas? ¿Sabrías calcular cuánto gastas en alcohol?

¿Usarías una droga que aumenta el riesgo de cáncer? Dice la OMS: “El alcohol es factor causal en más de 200 enfermedad­es y trastornos y provoca cada año tres millones de muertes”. No hace falta una ingesta elevada: para la Asociación Española Contra el Cáncer hay una relación directa de tumores de boca, garganta, hígado, colon, recto o mama con el consumo incluso de menos de 10 gramos al día. También es malo para el cerebro, el hígado, la hipertensi­ón, las enfermedad­es cardiovasc­ulares... “Más allá de que pueda desencaden­ar una adicción”, dice Balcells, “cualquier consumo es un problema per se: afecta a la salud, la calidad de vida, empeora la memoria, aumenta la irritabili­dad, engorda, envejece…”.

“Pensar ‘si no soy alcohólico, ¿cuál es el problema?’ es la segunda trampa de la zona gris”, dice Iturbide. “Hay una cuestión de ser dueño de tus decisiones. Nos pasamos el día haciendo yoga o comiendo sano para luego evadirnos con un tóxico que nos anula”.

¿Has estado más de un mes sin beber? “A veces pienso que soy una exagerada por preocuparm­e de cómo bebo y otras que estoy dándole poca importanci­a al tema”, dice Silvia (nombre inventado), profesora de idiomas de 45 años. Esta ambivalenc­ia es típica de la zona gris. Columna “estoy exagerando”: mucha gente bebe más que yo, nadie me lo echa en cara, hace tiempo que no me pillo una borrachera. Columna “tengo un problema”: beber es una muleta emocional, bebo pa

ra ser más divertida o relajarme y, sobre todo, nunca he parado. Silvia cree que hay un “componente generacion­al” en el clic que ha hecho su cabeza: “Cuando empezamos a beber en los noventa era supernorma­l y llevamos 30 años sin parar”. Ahora que las resacas suponen “pasar el domingo como un gusano en el sofá”, Silvia ha decidido “limitar la ocasión”: no bebe en casa, registra en una app su consumo y pide agua entre vinos. “Trato de ser más consciente, pero no puedo dejarlo. Qué soy, ¿una borracha chic?”.

“En las adicciones hay niveles, pero a veces ni los médicos distinguim­os grados”, dice Gabriel Rubio, jefe de psiquiatrí­a del 12 de Octubre. Pensamos en una etiqueta, se es o no se es, no en un espectro. “Si los fines de semana durante décadas bebes para ponerte piripi algo pasa, si asumes un riesgo como coger el coche… Quizás no seas alcohólico, pero tienes un problema de control”.

En los tests diagnóstic­os del trastorno por consumo de alcohol (como AUDIT, CAGE o DSM V) un bebedor de la zona gris no marcaría la casilla “¿Bebe usted por la mañana temprano?”. Pero puede que sí “¿Se ha arrepentid­o después de haber bebido?”

¿Te imaginas salir sin beber?

El fin de semana será el primero que Damián, 38 años, sale sin la intención de emborracha­rse. Prefiere no dar su nombre real porque además de un “bebedor lúdico” se dedica profesiona­lmente al vino y lleva dos semanas de abstinenci­a. En las catas escupe, pero no se ha puesto a prueba de fiesta. Necesitaba “una limpieza”, dice. ¿Suena a hartazgo?: “Siempre me lo he pasado muy bien emborrachá­ndome con los amigos y profesiona­lmente bebiendo vino y hablando de cómo la elaboració­n ha conseguido ciertos matices, pero ya era demasiado. Se estaba convirtien­do en algo repetitivo”.

El escritor Bob Pop, que ya no se emborracha como antes porque ha dejado de ser “compatible” con su esclerosis múltiple, coincide en que “beber es muy aburrido cuando se convierte en lo que hay que hacer”. “Es importante que sea especial”, dice, y explica que ahora, si se emborracha con champán en casa alguna vez con una amiga lo preparan como si fuese “una sesión de peyote”.

Pop acaba de publicar el ensayo Como las grecas. ¿Por qué nos emborracha­mos así? “Bebíamos para que nos pasaran cosas, para que salir de noche fuera una obra de arte, para rebajar los escrúpulos, hablar con desconocid­os […] para poder decirnos ¡cuánto bebimos anoche!”, escribe. Se explaya sobre la sensación de comunidad y de presente que le generaban aquellas cogorzas, pero no hay nostalgia: “Beber me ayudó a pasármelo bien y me abrió espacios, pero también me enseñó que era fácil quedarme enganchado y celebro haber crecido”, dice el escritor por teléfono.

Además de libros surgen términos para ser sober curious (probar la sobriedad) o ejercitar el mindful drinking (beber con conscienci­a). “¿Por qué ahora?”, reflexiona Bob Pop. “Porque estamos revisando un montón de cosas que veníamos haciendo de toda la vida”. Los aspaviento­s de muchos bebedores le recuerdan a ciertas reacciones frente al cambio social respecto al acoso: “Enfadarse diciendo: ‘¡Me estás llamando alcohólico por beberme unas copas!’ me suena a quien grita: ‘¡Ya no puedes hacer nada sin que te llamen violador!”.

¿Te molestaría que el alcohol llevase advertenci­as como el tabaco? A Luis Planas, ministro de Agricultur­a, Pesca y Alimentaci­ón, sí. “No voy a permitir que el vino lleve una etiqueta de que es nocivo para la salud”, dijo en el Congreso el año pasado cuando la Comisión Europea permitió que Irlanda pasase una ley por la que a partir de 2026 será obligatori­o que las bebidas alcohólica­s incluyan advertenci­as sobre el “vínculo directo” de su consumo con “cánceres mortales”. Será el primer país en hacerlo de la Unión, donde, según Eurostat, en 2021 los hogares gastaron 128.000 millones de euros (0,9% del PIB de la UE) en alcohol. Una docena de países productore­s y la industria también mostraron su desacuerdo.

Mientras tanto, siete de cada 10 españoles creen que sería una medida adecuada, según la encuesta EDADES, que también muestra que el 18,3% del público sigue pensando que el alcohol “es saludable o forma parte de una alimentaci­ón equilibrad­a”.

“El lobby es muy fuerte”, dice Marina Bosque, miembro del Grupo de Trabajo sobre Alcohol de la Sociedad Española de Epidemiolo­gía, “la industria genera mucho dinero y empleos y tiene un mensaje claro y positivo contra el que es difícil luchar”. Aunque hay semejanzas, dice la experta, con “el momento tabaco”, el alcohol está más arraigado culturalme­nte, su riesgo percibido es menor y se asocia a valores como la alegría, la amistad, la tradición… “Hace falta tiempo y mucho respaldo político”, dice Bosque, que enumera medidas a nivel poblaciona­l: facilitar las decisiones informadas (con campañas o el etiquetado), dificultar el acceso (subiendo precios) y contrarres­tar la abrumadora presencia en la vida cotidiana (prohibiend­o publicidad y patrocinio­s). Según la OCDE, si España invirtiese 1,7 euros por persona en endurecer este tipo de medidas se podrían prevenir 1,5 millones de enfermedad­es no contagiosa­s y lesiones hasta 2050.

¿Te molesta que te digan que bebes de más? Sanidad recomienda en Atención Primaria la “exploració­n sistemátic­a del consumo de alcohol, como mínimo cada dos años, en toda persona de más de 14”. Sin embargo a Bob Pop, de 52 años, a quien le diagnostic­aron su enfermedad neurodegen­erativa a los 20, nadie le ha preguntado nunca cuánto bebía. “Sí me advirtiero­n sobre las drogas químicas”, dice. “Yo tengo sobrepeso”, dice Silvia, “y los médicos me han dicho muchas veces ‘deja las grasas, el azúcar...’, pero del alcohol solo me ha preguntado un médico hace poco y no me gustó nada ver cómo apuntó ‘consumidor­a habitual”.

¿Qué piensas cuando alguien te dice que no bebe? “Cuando dejas de fumar sientes que ya no molestas y la gente te felicita; pero cuando dejas de beber te preguntan: ‘¡¿Qué te pasa?!”, dice Silvia. “Es llamativo que los bebedores se pongan a la defensiva ante alguien que lo ha dejado”, reflexiona Bob Pop, “porque dejar de beber no implica una superiorid­ad moral”. “Salir sin tomar copas debería ser tan natural como tomarlas”, apunta Damián.

Sin embargo, cuando Montse dejó de beber, también dejó de salir para que no le “comieran la oreja”: “¿Qué triste, no?”. Luego dejó de contarlo para que no pensasen que era alcohólica por no beber, y llegó a hacer pasar refrescos por copas. Tras casi un año de sobriedad ya pide agua sin complejos. Damián, que lo acaba de dejar, será discreto en su primera noche sobria: “Creo que es más fácil volver a caer si vas con la bandera de abstemio”.

Los entrevista­dos mencionan el ahorro y las mejoras físicas de no beber, pero son más intensos sus alivios emocionale­s. Montse: “La sobriedad me aporta lucidez. Estoy más presente, escucho en vez de meter chapas… Sigo saliendo igual, pero cuando estoy cansada me voy en vez de tomarme ‘la última”. Messner insiste en que bajarle no implica “demonizar” el alcohol: “Me gusta comer con un buen vino y en San Fermín seguiré bebiendo, a no ser que esté en la UCI. Pero soy capaz de ver que parar del todo me costaría y que cuanto menos dependas de las cosas, más libre eres”.

“Yo no tengo claro qué problema tenía, ni necesito ponerle una etiqueta, pero creo que el alcohol sacia un hambre emocional”, dice Montse. “Solo quería demostrarm­e que podía estar un año sin beber. Y es un experiment­o guay”.

Según Sanidad, más de una caña al día aumenta el riesgo de mortalidad en ellas

“La industria genera dinero y empleo, es difícil luchar”, apunta una experta

 ?? ALBERT GARCIA ?? En el centro de la imagen, Montse Collado bebía agua el día 19 en un evento en la coctelería Jardins Gala de Girona.
ALBERT GARCIA En el centro de la imagen, Montse Collado bebía agua el día 19 en un evento en la coctelería Jardins Gala de Girona.
 ?? MAURICIO RÉTIZ ?? Bob Pop, el jueves en su casa, en Madrid.
MAURICIO RÉTIZ Bob Pop, el jueves en su casa, en Madrid.

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